Mantengo una visión positiva de la vida, pero veo mucha somnolencia, indiferencia y pasividad
La doctora Marian Rojas Estapé comenta en su delicioso libro “Encuentra tu persona vitamina que propiamente no hay personas tóxicas”, sí algunas que nos intoxican con cortisol: “son aquellas con las que pasar un rato nos hace sentir mal. Incluso tras su marcha quedamos con una sensación de irritabilidad, tristeza y vacío”. Pero la pregunta va más allá: ¿existe la toxicidad en estado puro?, ¿existe el mal?
Acabo de leer Los demonios, de Dostoievski; aquí novela un hecho que vivió: el asesinato de un miembro de una célula terrorista a manos de los otros del grupo, instigados por su cabecilla. Escribe: “convenza a cuatro miembros del círculo para que maten al quinto so pretexto de que va a denunciarles, y entonces les tendrá a todos como amarrados en un nudo, por la sangre derramada. Se convertirán en esclavos de usted y no osarán rebelarse ni pedir cuentas. ¡ja, ja, ja!”. El personaje, Piotr, es un gran manipulador, tóxico en estado puro. Ha hecho la elección del mal.
Tal como explica la psiquiatra Rojas Estapé, estoy convencido de que la toxicidad pura no es normal, no es humana; pero sí veo la presencia de un mal, que no puede ser sino hijo del Demonio. No me cabe en la cabeza tanta maldad, oscuridad, desarmonía y fealdad juntas. El personaje de marras de la novela explica su objetivo: “el de socavar sistemáticamente los cimientos del Estado, a fin de destruir sistemáticamente la sociedad y todos sus principios, desmoralizar a todo el mundo y convertir todo en un revoltijo, tomar las riendas de la sociedad…”. Palabras proféticas.
No cabe duda que, tras el afán de deconstruir la sociedad, más allá de las ideologías, hay intereses satánicos. El tufillo de azufre no es difícil de captar, pero por lo visto el covid-19 sigue anulando el olfato. ¡Lo que nos faltaba! Mantengo una visión positiva de la vida, pero veo mucha somnolencia, indiferencia y pasividad. Es mucho más alarmante el avance del mal que el de la variante Ómicron; la flauta de Hamelin tiene a muchos encantados.
La posición de defensa a ultranza del aborto por muchos presidentes de naciones “civilizadas”, la plaga de la pederastia-pornografía-sexo a lo loco, la desmembración galopante de la familia, la pobreza… son buscadas, quizá con el fin de hacer daño al hombre y así herir a su Creador.
Pero fijémonos en la toxicidad cercana, la que podemos respirar o transmitir nosotros. Las lecturas de la misa recogen el himno al amor de san Pablo: “El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es maleducado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca”. Y el Evangelio nos muestra a los paisanos de Jesús intentando lincharle: “se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo”. Unos “pacíficos ciudadanos” atentando contra el mejor Hombre del mundo, el que es todo Amor.
Podemos ver qué elecciones hacemos. Afirma Jeremías: “Dos son los pecados que ha cometido mi pueblo: Me han abandonado a mí, fuente de agua viva, y han cavado sus propias cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”. ¿Qué destilo yo? ¿Qué tengo dentro de mí: paz, gozo o estoy envenenado? ¿Qué perciben los demás en mí?
Manifestaciones de envenenamiento son: el egoísmo, la negatividad, la envidia, el victimismo, la amargura, el juzgarlo todo y a todos y verlos en falta, la crítica negativa, usar y manipular, ser controlador. No hace falta tenerlas todas; pero solo con alguna, ya tenemos suficiente para hacer infelices a los que nos rodean. La buena noticia es que puedo cambiar, me puedo curar; puedo hacer un reset profundo y volver al estado de fábrica.
Si noto esa amargura tendré que pedir ayuda, acudir a un buen profesional con sentido común y profundo de la vida: una persona de fe. Que se den las dos condiciones juntas no es frecuente –la locura es pandemia–, pero existen. También viene bien una cura de silencio, de tranquilidad, de reflexión. Y, por supuesto, hablar con un buen sacerdote y confesar. La confesión es el mejor tratamiento anti pecado, la que ahuyenta al demonio: ponerse de rodillas humildemente y reconocer el pecado, arrepentirse y hacer penitencia. La ventaja que tiene este tratamiento es que es gratuito y muy eficaz. No podemos ser personas tóxicas para los nuestros.
También es aconsejable apartarnos, tomar distancia, protegernos de las personas que son así. Es bueno para nosotros, para no contagiarnos, para que la sociedad esté más sana, y para no recargar más de mal a quien es fuente de toxicidad.