No es cuestión de roles, todos somos iguales y lo que engrandece es ser útiles a los demás
Cuántas veces hemos dicho “esto no sirve, lo tiro”. Podemos tener un bolígrafo caro que no escribe, un móvil con la pantalla rota, unos zapatos que nos quedan pequeños…, por valiosos que sean, son un estorbo. No sé de dónde viene el desprecio al servicio, etiquetamos lo que es una señal de amor como un acto de servilismo. Quizá quedan restos de clasismo rancio y consideramos que servir es rebajarse, cuando en realidad es mostrar nuestra valía. El que sirve es porque vale.
Este fin de semana, Córdoba ha albergado el XV Congreso de Historia Contemporánea. Una de las ponentes es Inmaculada Alva, coautora con Mercedes Montero de un libro reciente: El hecho inesperado. Mujeres en el Opus Dei (1930-1950). En su intervención, afirmó que el espíritu de hogar no puede ser realizado sin la colaboración de la mujer, pero sabiendo que colaboración no significa ocupación única. La sociedad y las familias están compuestas por hombres y mujeres y a cada parte corresponde su aportación. Puso el ejemplo de la disponibilidad de los tres primeros sacerdotes del Opus Dei que, siendo brillantes ingenieros, abrazaron el sacerdocio como vocación de servicio.
Recuerdo, al llegar a Roma para realizar mis estudios sacerdotales, nos reunió el ahora beato Álvaro del Portillo y nos animó a aprovechar ese tiempo de formación. Me llamó la atención su afirmación de que serían nuestras hermanas de la administración de las que más aprenderíamos, ya que con mucho cariño y profesionalidad llevaban el peso de cuidar de la casa y de nosotros. Y era verdad, unas mujeres sacrificadas, muy profesionales que calladamente hacían posible que aquel inmenso centro de formación fuera un hogar, una familia donde se estaba a gusto.
Nos cuenta el Evangelio que Jesús preguntó a sus discípulos: “¿De qué hablabais por el camino? Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor. Entonces se sentó y, llamando a los doce, les dijo: Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de todos”. También en esa época se pensaba que la grandeza de una persona, su importancia era proporcional al número de sirvientes, al dinero, a la altivez…; sin darse cuenta de que lo que nos hace grandes es hacer felices a los que nos rodean, serles útiles, servirles.
Apreciamos a aquellos que nos ayudan a crecer como personas: los que nos abren camino, socorren nuestras necesidades, curan nuestras heridas, corrigen, enseñan y acompañan. Esto es posible desde la cercanía y sencillez. Ahí está la madre, la familia, el maestro, los amigos, el sacerdote, los buenos profesionales. Amamos a los que nos sirven, no por sirvientes, sino por padres y madres, por sanadores y salvadores. Estamos en deuda con ellos y esto crea el efecto feed back, una cadena de reacciones que nos lleva a corresponder siendo útiles a los demás.
La mejor entrega, la que más engrandece es el cuidado del hogar, ahí se pone a la “persona singular como foco y prioridad de vuestra labor”, en palabras de monseñor Ocáriz. Este trabajo transforma los edificios en hogares, hace que nos sintamos personas, llega a la peculiaridad de cada uno. Habría que apreciarlo mucho más. Estas letras quieren ser un homenaje a quienes nos hacen la vida más llevadera y agradable atendiendo las tareas domésticas.
Sería pedagógico enseñar a dar las gracias por una comida sabrosa, por la limpieza del hogar, por una camisa bien planchada, por un vaso de agua que nos acercan. Procurar colaborar todos en las tareas caseras, incluso los pequeños, porque así se sienten implicados en la familia. Entender que un buen trabajo es aquel que es útil y es valorado en la medida en que presta un buen servicio, por eso merece una justa retribución.
Nos enseña Jesús que “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”. A Él nos dirigimos como Maestro, pues aprendamos la lección: vamos a darnos. Además, que lo fácil es beneficiarse y aprovecharse de los otros, pero lo meritorio es ser eficaz, prestar un servicio.
Este tipo de trabajo requiere una gran profesionalidad y mucha dedicación. Debería poder conciliarse con el que muchas mujeres realizan fuera del hogar, incluso tendría que ser remunerado. No es justo que las personas que han gastado todas sus energías cuidando a los demás no tengan derecho a una buena jubilación y demás prestaciones sociales. Una sociedad que no es sensible del gran valor de este cometido no puede decirse que sea moderna ni justa.
No es cuestión de roles, todos somos iguales y lo que engrandece es ser útiles a los demás, especialmente a los nuestros, por eso ponemos todas nuestras habilidades a su servicio experimentando la alegría de servir.