Más de una vez nos habremos preguntado si es posible este concepto: amor (auténtico, de verdad) entre adolescentes. Lo que pocas veces tienen claro, entre adolescentes y entre jóvenes, e incluso entre adultos inmaduros, es que el enamoramiento es un sentimiento y el amor es entrega. Dejarse llevar por lo que pide el cuerpo puede suponer un daño irreparable para ciertas relaciones.
Cuando un adulto no entiende esto es porque va a otra cosa. Seguramente ya dejó lejos el enamoramiento y no tenga demasiados propósitos de amar a nadie. En un joven, digamos de edad universitaria, en muchos casos hay maldad, un planteamiento claro de aprovecharse, en el caso de los chicos. Pero en el caso de las chicas con frecuencia hay un deseo de ser valoradas y piensan que solo es posible accediendo a lo que el varón proponga.
Pero en los adolescentes hay una confusión abalada por la cantidad de desórdenes que ven o que oyen. Pocas veces se han preguntado ¿soy verdaderamente capaz de amar? Ellos, porque no entiende bien de qué va. Ellas, porque quieren ser consideradas.
“Solo quiero que me quieran” es un acertado título de un libro recién editado, escrito por Micaela Menárguez. Ser profesora le da la experiencia de conocer a los jóvenes de cerca, pero además ha impartido numerosos cursos sobre educación sexual a adolescentes y padres de familia. Y nos cuenta: “En mi clase hacemos el siguiente ejercicio: ¿Cómo reacciona un varón ante una mujer adolescente con shorts recortados, y una camiseta ajustada sin ropa interior? ¿La considera más elegante? ¿O más inteligente, o más interesante? ¿Piensa que vale la pena conocer sus puntos de vista sobre temas de actualidad o geopolítica?” (p. 25).
Indudablemente la autora quiere hacer pensar a sus alumnos y nos quiere hacer pensar a nosotros. Y las respuestas a esas preguntas no son fáciles. Lo que parece claro es que una chica adolescente busca que la quieran, mientras que un chico puede estar, desde muy joven, pensando en aprovecharse de ellas. Esto, evidentemente, simplificando.
Y teniendo en cuenta los problemas graves que surgen, con relaciones sexuales desde muy jóvenes, la autora se dirige a los padres y les pregunta cómo quieren a sus hijos. Porque en muchos casos tienen, ante todo, falta de cariño. “Lo primero que tenemos que pensar es con cuánta frecuencia miramos a los ojos a las personas a las que amamos: el marido, la mujer, los hijos, los padres... Estamos tan pendientes de las pantallas que se nos ha olvidado mirarnos y escucharnos” (p. 36). Es decir, el principal problema que se puede encontrar en esas chicas jóvenes es que tienen déficit de cariño.
Amor es generosidad, hacer lo que al otro le gusta, preocuparme más por sus cosas que por las mías. Saber mirar a los ojos, hacer una caricia en el momento de dificultad o de separación. Esto debe aprenderse en el ámbito familiar, y eso exige dedicación de tiempo, auténtica dedicación. Y lo que hay en muchas familias es un activismo que lleva hacia fuera.
“Es muy interesante observar cómo, en muchos casos, la cercanía del padre ha ayudado mucho a una hija a elegir bien el hombre con el que compartirá la vida. Y la lejanía del padre, o la mala relación con su hija han provocado justo lo contrario” (p. 37).
Me parece que es urgente que muchos padres tomen nota y actúen antes de que sea tarde.