El legado de esta mujer bien merece un conocimiento directo de su vida y escritos −que me permito sugerir al lector−, más allá de la exigua semblanza de estas líneas
El amor entre los miembros de las familias hace que celebremos el santo o el cumpleaños de cada uno cuando llega su día. Así también en la Iglesia, Familia de Dios, conmemoramos a las hermanas y hermanos nuestros, reconocidos como santos. Algunos suenan más como Catalina de Siena, cuya fiesta celebramos el 29 de abril. Su figura me ha sugerido el título de estas líneas: mujeres contracorriente.
Con esta expresión me refiero a un posicionarse de la mujer frente a opiniones, tendencias o conductas más o menos generalizadas, y vividas sin mayores problemas ni cuestionamientos, pero contrarias a la verdad de una sana antropología y a los valores que engrandecen la vida, la convivencia y la dignidad humanas. En este sentido la figura de Catalina resulta más actual de lo que pudiera pensarse. Nacida en 1347, su vida fue tan intensa e impactante como breve, pues murió en Roma, en 1380 apenas cumplidos 33 años.
Para empezar, dos datos sorprendentes que quizá influyeron en la formación y virtudes humanas de la futura santa. El primero, muy llamativo: sus padres, de posición social media-baja, tuvieron veinticinco hijos y ella ocupaba el penúltimo lugar entre los hermanos. El ambiente de una familia así le ayudaría a despertar virtudes de reciedumbre, de mirar por los otros y salir pronto de sí misma: en una palabra, de prepararse para ir contracorriente.
El segundo dato la hace contemporánea nuestra porque su tiempo conoció, como el nuestro de hoy, una gravísima pandemia llamada la “peste negra”. Estalló en 1348, al año de nacer Catalina, y se prolongó muchos más. Se calcula que solo en Europa murieron unos 50 millones de personas, cifra muy superior a la nuestra del Covid-19, que ha supuesto alrededor de 6 o 7 millones en todo el mundo. Solo en Siena murió más de la tercera parte de la población. La futura santa, que ya desde joven se prodigaba en la atención y cuidado de enfermos, y huérfanos, tuvo ocasión de ayudar también a muchos menesterosos tocados por sucesivos brotes de la pandemia.
La he calificado de “mujer contracorriente” porque, a pesar de una vida tan breve, sus días transcurridos en una singular simbiosis de oración y de acción intensas, tuvieron repercusiones históricas de gran trascendencia. Permaneció virgen, como terciaria dominica, pero fuera del estado religioso. Su honda intimidad con Dios en la oración, lejos de alejarla del mundo, la hizo máximamente cercana a todos los problemas de su tiempo, involucrándose en la ayuda humanitaria como he recordado, y afrontando enérgicamente las dificultades que atravesaba la Iglesia.
Desde comienzos del siglo XIV, los graves problemas políticos, sociales y religiosos que venía arrastrando Europa, hicieron que los Papas abandonasen su residencia de Roma para fijarla en Avignon. Fue un período arduo y dificultoso, en el que Catalina se implicó hasta las cejas -por decirlo gráficamente- para que la residencia del Papado volviera a Roma y lo consiguió. Por la obligada brevedad de este artículo, apenas recordaré unas pinceladas de su decisiva acción “contracorriente”.
Hasta siete Papas residieron en territorio francés, desde 1309 hasta 1377 en que Gregorio XI regresó definitivamente a Roma. La santidad y buen hacer de Catalina influyeron en esa determinación. Como embajadora “de facto”, entre la República de Florencia y Aviñon, visitó al Papa en suelo francés para alcanzar la paz de Florencia con los Estados Pontificios. Por otra parte, las cartas que dictaba y sus palabras claras y sinceras tuvieron efectos positivos en el mejor gobierno de la Iglesia. Con fortaleza, pedía al Papa la reforma del clero y la mejora administrativa de los Estados Pontificios.
La oración de Catalina precedía y acompañaba sus misivas que llegaron a hombres y mujeres de toda condición, así como a muchas autoridades de las entonces repúblicas italianas, buscando la concordia entre ellas. El legado de esta mujer bien merece un conocimiento directo de su vida y escritos −que me permito sugerir al lector−, más allá de la exigua semblanza de estas líneas.
Con el sujeto plural “mujeres” que figura en el título, era mi intención ir más allá de santa Catalina y señalar otras mujeres que hoy día también van contracorriente, desafiando tópicos erróneos, falsos clichés y frases bonitas. Lo dejo ya para otro artículo. Cuando las ideas de este me rondaban en la cabeza, me hice de improviso esta pregunta: y la mujer contracorriente ¿nace, o se hace? Dos sucesos, casualmente coincidentes en el tiempo, me confirman que mujer se nace, pero eso de ir contracorriente cada una tiene que currárselo.
Uno de esos hechos ha sido recibir inesperadamente de un familiar, la foto que me ha llevado a encabezar este artículo. No me decía su origen; lo busqué en internet y lo he puesto en su pie. Confieso que la foto me dejó muy gratamente sorprendido; podría ser muy bien el símbolo de la futura mujer contracorriente, que se va haciendo ya desde pequeña. La niña de la foto debió imaginar y hacer tan real el sufrimiento del Señor portando la cruz, que se lanzó a socorrerlo. “Mirar por el otro”, “generosidad” y “entrega” serían las palabras adecuadas para calificar el talante de la pequeña. El otro suceso, análogo en su esencia al que acabo de referir, tuvo lugar un día antes de llegarme esa foto.
Me contaba Hugo, miembro de una cofradía de Semana Santa, que al final de una procesión repartía caramelos a un grupo de pequeños. Cristina, una niña de seis años, nada más recibirlos, le dijo: “¿Y no me das también para mi hermana?”. Hugo atendió con rapidez su petición. Dije para mis adentros: la actitud de esa niña, saliendo enseguida de sí misma y pensando en los otros, la está forjando ya para convertirse en el día de mañana −y quizá sin darse cuenta−, en una mujer contracorriente.