Los ángeles son un regalo de Dios para la Creación, son el eslabón que une a los hombres
La protección del Arcángel San Rafael es milenaria. Según la Biblia, acompañó al joven Tobías en un largo viaje que terminó felizmente recuperando las deudas que le debían a su padre, encontrando una estupenda esposa y el remedio de la ceguera paterna. Rafael significa Medicina de Dios. La ciudad de Córdoba también experimentó su protección salvándola de la peste en 1278.
Ese año se apareció el Arcángel San Rafael al padre Simón de Sousa, de la Orden Mercedaria, y le comunicó el deseo del Altísimo: que el obispo de la ciudad, don Pascual, ordenara poner una imagen de San Rafael encima de la torre, obligándose a celebrar fiesta en su honor y prestar veneración por la ciudad, y que con esto cesaría el contagio. Así se hizo y desde entonces los triunfos del Arcángel embellecen Córdoba. Tres siglos después, san Rafael se apareció en varias ocasiones al Padre Roelas anunciándole que él protegería la ciudad de cualquier amenaza.
El 7 de mayo de 1578 San Rafael le dijo al sacerdote: “Yo te juro, por Jesucristo Crucificado, que soy Rafael, ángel a quien Dios tiene puesto por guarda de esta ciudad”. Se entiende la gran devoción que se le tiene en Córdoba y que sea este día, el 24 de octubre, cuando celebramos, aunque la Iglesia universal lo hace junto a San Miguel y San Gabriel el 29 de septiembre.
Los ángeles son un regalo de Dios para la Creación, son el eslabón que une a los hombres: cuerpo y espíritu, con Dios: espíritu puro increado. Cuando se habla de espíritus nos referimos a los ángeles, fieles a Dios y a los diablos, los ángeles rebeldes y caídos. También las almas de los difuntos son espíritu a la espera de volver junto a sus cuerpos en la Resurrección final. Son mensajeros de Dios que nos cuidan y protegen especialmente de las insidias de los demonios.
El Evangelio del domingo nos muestra a Jesús dando la vista a un ciego. “Jesús le dijo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le contestó: “Rabbuní, que recobre la vista. Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”.
Ser remedio para los demás, no solamente los médicos que estudian para curar, para proteger siempre la vida, para aliviar las enfermedades, para salvar; también cada uno de nosotros somos medicina de Dios para los seres cercanos. Si estamos atentos, si somos generosos con nuestros cuidados y delicadeza, sanaremos muchas heridas.
Decía el Papa: “Todos tenemos enfermedades espirituales, y no podemos curarlas nosotros solos. Necesitamos que Jesús nos cure; es necesario presentarle nuestras heridas y decirle: estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias. Tú puedes liberarme. Sana mi corazón”. Quizás son las heridas del alma las que más duelen: la soledad, los abusos, el remordimiento. Todos tienen derecho a vivir en paz, a recomenzar, a lograr el perdón y a poder perdonar, sólo así cicatrizan las llagas. Jesús es el Médico divino, acudamos a Él.
¿Cómo podemos ser bálsamo, ungüento precioso para sanar las amarguras de los nuestros? Caminando juntos. Estando atentos a las necesidades de los que nos rodean. Nos puede ilustrar Calderón de la Barca: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó”. Mirar, hacernos cargo, comprender. Dar la mano. Acariciar.
Decía San Juan Pablo II que somos un don para los demás: “Dios te dio a mí. Como es manifiesto, esas palabras que escuché en mi juventud no son simplemente una observación al margen. Dios efectivamente nos da personas: nos da hermanos y hermanas en nuestra humanidad, comenzando por nuestros padres.
Luego, en la medida que crecemos, Él va colocando más y más gente nueva en el camino de nuestra vida. De algún modo cada una de esas personas es un don para nosotros, y de cada una podemos decir: Dios te dio a mí. Tener conciencia de esto se convierte en un enriquecimiento para ambos… Nuestra humanidad correría peligro si nos encerráramos solamente en nuestro yo particular, rechazando el amplio horizonte que se va abriendo a los ojos de nuestras almas en la medida que transcurren los años”.
¡Cuánto consuela tener alguien que escucha, que se hace cargo de lo que me pasa, que me mira con cariño! Si somos conscientes de que nuestra vida se engrandece al entregarla, que somos la medicina adecuada para devolver la alegría a los nuestros, que somos un don para ellos y, a su vez, lo son para mí, embelleceremos el mundo con triunfos, como lo hace Córdoba con San Rafael.