Es mucho mejor tener esperanza, fe y amor en lugar de pensar que todo se acaba
Como hoy es 31, víspera de Todos los Santos, día que se celebra Halloween, comenzaremos por este acontecimiento. Las calabazas y los disfraces tétricos nos han invadido. América coloniza a España, sus costumbres nos invaden. Solo quiero matizar que celebran la muerte. Es la noche del terror, de las calaveras, de las brujas. Una sociedad “moderna” que está por encima de los “mitos cristianos” regresa a los mitos paganos.
Los celtas del norte de Europa en el Samhein creían que los dioses hacían volver a los muertos y, junto a ellos, aparecían los espíritus malignos que sembraban terror. No deja de ser una celebración anacrónica en un mundo liberado, maduro que apuesta por argumentos científicos: solo existe lo que se puede tocar y medir, esta mirada a los espíritus.
Pero vayamos a nuestras raíces, esas que sostienen y alimentan realmente el espectacular árbol milenario que nos cobija y alimenta. Para el cristianismo es un día de luz, de fiesta, de alegría. Conmemoramos a los mejores de los nuestros que son felices en el Cielo, aquellos que siguieron las huellas del Cordero −ese Dios manso y humilde que se ofrece por nosotros− encontrando el sentido de su vida, que han sido felices haciendo el bien y ahora, purificados por la sangre de Cristo, nos esperan en el Paraíso.
“Queridos hermanos y hermanas, hoy contemplamos el misterio de la comunión de los santos del cielo y de la tierra. No estamos solos; estamos rodeados por una gran nube de testigos: con ellos formamos el Cuerpo de Cristo, con ellos somos hijos de Dios, con ellos hemos sido santificados por el Espíritu Santo”, enseñaba Benedicto XVI.
La vida no acaba con la muerte. Las ansias de eternidad que tenemos, el deseo de perdurar, de poder reencontramos con los seres queridos, de que nuestro amor no acabe nunca, forman parte del ADN, son constitutivos de nuestra naturaleza. Hemos sido creados para vivir eternamente.
Hay un después. Este tiempo en la tierra, que tan corto se hace, es una preparación para la vida eterna. Lo que echamos en falta aquí: la justicia, el amor correspondido, la felicidad plena, la verdad y la bondad los alcanzaremos si lo buscamos en el más allá. El momento de la muerte es decisivo, debe marcar nuestro modo de vivir. Es mucho mejor tener esperanza, fe y amor, sentido de eternidad, en lugar de pensar que todo se acaba, que después no hay nada.
En esta fiesta solemos visitar los cementerios, llevar flores a nuestros finados, rezar por ellos. Los cristianos unimos en estas fechas dos acontecimientos: Todos los Santos el día uno y los fieles difuntos, el dos. En el primero festejamos a los que están en el cielo y el segundo recordamos a los difuntos.
El recuerdo no es solo sentimental, de añoranza. Rezamos para que purificados de sus pecados y faltas puedan entrar en el Paraíso. Esta oración puede ser el rosario, los responsos, la misa, el ofrecimiento de sacrificios y limosnas.
El capítulo XI del libro las Confesiones nos narra que Santa Mónica, la madre de San Agustín, les decía a sus hijos que a ella le daba igual dónde fuese sepultado su cuerpo, pero les pide que “os acordéis de mí ante el altar del Señor donde quiera que os hallareis”. Comentaba una joven viuda que le habían aconsejado no llevar a su hijo, de solo seis años, al cementerio donde estaba su padre. Pero que, ante sus preguntas, cambió de opinión y le llevó. Le explicó que allí estaba el cuerpo de su papá, pero que su alma estaba en el Cielo porque había sido muy bueno, y que un día lo volverían a ver.
Esto, lejos de traumatizar al niño, le ayudó a comprender su ausencia. Desde pequeños debemos acostumbrarnos a la vida: un camino que lleva al cielo. No tiene sentido ocultar la muerte a la que todos estamos destinados.
Una costumbre de Halloween es el trick or treat (truco o regalo), se visita disfrazados a los vecinos o familiares y se les exige unas golosinas para evitar que les hagan “una maldad”. No deja de ser una chiquillada, pero el fondo falto de buen gusto: un chantaje. Es mucho más bonito hacer el bien, alegrar a los demás, tenerles contentos gratuitamente. La recompensa es el mismo bien, que nos hace mejores y mejora el mundo; el mal siempre empeora las cosas comenzando por el que lo hace. Tener como meta ir al Cielo nos anima a mejorar.
Vivamos con alegría, saboreando nuestras costumbres cristianas, no dejemos de transmitirlas a los nuestros. Les harán felices y sabios, les ayudarán a encontrar el profundo sentido que tiene la vida. Día para visitar los cementerios y llenarlos de flores, para asistir a la misa y rezar por los nuestros. Día para saborear también los “huesos de santo” y los buñuelos de viento.