La libertad personal no es fruto de ninguna conquista humana. Es más bien un elemento esencial al ser humano
El otro día tuve ocasión de escuchar una conferencia de Mariano Fazio, un fino analista de la cultura actual, sobre la libertad.
La distinción que hizo de tres niveles de libertad me pareció muy interesante y útil para los lectores de este blog dedicado a la familia.
Habría primero una libertad fundamental que equivaldría al fin, al objeto propio de la libertad. La libertad personal no es fruto de ninguna conquista humana. Es más bien un elemento esencial al ser humano. Nos la hemos encontrado en nuestra naturaleza sin haber hecho nada para ganarla. Simplemente, está ahí; forma parte de nuestro ser. Al toparnos con ella, la pregunta que podemos hacernos es: ¿para qué somos libres? Y la respuesta es: para amar, porque la única manera posible de amar es hacerlo libremente. No se puede amar por imposición. Si descubres tu verdad, que es el amor, y la vives, harás un buen uso de la libertad.
Alguien podría pensar que el mismo razonamiento sirve para la tesis contraria. ¿Y si resulta que el ser humano está hecho para odiar? En este caso, el buen uso de la libertad consistiría en aborrecer a los demás. Sin embargo, en todas las tradiciones sapienciales (judía, cristiana, islámica, hinduista, budista, animista, etc.) se recoge la regla de oro de la ética: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti, es decir, ama a los demás como te amas a ti mismo. Y es una regla de la experiencia que son más felices los que aman que los que odian: basta con ver sus caras. Esta regla, además de un mandato ético para ser feliz, es una garantía: si amas a los demás, te aseguras de que te amas a ti mismo porque, si tu naturaleza es amar, la mejor manera de llevarte a plenitud es amando.
Vendría después la libertad de elección. Habiendo optado por el amor, toca ahora escoger cómo hacerlo. Estoy pensando ahora en elecciones de cierta entidad. La verdadera libertad de elección no consiste en elegir entre piña colada o cerveza. Como afirma Leonardo Polo, la escasa entidad de las elecciones deprime a la libertad. Y está claro que no todas las elecciones nos conducen al mismo destino.
Por último, estaría la que podríamos llamar libertad de acción, que es el grado de dependencia o autonomía para llevar a cabo las elecciones hechas, porque, habiendo optado por el amor y elegido una concreción del amor específica (el matrimonio, por ejemplo), falta todavía hacerse capaz de vivir ese amor. Tomás Melendo lo explica gráficamente: “La persona que no ha hecho operativa su libertad, extendiendo el imperio de la voluntad y del entendimiento al resto de sus facultades y potencias, la persona dominada por las pasiones, por el ambiente, por los vaivenes de un humor incontrolado, esa persona, si no lucha por dominarse, es incapaz de amar. Sólo quien ejerce el señorío de su propio ser puede, en un acto soberano de libertad, entregarlo plenamente a los otros, al hombre o mujer elegidos, a quien haya hecho objeto de sus amores”.
Por lo tanto, y dado que este es un blog dedicado a la familia, es indudable que el matrimonio y la familia son una opción por el amor que la libertad primero descubre, después elige y, con ayuda del resto de facultades humanas, logra con esfuerzo y competencia transformar día a día en ámbito de felicidad.
Una buena ayuda para conseguirlo es la formación continua (¡sí, también hay que formarse en el amor!), como la que este fin de semana ha empezado en el congreso digital Lovetalks: sexualidad y afectividad, de la IFFD, con más de 40 ponencias de los mejores expertos mundiales (salvo un dentista y un abogado −el que esto escribe− que se han colado en el plantel) que se pueden disfrutar durante seis meses. ¡Y aún está la inscripción abierta! [link a la web del congreso − clicar la pestaña de arriba a la derecha: comprar ticket]