El Papa en su catequesis sobre el sentido y el valor de la vejez, ha presentado la figura de Judit, una heroína bíblica
“De joven se había ganado la estima de la comunidad con su valentía. De anciana, la mereció por la ternura con la que enriqueció la libertad y los afectos, una anciana apasionada que llena de dones el tiempo que Dios le dona”.
Catequesis del Santo Padre en español
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy hablaremos de Judit, una heroína bíblica. La conclusión del libro que lleva su nombre −hemos escuchado un pasaje− sintetiza la última parte de la vida de esta mujer, que defendió a Israel de sus enemigos. Judit es una joven y virtuosa viuda judía que, gracias a su fe, a su belleza y a su astucia, salva la ciudad de Betulia y al pueblo de Judá del asedio de Holofernes, general de Nabucodonosor rey de Asiria, enemigo prepotente y despectivo de Dios. Y así, con su forma astuta de actuar, es capaz de degollar al dictador que estaba contra el país. Era valiente, esta mujer, pero tenía fe.
Después de la gran aventura que la ve como protagonista, Judit vuelve a su ciudad, Betulia, donde vive una bonita vejez hasta los ciento cinco años. Había llegado para ella el tiempo de la vejez como llega para muchas personas: a veces después de una vida de trabajo, a veces después de una existencia llena de peripecias o de gran entrega. El heroísmo no es solamente el de los grandes eventos que caen bajo los focos, por ejemplo el de Judit de haber asesinado al dictador, sino que a menudo el heroísmo se encuentra en la tenacidad del amor vertido en una familia difícil y a favor de una comunidad amenazada.
Judit vivió más de cien años, una bendición particular. Pero no es raro, hoy, tener muchos años todavía para vivir después de la jubilación. ¿Cómo interpretar, cómo aprovechar este tiempo que tenemos a disposición? Yo me jubilo hoy, y serán muchos años, y ¿qué puedo hacer, en estos años, cómo puede crecer −en edad va por sí solo− pero cómo puede creer en autoridad, en santidad en sabiduría?
La perspectiva de la jubilación coincide para muchos con la de un merecido y deseado descanso de actividades exigentes y fatigosas. Pero sucede también que el final del trabajo representa una fuente de preocupación y es esperado con algún temor: “¿Qué haré ahora que mi vida se vaciará de lo que la ha llenado durante tanto tiempo?”: esta es la pregunta. El trabajo cotidiano significa también un conjunto de relaciones, la satisfacción de ganarse la vida, la experiencia de tener un rol, una merecida consideración, una jornada completa que va más allá del simple horario de trabajo.
Por supuesto, hay un compromiso, gozoso y cansado, de cuidar a los nietos, y hoy los abuelos tienen un rol muy grande en la familia para ayudar a crecer a los nietos; pero sabemos que hoy nacen cada vez menos niños, y los padres suelen estar más distantes, más sujetos a desplazamientos, con situaciones laborales y habitacionales desfavorables. A veces son aún más reacios a confiar espacios educativos a los abuelos, concediéndoles solo aquellos estrictamente relacionados con la necesidad de asistencia. Pero alguien me decía, un poco sonriendo con ironía: “Hoy los abuelos, en esta situación socio-económica, se han vuelto más importantes, porque tienen la pensión”. Hay nuevas exigencias, también en el ámbito de las relaciones educativas y parentales, que nos piden remodelar la alianza tradicional entre las generaciones.
Pero, nos preguntamos: ¿hacemos nosotros este esfuerzo por “remodelar”? ¿O simplemente sufrimos la inercia de las condiciones materiales y económicas? La convivencia de las generaciones, de hecho, se alarga. ¿Tratamos, todos juntos, de hacerlas más humanas, más afectuosas, más justas, en las nuevas condiciones de las sociedades modernas? Para los abuelos, una parte importante de su vocación es sostener a los hijos en la educación de los niños. Los pequeños aprenden la fuerza de la ternura y el respeto por la fragilidad: lecciones insustituibles, que con los abuelos son más fáciles de impartir y de recibir. Los abuelos, por su parte, aprenden que la ternura y la fragilidad no son solo signos de la decadencia: para los jóvenes, son pasajes que hacen humano el futuro.
Judit se queda viuda pronto y no tiene hijos, pero, como anciana, es capaz de vivir una época de plenitud y de serenidad, con la conciencia de haber vivido hasta el fondo la misión que el Señor le había encomendado. Para ella es el tiempo de dejar la herencia buena de la sabiduría, de la ternura, de los dones para la familia y la comunidad: una herencia de bien y no solamente de bienes. Cuando se piensa en la herencia, a veces pensamos en los bienes, y no en el bien que se ha hecho en la vejez y que ha sido sembrado, ese bien que es la mejor herencia que nosotros podemos dejar.
Precisamente en su vejez, Judit “concedió la libertad a su sierva preferida”. Esto es signo de una mirada atenta y humana hacia quien ha estado cerca de ella. Esta sierva la había acompañado en el momento de esa aventura para vencer al dictador y degollarlo. Como ancianos, se pierde un poco la vista, pero la mirada interior se hace más penetrante: se ve con el corazón. Uno se vuelve capaz de ver cosas que antes se le escapaban. Los ancianos saben mirar y saben ver... Es así: el Señor no encomienda sus talentos solo a los jóvenes y a los fuertes; tiene para todos, a medida de cada uno, también para los ancianos. La vida de nuestras comunidades debe saber disfrutar de los talentos y de los carismas de tantos ancianos, que para el registro están ya jubilados, pero que son una riqueza que hay que valorar. Esto requiere, por parte de los propios ancianos, una atención creativa, una atención nueva, una disponibilidad generosa. Las habilidades precedentes de la vida activa pierden su parte de constricción y se vuelven recursos de donación: enseñar, aconsejar, construir, curar, escuchar… Preferiblemente a favor de los más desfavorecidos, que no pueden permitirse ningún aprendizaje y que están abandonados a su soledad.
Judit liberó a su sierva y colmó a todos de atenciones. De joven se había ganado la estima de la comunidad con su valentía. De anciana, la mereció por la ternura con la que enriqueció la libertad y los afectos. Judit no es una jubilada que vive melancólicamente su vacío: es una anciana apasionada que llena de dones el tiempo que Dios le dona. Yo os pido: tomad, uno de estos días, la Biblia y tomad el libro de Judit: es pequeño, se lee fácilmente, son diez páginas, no más. Leed esta historia de una mujer valiente que termina así, con ternura, con generosidad, una mujer a la altura. Y así yo quisiera que fueran nuestras abuelas. Todas así: valientes, sabias y que nos dejen la herencia no del dinero, sino la herencia de la sabiduría, sembrada en sus nietos.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa presentes en esta audiencia, en particular a los peregrinos de Francia y Costa de Marfil. La figura de Judit en su vejez, viuda y sin hijos, no se encierra en sí misma, sino que es una persona apasionada que llena de bien el tiempo que Dios le da para vivir. Nos corresponde dar a los ancianos la oportunidad de ofrecernos su experiencia y sabiduría adquirida a través de las alegría y pruebas de una vida larga y plena. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los provenientes del Reino Unido, Suiza y Estados Unidos de América. En la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre cada uno y sobre vuestras familias, el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. ¡El Señor os bendiga!
Queridos peregrinos de lengua alemana, os saludo cordialmente. Una vez más os invito a rezar el Rosario por la paz en el mundo. Que el Señor nos conceda experimentar su cercanía en las alegrías y en las dificultades de nuestro tiempo.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Está lleno de mexicanos. Los animo a vivir con generosidad el tiempo que Dios nos regala, dedicándolo a su servicio en la entrega a los demás, especialmente a las personas más frágiles y vulnerables. Pidamos esta gracia al Señor por intercesión de María, Madre de la Esperanza. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Mi saludo de bienvenida para los peregrinos de lengua portuguesa. Al recibiros, mi pensamiento se dirige también a cuantos en estos días se dirigen al Santuario de Fátima, llevando a la Virgen las alegrías y preocupaciones se sus corazones. Junto a esos hermanos nuestros, también nosotros encomendamos el ardiente deseo de paz en el mundo a la Virgen María, que a todos nos acoge con su mirada materna. ¡Que os acompañe siempre la bendición del Señor!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Los viejos pierden un poco la vista pero la mirada interior se hace más penetrante y se vuelven capaces de ver cosas que antes se escapaban. Esta imagen es el símbolo de lo que hace el Señor: no confía los talentos solo a los jóvenes y fuertes, sino que los da a todos según las capacidades de cada uno. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. El lunes celebrasteis la solemnidad de San Estanislao, obispo y mártir, patrono de vuestra Patria. Que este acérrimo defensor del divino orden moral, particularmente en esta semana de oración por las vocaciones, obtenga para todos los jóvenes el don del sabio discernimiento del camino de vida, de entrega a Cristo y fidelidad a los valores evangélicos. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a las Capitulares de las Hijas de San Francisco de Sales y de las Hermanas Maristas, a los nuevos sacerdotes de los Legionarios de Cristo con sus familiares, a los Rectores de los Seminarios Mayores de los territorios de Misión, y a la Asociación Padre Eusebio Chini.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. En este mes dedicado de modo especial a la Virgen, os invito a seguir el ejemplo de María, confiando en su materna intercesión, confiadamente abandonados en las manos del Señor, sostenidos por Aquella que en el Calvario permaneció fiel bajo la Cruz. Y quisiera disculparme porque hoy no podré ir a saludaros por mi rodilla: todavía está mal. Tendréis que caminar un poco hacia mí, pero es lo mismo y os recibo con el corazón en la mano. Gracias a vosotros. Y a todos mi bendición.
Dirijo un pensamiento especial al pueblo de Sri Lanka, en particular a los jóvenes, que en los últimos tiempos han hecho sentir su grito frente a los desafíos y a los problemas sociales y económicos del país. Me uno a las autoridades religiosas al exhortar a todas las partes implicadas a mantener una actitud pacífica, sin ceder a la violencia. Hago un llamamiento a todos aquellos que tienen responsabilidad, para que escuchen las aspiraciones de la gente, garantizando el pleno respeto de los derechos humanos y de las libertades civiles.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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