Tenemos la ilusión de que el cielo nos sea propicio y podamos acompañar al Señor
El primer cortejo procesional de la Semana Santa viene de lejos. Hay que remontarse al siglo primero en Jerusalén y sucede en vida de Jesús. La ciudad que entregará al Señor al suplicio de la Cruz lo acompaña unos días antes en su entrada triunfal a Jerusalén. Todo es improvisado, pero la iniciativa es de Jesús: “Id a la aldea de enfrente; al entrar en ella, encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado nunca.
Desatadlo y traedlo.” Ese borriquillo será el primer paso de Cristo, sobre él cabalgará nuestro Dios. El cortejo lo forman los discípulos y los niños y pobres que llenan las calles de Jerusalén en vísperas de la Pascua, gente sencilla que aclama:” Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas”.
Es una procesión preciosa con todos sus adornos: ramos de olivo, palmas y alfombras hechas con los propios vestidos. Vítores y cánticos son el acompañamiento musical, a los que se añadiría alguna bocina, trompeta y pandero. Un cortejo alegre y sencillo, espontáneo y lleno de piedad. Hay muchas ganas de Semana Santa, ya van tres años de espera. Tenemos la ilusión de que el cielo nos sea propicio y podamos acompañar al Señor en su pasión por nuestras calles. Serán unos días intensos de fe, de belleza, de tradición. Una ocasión estupenda para acompañar al Señor en su vía dolorosa y, con él, a todos los que sufren y llevan su cruz.
La borriquita en la Entrada Triunfal dejará de ser la protagonista del cortejo y cederá paso a la Sagrada Cena, Oración en el Huerto, Prendimiento, Buen Suceso, la Sentencia, Presentación, Agonía y Sangre, la Vera-Cruz, el Vía Crucis, Pasión, Piedad y Misericordia, la Santa Faz, Calvario, el Nazareno y el Caído, Caridad, el Cristo de Gracia y Buena Muerte, Expiación, Conversión y Descendimiento, Sepulcro y Resucitado. María acompañará a su Hijo como Dolores y Soledad, Angustias y Paz, Estrella, Merced y Esperanza. Contemplaremos a Cristo en sus Lágrimas, Penas y Rescatado, todo Amor. Veremos el realismo de su pasión en la Universitaria, alcanzaremos el Perdón y el remedio de Ánimas.
La Cruz está omnipresente estos días, realmente nos acompaña siempre. Cuando la contemplamos llevada pacientemente por el Maestro ya no es un instrumento de tortura: “escándalo para los judíos, locura para los paganos”. Tiene un sentido, ciertamente difícil de entender, pero la ciencia de la Cruz nos muestra el amor. Un amor infinito que siempre perdona, que es generoso, que no se pasa, que nos rescata y acompaña siempre.
Viendo desfilar las estaciones de penitencia, participando en ellas como costaleros, acólitos o nazarenos rendimos honor a la Cruz. No cabe duda de que nuestras procesiones son culto, fe, religión. Su cuidado: la belleza de pasos y tronos, el arte de las imágenes de los titulares, el buen hacer de capataces y costaleros, la devoción de los nazarenos, la música, el incienso, las flores y la cera, su paso solemne por nuestras calles y plazas dan gloria a Dios. Es fe hecha cultura, tradición. Es belleza, sentimiento y armonía. Es oración.
Salir de estación de penitencia, pararse a contemplar la belleza de un Cristo o de una Virgen, portar las imágenes, adornarlas y vestirlas, disfrutar de la belleza de un paso bien llevado, de una buena marcha procesional… despierta nuestra sensibilidad, abre los ojos a la fe, nos humaniza y enraíza con nuestras tradiciones, nos hace pueblo que camina junto a los hermanos, marca una dirección a la vida, un norte. Es un antídoto contra el relativismo, la vida plana, el individualismo, la zafiedad.
Estamos acompañando al que abraza la Cruz para rescatarnos y redimirnos. Le agradecemos su entrega y amor, el perdón que nos otorga. Procuramos darle un poquito de amor, hacer de cirineos y ayudarle a llevar la cruz. Gritamos que queremos que reine en nuestros corazones y hogares, en nuestras calles y poblaciones.
Sabemos que la vida no es fácil, no lo fue tampoco para el Señor, pero sabemos que podemos ser felices y, sobre todo, que podemos hacer que lo sean los demás. La felicidad, como la vida, es compatible con la Cruz. En ella alcanza su sentido. El buscar la comodidad, el bienestar, el capricho, la fiesta continua; renunciar a la Cruz, al dolor y al esfuerzo no nos hará ni más felices ni más humanos. El reto del cristianismo, su locura es la de hacernos felices siempre: cuando todo va bien y cuando las cosas se tuercen, los viernes por la tarde y los lunes por la mañana, con salud o enfermedad, ricos o pobres.
Enseña san Pablo: “nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.