Escrito por Agustín Echavarría, entrevistado por Danila Andreev
“A todos, en distintos momentos de la vida nos toca sufrir, en mayor o en menor medida. Y, finalmente, todos morimos. La pregunta, entonces, no es si podemos evitar sufrir o no,sino si sufrimos con sentido o sin él”
¿A quién le gusta sufrir? A lo mejor, a alguna pobre persona que padezca cierta enfermedad psíquica o bien a algún infeliz con graves problemas de autoestima. El caso es que, de normal, no nos gusta sufrir ni ver sufrir a los demás. Es más, a veces nos decimos: “Este dolor, esta desgracia, este mal no deberían existir…”. A la vez, sentimos lo contrario y lo pensamos acerca del bien: “Este amor, esta alegría deberían durar para siempre”. Parece que es una intuición acertada: el bien es el vivir y ser, mientras que el mal es lo contrario. Y si Dios es el bien absoluto que rige el mundo, ¿cómo puede haber mal? ¿Cómo es que lo puede permitir? ¿Es un castigo suyo? ¿Una muestra de su indiferencia hacia la humanidad? ¿O una manifestación de que no existe? En fin, en búsqueda de respuestas, hemos tenido esta preciosa conversación con el profesor Agustín Echavarría junto al famoso pozo del Campus Universitario.
A veces existe la idea equivocada de que si Dios existiera, no tendría que haber ningún mal en el mundo. Como si Dios fuera una especie de mago que hace que todo vaya siempre bien, que el mundo sea perfecto y que nadie sufra nunca. Es una idea un poco ingenua o mas que lamentablemente a veces comparten los propios teístas, los cual lleva a pensar que la creencia en la existencia de Dios es una posición infantil o pueril. Pero no es así. Que exista Dios, incluso uno absolutamente bueno y todopoderoso no implica de suyo que no haya mal. Dios, sin querer el mal, incluso queriendo eliminarlo, y dándonos los medios para evitarlo, puede tener razones para permitirlo o para no querer impedirlo en determinadas circunstancias. ¿No es así en el caso del gobierno de las cosas humanas? A veces es necesario tolerar o permitir ciertos males si uno no quiere suprimir bienes mayores. Por ejemplo, si un gobierno quiere evitar que existan mentiras, entonces tendría que suprimir la libertad de expresar los propios pensamientos e ideas, y este es un bien mayor que un gobernante debería preservar. Lo mismo puede pensarse que sucede con Dios y su gobierno providente del mundo.
¿Y qué pasa con las enfermedades o cataclismos? ¿El mal puede ser neutral?
Los cataclismos, como terremotos, enfermedades, pandemias, etc., son parte del orden de la naturaleza física. En ese sentido, podemos pensar que en sí mismos no representan un mal. Los consideramos males en la medida en que nos afectan e impiden ciertos bienes, como la salud, la vida, etc. En ese sentido, no son nada neutrales, son un verdadero drama y no se los puede minimizar. No es consuelo para alguien que le toca padecer una enfermedad o la muerte de un ser querido que le digamos que es parte de la naturaleza. La pérdida es un mal real, y es normal experimentarla como tal, porque por naturaleza nadie quiere sufrir.
El mal del sufrimiento: ¿de qué sirve sufrir?
Ese es un punto importante. Hay un dato que es un hecho y es que en esta vida el sufrimiento es inevitable. A todos, en distintos momentos de la vida, nos toca sufrir, en mayor o en menor medida. Y finalmente todos morimos. La pregunta entonces no es si podemos evitar sufrir o no, sino si sufrimos con sentido o sin él. Todos los grandes filósofos han visto en esto una opción radical. O al sufrimiento no se le puede encontrar ningún sentido, y entonces la existencia misma es absurda, o si, por el contrario, la existencia tiene un sentido, entonces el sufrimiento tiene que tenerlo también, aunque no siempre seamos capaces de encontrarlo. Naturalmente que la posibilidad de encontrar un sentido al sufrimiento está vinculada con tener una perspectiva trascendente de la existencia. Si esta fuera la única vida, entonces el sufrimiento es un mal absoluto del que hay que buscar escapar a toda costa.
Por otro lado, la tentación del creyente es querer encontrar un sentido demasiado lineal en los acontecimientos, y entonces interpretar todo sufrimiento como un castigo o como un mensaje unívoco de Dios, cuando en realidad la mayoría de las veces el sentido del sufrimiento no se descubre hasta el final, porque se trata de un proceso que tenemos que experimentar por completo.
No hay mal que por bien no venga: ¿es posible sacar bien de todo mal?
Yo creo que si uno tiene una perspectiva trascendente de la existencia, no hay ningún mal que sea tan absoluto que no pueda obtenerse ningún bien a partir de él. Más para Dios. Pero esto no quiere decir que Dios use los males como medio para obtener bienes mayores, como si fuera una especie de titiritero maquiavélico que instrumentaliza nuestra libertad y nuestro sufrimiento para fines que nada tienen que ver con nuestro bien. Dios no quiere el mal, porque este es un no ser, una ausencia de perfección, y Dios es la causa solo de lo que tiene algún ser o perfección. Él lo permite porque respeta nuestra naturaleza, que es falible. Pero una vez que el mal se produce, puede servir de ocasión para obtener bienes que quizás de otro modo no se habrían producido. Vemos que muchas veces nosotros somos capaces de hacer esto: de sacar el bien de situaciones que en principio parecían desfavorables y desoladoras. Mucho más cabe suponer que Dios, que es omnipotente y providente, es capaz de hacerlo.