La esperanza de África y Asia, y para miles de niños
Colombia es uno de los países más violentos del mundo, donde la muerte por causas no naturales asecha y donde, por añadidura, la pobreza y la miseria pululan y son causa de varias enfermedades. Es entonces sorprendente que un médico, descendiente seguramente de los pijaos, lleve a cabo, desde hace veinticinco años, y desde unos laboratorios científicos ubicados en una deprimida zona de la capital, una lucha continua contra la malaria, enfermedad que cuenta con 2.300 millones de personas afectadas en el mundo, con un millón de niños muertos en el año y quinientos millones de casos clínicos.
Desde que llegó a Bogotá, en 1962, procedente de su natal Ataco, en el Tolima, Manuel Elkin Patarroyo Murillo (3 de noviembre de 1946) traía una sola obsesión: convertirse en médico y ser un científico eminente, el más destacado del país, objetivos que logró gracias a la consagración y el esfuerzo, sin dejarse deslumbrar por el ambiente revolucionario que impregnó, durante la década de los sesenta, a la universidad colombiana y en especial a la Universidad Nacional, centro decente donde estudió medicina. En efecto, desde 1967, comenzó a trabajar en inmunología y virología, especialidades que lo llevaron a convertirse, aun sin obtener su título profesional, en becario de la Fundación y Universidad Rockefeller y de la Universidad de Yale, más tarde del Karolinska Institute y obtener, a lo largo de treinta años, 21 títulos Honoris causa, más de cincuenta premios y publicar más de un centenar de artículos, algunos de ellos en prestigiosas revistas científicas como Nature.
Instituto de Inmunología, en Bogotá
Una vez terminada su carrera, en 1971, fue vinculado al Alma Mater, donde fundó, en enero de 1972, el Instituto de Inmunología, que funciona desde el 3 de enero de 1983, gracias a la iniciativa de Patarroyo, en cuatro hermosos edificios de estilo republicano ubicados en predios del Hospital de San Juan de Dios, con una sede alterna en Leticia. Estos laboratorios, acondicionados y dotados con los más sofisticados elementos, adquiridos con mucho esfuerzo y venciendo incansables críticas, envidiosos colegas y sobre todo derrotando las grandes dificultades que significan hacer ciencia de punta en un país subdesarrollado, con una rudimentaria tradición científica, llena de incongruencias y sobresaltos; en ese complejo científico trabajan en la actualidad 153 personas, 145 en Bogotá y 8 en Leticia; por él, Patarroyo ha luchado y se ha convertido en efectivo relacionista público y allí se han formado médicos, bacteriólogos, microbiólogos, etc., algunos de ellos multiplicadores del saber en distintos países del orbe y otros, dieciseis en total, colaboradores directos en los centros de investigación de Mozambique y Tanzania.
Varios han sido los temas y enfermedades que Patarroyo ha investigado en el Instituto con la ayuda de un grupo interdisciplinario: lupus, marcadores genéticos, leucemia, susceptibilidad genética de la fiebre reumática, tuberculosis, lepra, mielona múltiple y artritis. Pero es con la malaria o paludismo donde ha cumplido un avance reconocido a nivel mundial y por la que ha despertado enconadas polémicas a favor y en contra. Las investigaciones sobre malaria se remontan a 1983 y tuvieron su primer gran resultado en 1984, cuando logró establecer los principios generales para la creación de una vacuna preventiva sintética (SPF 66), químicamente hecha, la cual comenzó a ser experimentada en 1986, en una colonia de micos del amazonas y posteriormente en grupos humanos. A medida que mostró resultados positivos, se organizaron campañas de vacunación voluntaria en Africa y otros países latinoamericanos.
En mayo de 1993, la vacuna fue donada por Patarroyo, a nombre de Colombia, a la Organización Mundial de la Salud, con la condición de que su producción y comercialización fueran hechas en nuestro país; durante cerca de dos años la OMS, presionada por los grandes laboratorios farmaceúticos, quiso evadir el compromiso adquirido con Patarroyo, argumentando la efectividad y resultados, pero el 24 de febrero de 1995 el acuerdo fue ratificado entre las partes.La respuesta inmunológica que proporciona la SPF está entre un 40 y un 60% en adultos, y hasta un 77% en niños mayores de un año. Todavía falta mejorarla y experimentar mucho, pero se espera que en el mediano plazo se alcance una efectividad del 95%.