La fama de santidad de este joven fallecido en 2017 se está extendiendo poco a poco por todo el mundo, donde se han producido un número de favores gracias a su intercesión
«Brillante y especial pero muy normal…». Nació en el norte de Inglaterra. De madre sevillana y padre mallorquín, con solo 21 años Pedrito, como lo llaman en casa, podría convertirse en el primer santo británico del siglo XXI.
Todo empezó con unos fuertes dolores de espalda en las Navidades de 2014. Acababa de comenzar Ingeniería química en el Imperial College London, la mejor universidad en esta especialidad, y en sus planes estaba enrolarse en la Armada española. «De primeras no destacaba, pero cuando lo conocías te sorprendía. Con esa mente brillante y con mucho corazón, enseguida captaba dónde estaba tu conflicto, te lo solucionaba y te abrías porque te sentías querido». Así lo describe su padre, Pedro Ballester, de 54 años y médico cirujano en Manchester.
Pero su vida cambió de rumbo. Le descubrieron un cáncer de pelvis avanzado y durante los tres años de enfermedad empezaron a producirse hechos excepcionales. A partir de ahí, decidió ponerse al servicio de algo más grande: «Para Dios, lo que haga falta, donde sea».
Una vida de amor y entrega
De carácter extrovertido y recto a la vez, una mezcla de español y británico; deportista, aficionado a la pesca, a la naturaleza y a salir con los amigos. Sus hermanos Carlos y Javier recuerdan cómo las chicas más guapas siempre querían bailar con él en las fiestas del colegio. Una vida privilegiada y al mismo tiempo comprometida entre las nubes de Manchester y Londres y el sol de Sevilla y Mallorca.
Desde pequeño daba cariño sin excepciones, «trata a todos con la misma cortesía infalible, se lo merezcan o no», decía su profesora Mrs. Snelson, y atraía a niños de vida complicada. Un amigo ingresó en una orden religiosa, después de una conversación en la que le había puesto su vida patas arriba. Años más tarde se lo contaba en una carta a la madre de Pedrito. Esperanza Arenas, de 51 años y que trabaja como profesora de español en Manchester. Tiene grabadas las palabras de su hijo cuando se abrazó a él llorando en el momento en que les dieron la noticia: «Mamá, no te preocupes porque Jesús da la cruz a sus amigos y yo ya le he dado a él mi vida con mi vocación».
Alternaba estancias en el Hospital Christies y en Greygarth, la residencia donde vivía con otros numerarios del Opus Dei y no pudo continuar el primer curso de ingeniería que había retomado en la Universidad de Manchester. En el hospital se corrió la voz de que era muy especial. Una enfermera del turno de noche, con tatuajes y el pelo rapado, le confesó: «Pedrito yo también soy creyente, pero quiero ser católica como tú». Y así fue.
El primero en enterarse de que el cáncer era incurable fue su amigo Andy Taylor (30 años, profesor de Ciencias en Manchester). En febrero de 2017 le quedaba un año de vida, «fueron meses muy duros, cada vez tenía más dolor y perdía facultades… a veces no se tomaba la medicina, aunque tenía mucho dolor, para no quedarse dormido y poder estar con nosotros». Los amigos se turnaban para dormir con él. Andy, con la voz un poco rota, recuerda que «casi nos peleábamos por ayudarle… una noche se echó a llorar porque no quería ser una carga para nosotros».
A Carlos Ballester, (24 años, project manager en Manchester) le sale una sonrisa de entusiasmo cuando habla de su hermano mayor. «Como sabía que solo le quedaba un año, no quería perder el tiempo. Hablaba un poco de cómo llevaba la enfermedad y enseguida le preguntaba a los demás qué estaban haciendo con sus vidas».
Del Papa a la santidad
Pedrito le pidió a un amigo sacerdote argentino, Carlos Nannei, que le hiciera llegar una carta al Papa Francisco. No se sabe qué le decía Pedrito en esa carta, pero en pocos días el Papa lo recibía en Santa Marta. Todos esperaban el milagro, incluido su confesor, Joseph Evans, que vivió el último medio año de vida con Pedrito en la residencia. «Pedro sufrió muchísimo… físicamente muchísimo… ¡Incluso con dolor dejaba que entrasen en su habitación pensando en el bien que podía hacer a los demás!, tenía una visión sobrenatural de la vida». Llegó a perder 20 kilos, cada vez más cansado y la intensidad del dolor, aumentando a la vez que su deterioro físico. Primero con muletas, el último año en silla de ruedas y los últimos meses apenas salía de la cama. «Al final no podía moverse, con piernas como de elefante porque la circulación no le funcionaba. A veces le decía a su madre: 'No puedo más con el dolor', pero siempre acababa aguantando y ofreciéndolo», recuerda el padre Joseph.
Tardó en raparse porque no quería ser el centro de atención. Esperanza todavía puede sentir el tacto de su cabello entre sus manos. «Pedrito no se asustó, ni se perturbó con los efectos secundarios, a pesar de las dificultades que tenía para respirar y comer o con la pérdida de movilidad de las piernas… Estuvo muy tranquilo y muy alegre. Aceptó la enfermedad como una circunstancia más de su vida».
Los últimos días, ya inconsciente, «llegaba mucha… mucha gente a su dormitorio y se imponía un ambiente de silencio casi sagrado», asegura el padre Joseph. El día de su fallecimiento, Tom, otro amigo del hospital, enfermo de cáncer, en su lecho de muerte, pidió que lo bautizaran. La fama de santidad de Pedrito se está extendiendo poco a poco, sobre todo en Inglaterra, España y Alemania, donde se han producido un mayor número de favores gracias a su intercesión, como la curación de un joven con cáncer en Lanzarote o una chica en Sevilla que después de dos abortos naturales va a ser madre. Aunque también se están obteniendo favores en lugares más remotos como Kenia, Brasil o Vancouver, donde un moribundo ha recobrado la fe, y hay gente que está encomendándose a él sin ni siquiera conocerle.
Ingeniero químico a título póstumo
La Universidad de Manchester le otorgó el título de Máster en Ingeniería química a título póstumo, por sus cualidades excepcionales, algo que ha ocurrido por primera vez en la historia de esta facultad. Una muestra de la huella que dejó Pedrito en tan solo unos meses.
El año que viene podrá iniciarse el proceso de beatificación porque, según su confesor, «supo convertir el dolor en oración y por los frutos después de su muerte», que serán señal de santidad. «Mucha gente está asombrada de todo lo que está pasando, pero para mí esto no es una sorpresa», asegura Carlos. «Pedro ya en vida atraía a muchas personas y ahora va a llegar a más gente… Como ha llevado una vida muy santa, están seguros de que está cerca de Dios y van a acudir a él, a rezarle. Dicen: '¡Voy a pedírselo a Pedrito!'»
Cristina Muñoz Osuna, en eldebate.com/
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