El agradecimiento, para que sea sincero, debe ir acompañado de admiración y colaboración
Acabo de estar en el Santuario de Fátima, en casa de la Virgen, y vuelvo lleno de paz y de alegría. Estar unas horas junto a María, en su casa, mirarla y escucharla, dejar todos los fardos y trapos sucios en su lavandería es una maravilla. Recordaba las palabras que allí pronunció el papa Francisco el día del centenario de las apariciones: “Tenemos una Madre”. Y qué bien se está junto a la Madre.
Aunque estuve atendiendo a dos grupos de peregrinos, hice el viaje con una familia y nos alojamos en un apartamento, en él hicimos vida familiar. Entre los muchos detalles simpáticos me quedo con este: todos cocinamos, fregamos, hicimos las compras, recogimos; en definitiva, procuramos servir a los demás. El resultado fue magnifico. El trabajo del hogar tiene la virtud de hacer la vida agradable a los otros. Cuando es empeño de todos es más llevadero y agradable. Si lo hacemos por amor a los nuestros nos realiza completamente.
Hoy, uno de mayo, celebramos muchas cosas importantes: el día de la madre, el del trabajo puesto bajo el patrocinio de san José obrero, comienza el mes de María, seguimos en Pascua. Y creo que lo que puede unir tantas efemérides es el trabajo. Especialmente el del hogar, ese que con tanto amor desempeñan las madres y en el que todos podemos colaborar, chicos y grandes, sanos y enfermos, varones y mujeres. El trabajo tiene una gran importancia en la antropología humana y en la vida espiritual, nos realiza como personas.
El cómo trabajamos nos retrata. Basta fijarse en el modo cómo trabaja una persona para saber mucho de ella: si es ordenada, trabajadora, si pone interés, si lo hace bien, cómo trata a sus compañeros, si cuida los detalles y la buena terminación, la capacidad de aguante, si es discreta… asomándonos al banco de trabajo de alguien nos hacemos cargo de su valía humana.
Por esto nos relata el Evangelio: “estaban juntos Simón Pedro y Tomás −el llamado Dídimo−, Natanael −que era de Caná de Galilea−, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: Voy a pescar, le contestaron: Nosotros también vamos contigo”. Pasados los días de la Resurrección los apóstoles regresan a su trabajo y, en él, volverán a encontrarse con Jesús. Pero lo sombroso es que encuentran al Maestro en plena faena preparándoles el almuerzo: “Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez encima y pan. Jesús les dijo: −Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora… Venid a comer”. El trabajo es connatural en el círculo de Jesús, un trabajo con sentido de servicio, especialmente a la familia.
En buena ley, el trabajo y la familia van unidos, y no tiene otro sentido que el de servir a la familia. Actualmente parece que se ha roto esta armonía y ahora familia y trabajo son irreconciliables. Además, por no sé qué razones se ha desprestigiado el trabajo del hogar. Parece que llevar adelante una casa, cuidar a los nuestros, servir a los que amamos desdice de la persona. Coinciden la crisis del trabajo y la de la familia y, aunque resulte extraño, la pérdida del sentido de la familia conduce a la del trabajo.
Mirando a María y a José, criaturas excepcionales, cantadas y admiradas por miles y miles de personas, podemos reencontrar el precioso sentido del trabajo del hogar, propio del genio femenino, pero todo un reto también para el varón. Distintos, pero complementarios, nos podemos ayudar a servir a los que queremos, a hacernos la vida agradable, mostrarnos el amor con obras, con detalles, con agradecimiento, valorando la mejor profesión que existe, la más prestigiosa, la de sacar adelante un hogar, la de cuidar el nido y sus habitantes.
Hay cosas que no tienen precio: el amor no se puede comprar. Nunca la sociedad podrá retribuir justamente el trabajo de la casa que tanto repercute en su buena marcha, pero lo que sí podemos hacer nosotros es agradecerlo y ponerlo en valor. Si el mundo no es consciente del sacrificio de las madres y mujeres que cuidan de él, lo haremos nosotros. ¡Gracias por vuestro amor, por vuestro sacrificio silencioso, por tantos mimos y cuidados! ¡Gracias, Dios mío, por el genio femenino! ¡ Gracias por ese gran invento divino que son la madres!
El agradecimiento, para que sea sincero, debe ir acompañado de admiración y colaboración. Todos podemos servir a los nuestros en las tareas del hogar. Recuerdo con admiración las muchas veces que mi padre se encerraba en la cocina, cansado a la vuelta del trabajo, y le ayudaba a mi madre fregando la vajilla. Los niños también pueden ayudar, y esto les hace más responsables, les mete en casa, aprenden el sentido del trabajo, que es servicio. Nada engrandece más que el trabajo considerado como un servicio.