Hay señales de que algo profundo está comenzando a cambiar en el mundo. Al menos esa es mi impresión
«Taking off is imminent» es lo que suele decir en voz no muy alta el piloto a la tripulación cuando el avión emboca la pista de despegue. Con esta expresión avisa a los tripulantes de cabina de que el despegue es inminente y que, por tanto, deben ocupar los asientos establecidos.
Yo estoy ya cerca de los 70 años y como filósofo siempre me ha interesado analizar y dar vueltas a lo que pasa. En este ya no corto espacio de tiempo me parece que no ha habido realmente muchos cambios decisivos. Para mí los cambios han sido básicamente dos: el primero, la caída del muro de Berlín como signo del agotamiento del imperio comunista y el segundo la universalización del teléfono móvil como muestra emblemática de la tecnología y la globalización. Aunque haya caído el comunismo, no han triunfado la democracia y la paz, sino más bien el imperio del espectáculo y el consumismo tecnológico individualista. Es verdad que en estos 70 años han caído y ascendido gobernantes, regímenes, empresas y proyectos, pero no me parece que estos cambios hayan sido realmente esenciales, sino más bien el natural desarrollo de procesos de larga duración.
Sin embargo, hay señales de que algo más profundo está comenzando a cambiar en el mundo. Al menos esa es mi impresión. Es un tanto vago, las señales son tenues, como pasa cada día con el amanecer, pero allí están y muchos comienzan a advertirlas: van desde las manifestaciones en tantas ciudades europeas contra la obligatoriedad de las medidas sanitarias hasta los ensayos de mis alumnos de 4º de carrera diciendo que están hartos de pornografía, de sexo casual y de todas esas cosas y que lo que quieren es amor, ternura y compromiso. Otras muestras son, por supuesto, el proceso imparable de educación de las mujeres a escala global y de su irrupción en el espacio público, la creciente conciencia ambiental, la revalorización de la amistad o el descubrimiento de la importancia de la familia y de los cuidados mutuos que nos ha mostrado la pandemia.
Cuando los ciudadanos de mi país −y de tantos otros− se quejan de que sus políticos les mienten casi sistemáticamente, lo que están diciendo es que quieren líderes que digan la verdad, que sean razonables, que hablen con claridad y no traten a sus ciudadanos como a menores de edad.
Me parece que se avecina un nuevo tiempo. En él serán palabras clave la libertad, la verdad, el amor, pero quizás en particular otras tres expresiones: la responsabilidad personal, la belleza compartida y el cariño o ternura afectuosa.
Esos signos tenues −que probablemente muchos no advertirán aturdidos quizá por sus dispositivos electrónicos− me parece que son el anuncio de que nuestro mundo está despegando.