La recta consideración del cuerpo es una clave para entender adecuadamente los diversos aspectos de nuestra vida personal
Para defender un proyecto de ley proabortista, cierto ministro de Justicia condensó su razonamiento en esta frase: "La mujer tiene un cuerpo y hay que darle libertad para que disponga de él y de cuanto en él acontezca". A primera vista, parece un razonamiento lógico y concluyente. Si lo analizamos con un método bien aquilatado, descubrimos la profunda razón que ha llevado a la mejor Antropología Filosófica a pulverizarlo desde hace casi un siglo.
El uso del verbo tener es adecuado para expresar relaciones de posesión, que sólo tienen sentido respecto a objetos. Yo puedo tener un ordenador, una finca, una casa, un traje... Pero no tengo cuerpo; soy corpóreo. Si queremos descubrir el abismo que media entre ambas expresiones, debemos afinar la sensibilidad para adivinar el modo de ser de las realidades que parecen objetos pero superan la condición de tales. Sólo así conseguiremos cambiar la mentalidad "objetivista" por otra "relacional".
Paso de las realidades cerradas a las realidades abiertas
Para realizar este giro, debemos tener en cuenta que nuestra vida personal consiste básicamente en convertir las realidades cerradas en realidades abiertas. Esta actividad suscita una serie admirable de transfiguraciones.
Con la tabla puedo hacer lo que quiero: venderla, canjearla, manejarla a mi antojo, porque es una realidad delimitable, pesable, agarrable, situable en un lugar o en otro. Con el tablero en cuanto tal, es decir, en cuanto estoy jugando en él un determinado juego, no debo actuar arbitrariamente: he de respetar las normas que dicta el reglamento. Si convenimos en que la tabla como objeto pertenece al nivel 1, el tablero -como campo de juego- pertenece al nivel 2. Ya hemos descubierto dos tipos de realidades -objetos y ámbitos- y dos actitudes distintas respecto a ellas: la de simple manejo y la de colaboración respetuosa.
Antes de entrar en relación con él, el poema era distinto de mí, distante, externo, extraño, ajeno. Al asumir sus posibilidades estéticas y declamarlo, el poema se me vuelve íntimo, sin dejar de ser distinto, pues nada hay más íntimo a nosotros que aquello que nos impulsa a actuar y da sentido a nuestra actividad. De esta forma, el poema deja de estar fuera de mi, en un lugar exterior a mí. Él y yo formamos un mismo campo de juego. En eso consiste ser íntimos. La unión de intimidad sólo es posible en el nivel 2, el de la creatividad. Esta transformación de lo externo, extraño y ajeno en íntimo da lugar a una forma eminente de unión. Ningún tipo de unión con un objeto alcanza el carácter entrañable que adquirimos al formar un campo de juego con una realidad abierta, que nos ofrece posibilidades creativas.
Al asumir fielmente las posibilidades que me ofrece un poema, me atengo a él, le soy fiel, lo tomo como una norma que me guía, y justamente entonces me siento inmensamente libre, libre para crearlo de nuevo, darle vida, llevarlo al grado máximo de expresividad. Fijémonos qué modo tan fecundo de transfiguración se opera aquí: libertad y norma son entendidas de modo tan profundo que dejan de oponerse entre sí para complementarse fecundamente. En el nivel 2, la libertad que cuenta es la libertad creativa; la norma que nos interesa es la que procede de alguien que tiene, no tanto mando, cuanto autoridad, es decir, capacidad de promocionar nuestra vida en algún aspecto. Un declamador literario, un intérprete musical, un actor de teatro... se sienten tanto más libres cuanto más fieles son a los textos y a las partituras. Cuando actuamos creativamente, es decir, cuando asumimos de forma activa las posibilidades que nos da una obra -literaria, musical, coreográfica, teatral...- convertimos el dilema "libertad-norma" en un contraste enriquecedor. La relación sumisa de la libertad con la norma se transforma en una relación de liberación y enriquecimiento: la norma, asumida como una fuente fecunda de posibilidades, me libera del apego a mi capricho, al afán de hacer lo que me apetezca; amengua, con ello, mi libertad de maniobra pero incrementa mi libertad interior o libertad creativa, libertad para crecer como persona asumiendo normas enriquecedoras.
Como vemos, las exigencias que plantean las realidades que tratamos se hacen mayores en cuanto las elevamos de rango. Pero, en la misma medida, enriquecen nuestra vida. Y la enriquecen porque podemos encontrarnos con ellas. Un objeto lo puedo tocar, agarrar, manejar, comprar o vender; lo que no puedo es encontrarme con él. Y del encuentro depende la riqueza de mi vida, según nos enseñan la Biología y la Antropología actuales más cualificadas . El encuentro puede darse entre una persona y un poema, una canción, el lenguaje, una obra literaria, un paisaje... Estas formas de encuentro encierran un gran valor. Pero el valor supremo lo ostenta el encuentro cuando es realizado por dos seres personales, pues las experiencias reversibles adquieren un grado especial de excelencia cuando se realizan entre realidades que gozan de un poder de iniciativa privilegiado en el universo.
El cuerpo, expresión viva de la persona
Una persona, por ser corpórea, puede ser agarrada, medida, pesada, movida de un lugar a otro, incluso zarandeada. Pero el cuerpo no es un objeto, aunque lo parezca a primera vista; supera inmensamente la condición de objeto -nivel 1- porque es el medio expresivo de toda la persona -nivel 2- Merece el mismo respeto que la persona, pues se halla en el nivel 2. Te doy la mano para saludarte, y en ese gesto vibra toda mi persona. No son dos manos las que se saludan; son dos personas que se van al encuentro. No hay objeto en el mundo, ni el más preciado, que sea el lugar de vibración de un ser personal, con sus recuerdos, sus afectos, sus proyectos de vida. De forma semejante, si te digo una broma y te sonríes, es toda tu persona la que me expresa su complacencia. Para sonreír, hay que mover ciertos músculos de la cara de una determinada forma. Pero la sonrisa no se reduce a esa suma de movimientos faciales; brota de dentro afuera; es gestada en la interioridad de la persona. De la actitud veraz o falaz de ésta depende que el cuerpo ejerza, respectivamente, un papel mediador entre las personas o mediatizador. La persona sincera se nos hace presente en el vehículo expresivo de su cuerpo. La persona mendaz convierte su cuerpo en un elemento opaco que se interpone entre ella y los demás.
La consideración del cuerpo de cada ser humano como una fuente de posibilidades creativas de toda la persona opera una verdadera transfiguración en nuestra mente y en nuestra actitud. Por el contrario, si al tratar a una persona sólo tomo en consideración su cuerpo y la reduzco a medio para mis fines, la envilezco, le hago injusticia, soy violento con ella, pues la rebajo de rango, la sitúo en el nivel 1. Con ello, se depaupera nuestra vida personal, nuestra capacidad de enriquecernos, en diversos aspectos, al relacionarnos.
La recta consideración del cuerpo es una clave para entender adecuadamente los diversos aspectos de nuestra vida personal.
El sentido del amor. El amor conyugal es sumamente fecundo cuando vincula el nivel 1 de la mera apetencia con el nivel 2 de la entrega personal. Se empobrece y corrompe si lo situamos en el nivel 1 y lo reducimos a una mera fuente de gratificaciones sensibles y psicológicas, amenguando así al máximo su capacidad creativa.
El largo alcance del pudor. Visto el cuerpo humano en el nivel 1, tenemos la impresión de que todas sus formas son iguales y merecen el mismo trato. El pudor parece carecer de sentido y es interpretado como signo de una actitud pacata. Si se contempla el cuerpo, en el nivel 2, como expresión viva de las relaciones personales, cada una de sus partes adquiere un sentido peculiar. Crear un campo de juego amoroso con una persona significa crear un espacio de intimidad. Todo acto de verdadero amor crea intimidad y exige intimidad. Lo que en él acontece lo saben y comprenden de veras sólo quienes lo realizan. Los que lo contemplan desde fuera tienden a objetivizarlo, a reducirlo a pasto erótico, bajarlo de nivel, envilecerlo. Exponerlo a ese tipo de miradas externas carece de sentido, es literalmente insensato. Mantenerlo en la atmósfera de intimidad que él mismo crea es la tarea del pudor. La vista es, después del tacto, el sentido más posesivo; viene a ser como tocar a distancia. En buena medida, dejarse ver es dejarse poseer. Esta actitud servil lesiona gravemente nuestra dignidad. Bien entendido, el pudor no refleja una actitud ñoña, propia de personas insensibles al encanto de la comunicación. Es la única forma realista de hacer justicia a la condición bifronte del cuerpo, a su capacidad enigmática de moverse, a la par, en dos niveles: el 1 y el 2. Esa fidelidad al rango propio del cuerpo constituye al pudor en garante y salvaguardia de la dignidad humana.
El cuerpo no es algo disponible. Sólo podemos disponer de las realidades que son objetos (nivel 1). Nuestro cuerpo ofrece flanco para que podamos manejarlo a modo de objeto, pero, al ser conscientes de su carácter bifronte, tendemos a respetar su enigmática vinculación al espíritu y a los valores, y a colaborar con él en la gran empresa de desarrollarnos plenamente como personas. Esa misma actitud creativa hemos de adoptarla con el cuerpo de las demás personas. Si lo tomo como un medio para mis fines egoístas -por ejemplo, eróticos-, oigo una voz interior que -mediante el lenguaje de la desazón- me amonesta de esta forma: "No abuses de mí, que no estoy llamado a ser instrumento de tus caprichos, sino expresión viva de tu intimidad personal con los demás. Si no la tienes, no pongas en juego las fuentes de la vida"
Alfonso López Quintas, en es.catholic.net/
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