El Papa en la catequesis de hoy: la sabiduría de los ancianos, antídoto contra el desencanto
Catequesis del Santo Padre en español
En nuestra reflexión sobre la vejez −seguimos reflexionando sobre la vejez−, hoy nos confrontamos con el Libro del Eclesiastés o Qohelet, otra joya que encontramos en la Biblia. En una primera lectura este breve libro impresiona y deja desconcertado por su famoso estribillo: «Todo es vanidad», todo es vanidad: el estribillo que va y viene; todo es vanidad, todo es “niebla”, todo es “humo”, todo está “vacío”. Sorprende encontrar estas expresiones, que cuestionan el sentido de la existencia, dentro de la Sagrada Escritura. En realidad, la oscilación continua de Qohelet entre el sentido y el sinsentido es la representación irónica de un conocimiento de la vida que se desprende de la pasión por la justicia, de la que el juicio de Dios es garante. Y la conclusión del Libro indica el camino para salir de la prueba: «Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal» (12,13). Ese es el consejo para resolver este problema.
Ante una realidad que, en ciertos momentos, nos parece acoger todos los contrarios, reservándoles el mismo destino, que es el de acabar en la nada, el camino de la indiferencia puede parecernos también el único remedio para una dolorosa desilusión. Preguntas como estas surgen en nosotros: ¿Acaso nuestros esfuerzos han cambiado el mundo? ¿Acaso alguien es capaz de hacer valer la diferencia entre lo justo y lo injusto? Parece que todo eso es inútil: ¿por qué hacer tantos esfuerzos?
Es una especie de intuición negativa que puede presentarse en cada etapa de la vida, pero no cabe duda de que la vejez hace casi inevitable ese encuentro con el desencanto. El desencanto, en la vejez, viene. Y por tanto, la resistencia de la vejez a los efectos desmoralizantes de ese desencanto es decisiva: si los ancianos, que ya han visto de todo, conservan intacta su pasión por la justicia, entonces hay esperanza para el amor, y también para la fe. Y para el mundo contemporáneo se ha vuelto crucial el paso a través de esta crisis, crisis saludable, ¿por qué? Porque una cultura que presume de medir todo y manipular todo termina por producir también una desmoralización colectiva del sentido, una desmoralización del amor, una desmoralización también del bien.
Esa desmoralización nos quita el deseo de hacer. Una presunta “verdad”, que se limita a sondear el mundo, sondea también su indiferencia hacia los opuestos y los entrega, sin redención, al fluir del tiempo y al destino de la nada. De esa forma −revestida de cientificidad, pero también muy insensible y muy amoral− la búsqueda moderna de la verdad se ha visto tentada a despedirse totalmente de la pasión por la justicia. Ya no cree en su destino, en su promesa, en su redención.
Para nuestra cultura moderna, que al conocimiento exacto de las cosas quisiera entregar prácticamente todo, la aparición de esta nueva razón cínica −que suma conocimiento e irresponsabilidad− es un contragolpe muy duro. De hecho, el conocimiento que nos exime de la moralidad, al principio parece una fuente de libertad, de energía, pero pronto se convierte en una parálisis del alma.
Qohelet, con su ironía, desenmascara esta tentación fatal de una omnipotencia del saber −un “delirio de omnisciencia”− que genera una impotencia de la voluntad. Los monjes de la más antigua tradición cristiana habían identificado con precisión esta enfermedad del alma, que de pronto descubre la vanidad del conocimiento sin fe y sin moral, la ilusión de la verdad sin justicia. La llamaban “acedia”. Y es una de las tentaciones de todos, también de los ancianos, de todos. No es simplemente pereza: no, es más. No es simplemente depresión: no. Más bien, la acedia es la rendición al conocimiento del mundo sin más pasión por la justicia y la acción consecuente.
El vacío de sentido y de fuerzas abierto por este saber, que rechaza toda responsabilidad ética y todo afecto por el bien real, no es inofensivo. No solamente le quita las fuerzas a la voluntad del bien: por contragolpe, abre la puerta a la agresividad de las fuerzas del mal. Son las fuerzas de una razón enloquecida, que se vuelve cínica por un exceso de ideología. De hecho, con todo nuestro progreso, con todo nuestro bienestar, nos hemos convertido verdaderamente en una “sociedad del cansancio”. Pensad un poco en esto: ¡somos la sociedad del cansancio! Teníamos que producir bienestar generalizado y toleramos un mercado sanitario científicamente selectivo. Teníamos que poner un límite infranqueable a la paz, y vemos sucesión de guerras cada vez más despiadadas contra personas indefensas. La ciencia progresa, naturalmente, y es un bien. Pero la sabiduría de la vida es completamente otra cosa, y parece estancada.
Finalmente, esa razón anti-afectiva e ir-responsable también quita sentido y energías al conocimiento de la verdad. No es casualidad que la nuestra sea la época de las fake news, de las supersticiones colectivas y las verdades pseudocientíficas. Es curioso: en esta cultura del saber, de conocerlo todo, hasta la precisión del saber, se han difundido tantas brujerías, pero brujerías cultas. Es brujería con cierta cultura, pero te lleva a una vida de superstición: por un lado, para avanzar con inteligencia en el conocer las cosas hasta las raíces; por otro, el alma que necesita otra cosa y toma el camino de la superstición y acaba en brujería. La vejez puede aprender de la sabiduría irónica de Qohelet el arte de desemascarar el engaño oculto en el delirio de una verdad de la mente desprovista de afectos por la justicia. ¡Los ancianos llenos de sabiduría y humor hacen mucho bien a los jóvenes! Los salvan de la tentación de un conocimiento del mundo triste y sin sabiduría de la vida. Y también esos ancianos devuelven a los jóvenes a la promesa de Jesús: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mt 5,6). Serán ellos los que siembren hambre y sed de justicia en los jóvenes. Ánimo, ancianos todos: ¡ánimo y adelante! Tenemos una misión muy grande en el mundo. Pero, por favor, no hay que buscar refugio en el idealismo no concreto, no real, sin raíces, digámoslo claramente: en las brujerías de la vida.
Saludo cordialmente a las personas de lengua francesa provenientes de Francia, Luxemburgo y Suiza, en particular a los seminaristas de Estrasburgo y a los peregrinos de la archidiócesis de Burdeos. La cultura moderna ha reducido la verdad a la ciencia exacta y a la tecnología, creando un mundo sin esperanza y sin amor. Pidamos al Señor que ilumine nuestra mente a través de la fe, para buscar siempre la justicia de Dios y dar un sentido a la vida. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los de Nigeria, Líbano y Estados Unidos de América. En la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre cada uno y sobre vuestras familias, el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. ¡El Señor os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua alemana. La solemnidad de la Ascensión, ya cercana, nos recuerda que Jesucristo volvió a la diestra del Padre, pero no nos dejó solos. Desde el Cielo está cerca de nosotros de un modo nuevo, porque mediante el Espíritu Santo Él vive en nuestros corazones. ¡Deseo que experimentéis su presencia en todo momento de vuestra vida!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que nos preserve del desencanto y nos conceda la sabiduría y el buen humor de los ancianos para no dejar nunca de trabajar por la justicia. Y también que hay un buen grupo de argentinos y en este día de la fiesta nacional de nuestra patria les envío un cordial saludo a ustedes y a todo el pueblo argentino. Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridísimos fieles de lengua portuguesa, os saludo a todos, en particular a los parroquianos de San Camilo de Lelis en la ciudad de Natal, y a los miembros de la asociación Regina fidei de São Paulo. Cuando el Hijo de Dios vino a nosotros, encontró el corazón abierto de la Virgen Inmaculada. Ella vivía como todas las mujeres de su tiempo pero, en la vida sencilla de cada día, estaba disponible para el Señor. Pidamos al Espíritu Santo el don de la docilidad a la voluntad de Dios. ¡Sobre todos descienda la bendición del Señor!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Los ancianos llenos de sabiduría y buen humor hacen mucho bien a los jóvenes. Los salvan de la tentación de un conocimiento del mundo triste y privado de sabiduría de la vida. Y los devuelven a la promesa de Jesús: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados». ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. Ayer celebramos la memoria de María Auxiliadora. En nuestras oraciones confiémosle de modo particular el deseo de paz de Ucrania y del mundo entero. Que la Madre de Dios nos enseñe la solidaridad con quien está probado por la tragedia de la guerra y obtenga la reconciliación de las Naciones. Bendigo de corazón a todos.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a las Hermanas Misioneras de la Caridad, el Centro Italiano femenino de Caserta, a la Empresa sanitaria Nápoles 3 Sur, y a la Escuela San Giuseppe al Trionfale de Roma.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. La fiesta, ya próxima, de la Ascensión del Señor me ofrece la oportunidad para saludaros a todos. Jesucristo, ascendiendo al cielo, deja un mensaje y un programa para toda la Iglesia: «Id pues y haced discípulos a todos los pueblos... enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado» (Mt 28,19-20). Dar a conocer la palabra de Cristo y manifestarla con alegría sea el ideal y el compromiso de cada uno en su respectiva condición de vida. A todos mi bendición.
Tengo el corazón desgarrado por la masacre en la escuela primaria de Texas. Rezo por los niños y adultos asesinados y por sus familias. Es hora de decir basta a la circulación indiscriminada de las armas. Trabajemos todos para que tales tragedias no vuelvan a suceder.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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