Tenemos por delante 365 días; de que lo hagamos bien dependerá que florezca la esperanza
El comienzo del año recuerdo la impresionante mirada de Cronos devorando a su hijo en el cuadro de Goya; es la más negra de sus pinturas negras. Sus ojos son los de un loco. El dios Saturno (Cronos) no quiere que nadie le haga sombra, que le destrone, y en su demencia va devorando a su propia progenie. No es esta la mejor manera de ir pasando las hojas del almanaque.
Tenemos un año por delante, 365 días, que podemos gastar a nuestro antojo. De que lo hagamos bien dependerá que florezca la esperanza. El bien, el amor, el trabajo transformador de la sociedad requieren tiempo. Aprovechemos la ocasión que nos brinda el calendario para sacarle todo el jugo a este 2022. Es una oportunidad que no podemos desperdiciar.
Unos cuantos locos solemos comenzar el Año celebrando la eucaristía, hemos cambiado las doce campanadas por el festivo volteo llamando a misa. Queremos aprovechar el tiempo siempre escaso. Sabemos que hay mucho que hacer, que somos pocos y sin medios, por eso necesitamos la ayuda del cielo, y no perder ocasión. La verdad es que, con la misa oída y un buen madrugón para hacer deporte, uno se enfrenta a la vida con más energía.
¿Hamlet o don Quijote? El escritor ruso Turgenev pronunció un famoso discurso en San Petersburgo titulado Hamlet y don Quijote. Estos personajes de la literatura personifican dos modos de enfrentarnos a la vida. El primero expresa la fuerza de la naturaleza que lleva a cuidarnos, a estar centrados en nosotros, a usarlo todo en nuestro favor. Es la fuerza centrípeta. Mientras que la visión quijotesca representa la centrífuga: “Según la cual todo existente existe solo para los otros”. Esta expresa un “principio de fidelidad, de sacrificio, que está alumbrado –para que todo quede en paz– por una luz cómica” en voz del escritor.
El Papa Francisco afirma en Evangelium Gaudi que el tiempo es superior al espacio y dice: “Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos… A veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen plenitud humana”. No se trata de ocupar espacios, poltronas y despachos, sino de rendir el tiempo con un sano trabajo, que es lo que transforma, lo que da fruto, lo que revierte en bien del pueblo.
La postura de Hamlet puede ser más moderna, para Turgenev es: “Ante todo, el análisis y el egoísmo y, por tanto, la incredulidad. Solo vive para sí mismo, es un egoísta… Es un escéptico al que solo preocupa e interesa su propia persona; en todo momento piensa no en sus deberes, sino en su propia situación…Hamlet se flagela con entusiasmo, de manera exagerada, se analiza a sí mismo sin descanso… conoce en todo detalle cada una de sus faltas, las desprecia... y, sin embargo, es vanidoso”.
La otra actitud roza la locura, para soñar, para ir contracorriente, para sembrar hay que ser poco cuerdo y calculador. Podemos llenarnos de ilusión, soñar. Nos dirá nuestro escritor: “¿Qué representa don Quijote? Ante todo, la fe; la fe en algo eterno, inmutable; en una palabra: en la verdad, en la verdad que se encuentra fuera del individuo, pero que es posible alcanzar; que exige un servicio y sacrificios, pero a la que se accede gracias a la constancia en ese servicio y a fuerza de sacrificios… Don Quijote consideraría vergonzoso vivir para sí mismo, preocuparse de su persona… Su corazón es humilde; su alma grande y audaz. Su conmovedora devoción no restringe su libertad”.
Prefiero a un soñador: lanzarme a las conquistas, intentar lo que los demás piensan imposible. Hacer la contrarrevolución. Ser un loco que cree que: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1, 1). No escuchar lo que es sensato, acomodaticio, plausible, sino ser un Quijote loco, chiflado, pero con ideales, con principios, con amor. Un discípulo de Cristo.
No perdamos las energías en defender nuestros espacios, derechos, privilegios. Lo que nos hace felices es amar y trabajar. Pensemos en cuidar nuestra familia y amigos, en trabajar para que se sientan queridos; que noten una mirada de predilección, de ser valorados y amados. Demos a nuestro trabajo el sentido de servicio, aprovechemos las muchas dificultades actuales para buscar nuevos recursos, para reinventarnos. Las crisis son ocasiones de crecimiento. Todo menos instalarnos.
Es muy probable que esta pandemia cambie muchas cosas. Conservemos los cimientos, lo que nos define: la fe, la familia, el amor y el trabajo, y con nuestra inteligencia abramos caminos.