Los tres evangelios sinópticos (Mt, Mc y Lc) recogen un breve episodio en el que unos niños son llevados a Jesús
Josep Boira, en omnesmag.com/
Los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) recogen un breve episodio en el que unos niños son llevados a Jesús. Así lo relata Marcos: “Le presentaban unos niños para que los tomara en sus brazos; pero los discípulos les reñían. Al verlo Jesús se enfadó y les dijo: ‘Dejad que los niños vengan conmigo, y no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios. En verdad os digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él’. Y abrazándolos, los bendecía imponiéndoles las manos” (Mc 10, 13-16). Otra escena muy parecida muestra a Jesús tomando a un niño y poniéndolo como ejemplo para sus discípulos, pues disputaban sobre quién era el mayor entre ellos: “Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 4).
Jesús y los niños
No pocas veces aparecen los niños como protagonistas en el Evangelio. Son un ejemplo para “esta generación” incrédula, que se parece a los que no responden a la invitación a cantar de unos niños (cfr. Mt 11, 16-17; Lc 7, 32). La alabanza de los niños cuando Jesús entra en el Templo indigna a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y Jesús sale en defensa de esa sincera y sencilla alabanza de los pequeños (cfr. Mt 11, 25), recordándoles las Escrituras: “¿No habéis leído nunca: ‘De la boca de los pequeños y de los niños de pecho te preparaste la alabanza’?” (Mt 21, 16; cfr. Sal 8, 2).
También a los niños Jesús ha alimentado en la multiplicación de los panes y los peces (cfr. Mt 14, 21; 15, 38). Es el Maestro su más valiente defensor ante quien los maltrate, también con el mal ejemplo: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno, y lo hundieran en el fondo del mar” (Mt 18, 6). En fin, Jesús exulta en acción de gracias, porque los pequeños son los destinatarios de la revelación de Dios Padre (cfr. Mt 11, 25).
Jesús y los padres
El episodio que comentamos, en Mateo y en Marcos, viene a continuación de la enseñanza de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio. Es significativa esta secuencia: una vez unidos para siempre el hombre y la mujer en el matrimonio, aparecen en escena los niños, fruto de esa unión.
Aunque el evangelista no indique quiénes llevan a esos niños cerca de Jesús, parece indicarlo el episodio anterior: los padres.
Son varios los relatos de milagros en que vemos a los padres suplicando a Jesús que cure a sus hijos. Jesús curó al hijo del funcionario real (cfr. Jn 4, 46-54); expulsó el demonio de la hija de la mujer sirofenicia (cfr. Mc 7, 24-30); y el demonio mudo del muchacho cuyo padre acudió a Jesús casi desesperado suplicando que lo curara (cfr. Mc 9, 14-29); resucitó a la hija de Jairo (cfr. Mc 5, 21-42). En todos estos episodios, en algún momento de la narración, se usan los términos que indican “niño” o “niña” (en griego, paidíon, thygátrion): con ellos no se pretende indicar la edad precisa (solo en el caso de la hija de Jairo se dice que tenía doce años), sino cómo los ven sus padres: son “sus niños” que están muriéndose.
Y así crecía la fama de Jesús que curaba a los más débiles, entre ellos a los niños. Es fácil imaginar, por lo tanto, a los padres que llevaban a Jesús a sus hijos pequeños, todavía débiles, para que los bendijera, para que, con la imposición de las manos, o con solo tocarlos, los proteja de las enfermedades y del poder del maligno.
Jesús y los discípulos
La enseñanza de Jesús a sus discípulos en este contexto es de gran trascendencia. Jesús llega a “enfadarse” (v. 14) porque los discípulos rechazan a los niños que se acercaban a Él. Nos puede sorprender esta actitud del Maestro. ¿Qué sentido puede tener?
Jesús es el verdadero Rey y Mesías de Israel. Él inaugura el Reino de los cielos y pide a sus discípulos que proclamen su llegada (cfr. Mt 10, 7). Una señal de que este Reino ha llegado son los niños, vistos en su condición esencial: son pequeños, débiles, dependen en todo del cuidado de sus padres. En ese sentido, Jesús se identifica con ellos: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37). Jesús se dirige al Padre llamándole Abbá (Mc 14, 36), con el balbuceo del niño que llama a su padre. Podríamos decir que Él es el más pequeño en el reino de los Cielos (cfr. Mt 11, 11). La condición esencial del niño es la de Jesús en su relación íntima con su Padre. Se puede entender mejor la gravedad de impedir que los niños se acerquen a Jesús. Es como impedir que se acerquen a Dios. Es más todavía: es como separar al propio Jesús de su Padre Dios. En el fondo, sin darse cuenta, los discípulos estaban rechazando a Jesús al impedir que los niños se acercaran a Él.
Es conmovedor fijar la mirada en Jesús rodeado de niños, jugando con ellos, sonriéndoles, preguntándoles sus nombres, su edad…; instruyéndoles para que sean buenos hijos de sus padres, buenos hermanos…; y hablándoles de su Padre del Cielo. Una escena terrena y celestial a la vez: aquel momento fue una clara manifestación de lo que ha de ser en la tierra el Reino de los Cielos, y un reflejo de cómo será ese reino en el más allá para aquellos que en la tierra se han comportado como niños delante de Dios.
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