La persona es el protagonista de la vida social: posee una inalienable dignidad no cedible a nadie
Las Provincias
Sólo una sociedad de emprendedores, de hombres creativos lanzados al bien común, de sujetos generosos incapaces de la usura, de sociedades con praxis de buen gobierno, seremos aptos para salir de esta crisis económica y de la humana: más honda y causa de la primera
Hace unos años, me dirigí a un amigo adinerado solicitando ayuda para una tarea de gran contenido social. Su respuesta negativa me hizo pensar ─entonces y ahora─, porque afirmó que para esas faenas ya existe el Estado, la Autonomía, etc. Mi reflexión venía ocasionada porque seguramente esperamos demasiado del Estado, y no precisamente de la subsidiaridad que debe impulsarle a llegar donde la sociedad no llega, pero de ningún modo a sustituirla.
Siempre me ha gustado más la expresión Sociedad del Bienestar que Estado del Bienestar. Éste es bueno para todos, muy especialmente para los más necesitados, pero los estatismos reinantes en Europa ─sean cual sea el signo político del gobernante─ acaban con la creatividad, impulso y capacidad de emprender de muchos ciudadanos y de sociedades menores. Desgraciadamente, ahora estamos comprobando el error de tal régimen. Y digo desgraciadamente, no por el descubrimiento del yerro, sino por las consecuencias sufridas por tantos y tan hondamente.
Pío XI afirmó que no se debe usurpar a los individuos sus posibles realizaciones para darlas a las comunidades, ni tampoco ha de apropiarse el Estado de lo que logran acometer las sociedades menores. La razón reside en que la persona es el protagonista de la vida social: posee una inalienable dignidad no cedible a nadie. Es ella quien configura la sociedad y, en último término, el Estado. Y no al contrario, como viene sucediendo. Cada uno es muy libre de ser estatista cuando lo desee, por ejemplo en el campo de la enseñanza, aunque existan muchos centros educativos estatales semivacíos, con más gastos de personas y dinero o televisiones inviables. Allá él. Pero peor que los problemas económicos originados, es la desertización de la iniciativa personal y social.
Estamos bien porque estamos muy mal. Bien, para observar con mejor claridad que el orden social debe subordinarse a lo conveniente para la persona, capaz de crear entidades que busquen el bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido. Ese bien común no es una simple suma de bienes particulares, sino algo indivisible y que solamente juntos podemos alcanzar, acrecentar y custodiar. Siendo prioritaria la persona, ha de saber que no debe buscar su realización sólo en sí misma, no puede prescindir de su ser "con" y "para" los demás. Esta realidad le impone no una simple convivencia, sino la búsqueda incesante del bien que se encuentra en las formas de vida social existentes.
Lo que vengo comentando tiene una excepcional aplicación al amplio mundo laboral, pues el hombre es sujeto del trabajo como persona. En su sentido objetivo, el trabajo ─actividades, recursos, técnicas de producción─ es muy variable porque el hombre inventa, crea, da vida a diferentes modos de elaboración, investiga, etc. En cambio, la dimensión subjetiva es estable porque, aunque muden los avances, no se altera la dignidad del ser humano.
Pues bien, es la hora de la sociedad tanto en un sentido como en otro: no podemos esperar sólo del Estado ni las mejoras en la actividad laboral ni el cuidado de la plenitud de la persona. A mi modo de ver, ni podemos ni debemos esperarlo. Hay razones ya expuestas sucintamente pero, además, está el claro fracaso del estilo en que hemos venido actuando. Así como hablamos del fiasco de los sistemas comunistas con el apellidado socialismo real, no es malo que descubramos esta especie de herencia constituida por el estatismo que padecemos, adrede y progresivamente ignorante de la persona y de la sociedad, hasta llegar a confundirla con el mismo Estado.
Sobre esa privativa dignidad de la persona trabajadora ─siempre haciendo algo para alguien─ ha de cumplirse esta hora de la sociedad. No es tarea fácil, porque no lo son ni las condiciones económicas ni un modo de vida habituado a que el Estado ejecute todo, en lugar de pensar en él como un ente subsidiario de las personas y de la sociedad para llegar donde ellos no alcanzan. Y las cosas surgen cuando nos ponemos a ello.
No saldrán confundiendo lo público con lo estatal porque no hemos aprendido a valorar la dimensión pública de todo trabajo y de cualquier sociedad, también porque con no poca frecuencia lo no estatal ha sido sinónimo de enriquecimiento quizá no muy limpio. Aunque ahora andemos de susto en susto por la corrupción de personas en entidades estatales. Sólo una sociedad de emprendedores, de hombres creativos lanzados al bien común, de sujetos generosos incapaces de la usura, de sociedades con praxis de buen gobierno, seremos aptos para salir de esta crisis económica y de la humana: más honda y causa de la primera.
Vamos a dejar de esperarlo todo del Estado y advirtamos cada uno qué tareas puede emprender sin esperar a tiempos mejores. Estamos en una tierra en la que hay muchas gentes idóneas. Es su hora, el momento de crear empresas que sean auténticas sociedades de personas, aunque los tiempos sean malos; precisamente porque son malos. El reciente Premio Cervantes ha declarado que detesta "el realismo plano de vuelo rasante".