“Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos”
En el silencio hay ausencia de palabras, es cierto. Pero también los silencios entrañan una presencia, la presencia de un mensaje que no se ha dicho, pero que está ahí. Los silencios no son vacío de comunicación, sino que comunican algo que no se dice con palabras.
Así como hay palabras que no dicen nada, también hay silencios que lo dicen todo. Hay silencios que acusan y hay silencios que matan. Silencios que nacen de la imposibilidad, el miedo o el desconcierto y silencios que expresan poder supremo. Hay silencios prudentes y silencios que angustian. Silencios que nacen de la represión y silencios que liberan.
“Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos” -Quinto Curcio Rufo-
En realidad, podríamos hablar de todo un idioma hecho de silencios. Pero dentro de esas múltiples formas de silencio hay uno que es brutal, porque encierra un grito. Es el tipo de silencio que sobreviene después de una experiencia sobrecogedora, frente a la cual no hay palabras que logren describir lo que se siente.
El silencio y el horror
Los silencios que esconden gritos casi siempre están asociados al horror-terror
Se experimenta terror frente a un objeto o una situación identificables; puede ser un zancudo, un dictador, o un monstruo imaginario. En cambio, se experimenta horror frente a una amenaza latente, que proviene de un objeto que se insinúa, pero que no termina de definirse.
Es horror lo que se siente frente a “los seres del más allá”, o “el desastre”, o “la persecución”.
La imprecisión que sustenta el horror
Precisamente, lo indefinido de esas amenazas es uno de los factores que llevan a la instalación del silencio. ¿Cómo hablar de un miedo extremo, o de una aversión extrema, si ni siquiera es claro de dónde proviene, o exactamente qué daño puede causar? Solo se siente que es “algo terrible”, pero más allá de esto nada es claro.
Terror es lo que sientes si te encuentras al frente de un león furioso, en un paraje solitario. Horror es lo que experimentas cuando muere súbitamente alguien que amas y que es cercano a ti. En ambos casos aparece una suerte de estupor, pero en el horror se suma el peso de la imposibilidad de describir, de explicar.
El horror entraña esos silencios que esconden gritos. Las palabras no alcanzan para expresar la magnitud de todo aquello que se siente. Las palabras quedan en deuda. Todo lo que se dice parece inútil: ni libera del dolor, ni permite que otros comprendan hasta dónde llega.
En esos casos, parece que las palabras no sirvieran para nada. Por eso, la comunicación verbal es sustituida por silencios, pero también por lágrimas, por gestos de desagrado, por suspiros… Sin embargo, esas expresiones tampoco permiten superar el dolor, sino que son su reiteración.
El grito y la poesía
La palabra es la única fuerza capaz de otorgarle un nuevo sentido a nuestras vivencias. Es a través de la palabra como podemos darle un orden al mundo en nuestra mente y sacar de nuestro interior todas las formas de dolor que nos habitan. Desatascarnos, para poder seguir adelante.
El grito es nuestra primera expresión de vida al nacer. Con ese grito inicial anunciamos que ya estamos aquí, que hemos sobrepasado la primera gran ruptura de nuestras vidas. Nos hemos separado de nuestra madre y con el primer grito le decimos al mundo que necesitamos del mundo para seguir viviendo.
A veces, cuando ya somos adultos, sentimos que solo un enorme grito puede expresar lo que llevamos dentro. Solo una expresión desarticulada y desgarrada sería capaz de decir que somos un ser indefenso que necesita del mundo.
Sin embargo, no podemos ir por ahí gritando desaforadamente en esos trances extremos de la vida. Por eso, al grito que no logra abrirse paso se le sustituye con el silencio. Pero tanto el grito sordo, como el silencio mismo, hablan la imposibilidad de articular un discurso, o sea, un testimonio coherente sobre lo que nos ocurre.
¿Cuál es la salida entonces?
Necesitamos hablar y las palabras no alcanzan.
Cuando el lenguaje ordinario no sirve, la poesía se convierte en una urgencia. Y poesía no es solamente un conjunto de versos estructurados, sino que también hace referencia a todas las formas de expresión que se valen de los sentidos figurados para concretarse.
Poesía es el canto, el baile, la pintura, la fotografía, la artesanía. Tejer, coser, decorar, restaurar. Todo acto creativo que se lleve intencionalmente a cabo para darle forma al dolor que sentimos, vale como poesía…
También es poesía tallar, esculpir, cocinar… ¿Cocinar?… Sí, cocinar. ¿Alguien ha leído “Como agua para el chocolate”? Allí Laura Esquivel nos muestra a una mujer que transmite su dolor a los alimentos y logra que los demás lloren de delicia.
Allá donde las palabras se muestran insuficientes y donde el grito se ahoga, allá mismo está el germen de la poesía en todas sus formas. Es a ese lugar de nosotros mismos a donde debemos acudir cuando el dolor y el horror nos sobrepasan.
Edith Sánchez, en lamenteesmaravillosa.com/
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