Hay momentos en los que nos ofuscamos, solo vemos problemas, enemigos, contrariedades
El sábado por la tarde acompañé a un grupo de jóvenes en Las Ermitas. Dedicamos un buen rato a la oración para preparar la Navidad: meditación, examen, adoración. Luego celebramos la Eucaristía junto a los Amigos de las Ermitas y asistimos a un hermoso acto que conmemora el tránsito a la casa del padre de San Juan de la Cruz. Me conmovió el modo cómo el santo llevó sus últimos días en la tierra.
Este recuerdo fue acompañado por un sentido recital de algunos poemas a cargo de Javier Villegas: “En una noche oscura/con ansias en amores inflamada/ ¡oh dichosa ventura! /salí sin ser notada/estando ya mi casa sosegada”. Al finalizar, los buenos Carmelitas, nos obsequiaron con un reparador chocolate.
Un parón para alimentar el alma, para meternos en el misterio de la Navidad. Ayer por la tarde tuve la suerte de detenerme a contemplar el ocaso del sol. ¡Qué riqueza de colorido! Impresionante el tono rojizo que tiñe el horizonte. Pensaba que, por falta de atención, de sosiego, no me doy cuenta de tanta belleza que me rodea. Si no llenamos nuestra vida del esplendor de lo bello, de la verdad, iremos deshumanizándonos, nos convertiremos en robots, en meros animalitos satisfechos.
El contacto con el Pulchrum, la contemplación de la verdad, gozar de ella, nos transforma, nos eleva y sublima. Hoy se lee el relato del encuentro de dos futuras mamás, una muy joven y otra no tanto, María e Isabel. “Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”.
Más conmovedor que el encuentro entre las dos mujeres es el de los niños que portan en su seno. Juan salta de gozo ante la cercanía del Salvador. Esa Divina presencia lo santifica, lo llena de alegría, tanta que hace una pirueta dentro de su madre. El Místico nos lo puede explicar: “¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, /aunque es de noche! /Aquella eterna fonte está ascondida. / ¡Que bien sé yo do tiene su manida /aunque es de noche!”.
Si sabemos buscar entre las oscuridades de la vida encontraremos el sentido escondido de las incomprensiones o circunstancias adversas que nos desazonan. Hay momentos en los que nos ofuscamos, solo vemos problemas, enemigos, contrariedades. Quizás el dolor o la rabia nos ciegan todavía más impidiendo ver una salida. En otras ocasiones es el mero acostumbramiento, la rutina, la falta de perspectiva, lo que nos aprisiona. Podemos estar sumergidos en coyunturas lamentables y sentirnos a gusto. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el refranero, por eso es conveniente estudiar cómo estamos, examinar nuestra conducta, mirar al horizonte, ampliar las miras, no vaya a ser que nos estemos equivocando.
Este parón nos puede ayudar a recomponer las relaciones conyugales o familiares, a dar sentido trascendente a nuestra vida, en vez de estar inmersos en el egoísmo o perdidos en laberintos por la ceguera del corazón. Hay salida, hay esperanza, hay otros modos de enfocar las cosas. San José María hablaba de un quid divinum –algo divino– que podemos descubrir a nuestro alrededor y en las cosas que hacemos. Entonces, se nos abre una nueva dimensión en la que compartimos todo con Dios.
Recuerdo el comentario de un adolescente que, dando un paseo por el lugar que veraneaba y viéndolo todo negro, preocupado por su situación, de pronto vio abrirse el cielo encapotado y brillar un rayo de sol. Esto le animó a resolver su problema. Siempre hay luz, si miramos al cielo, ahí sentiremos la cercanía de Dios, su mirada que todo lo alcanza, su mano todopoderosa que desata todos los nudos. No estamos solos.
Una buena conversación con el esposo/a, con un amigo, un rato de reflexión, una mirada a Dios presente en el sagrario de la iglesia cercana, nos puede dar mucha luz, ser fuente de paz. Pero, para que esto suceda, hace falta poner atención, mirar a los ojos de la persona que tenemos delante. El modo como utilizamos los móviles, mientras trabajamos, hablamos, o incluso conducimos, nos hacen pensar que es compatible mantener una conversación a la vez que tenemos la cabeza en otras cosas.
La mirada profunda, serena, de fe no nos aleja de la realidad, al contrario, descubre la cuarta dimensión, el algo divino, que hay en todas las situaciones. La sola visión humana es la que desfigura los pormenores; al achatarlos, los falsea.