Ponencia y coloquio con Juan Martín Velasco convocada por el Foro de profesionales Cristianos de Madrid
Para el creyente que yo intento ser, tengo que decir que si Dios existe y es lo que yo creo que es, ni el hombre puede vivir sin Dios ni puede existir sin Dios nada de lo que existe. Para mi, Dios es la realidad que sustenta en el ser todo lo que existe, para mi manera de formular la fe cristiana, el primer artículo es “Creo en Dios padre, creador del cielo y de la tierra…” No significa exactamente que sea la causa primera, alguien que produjera la maravillosa variedad de seres que componen el universo; quiere decir que la totalidad de lo real tiene permanentemente en Dios su origen y su sentido.
La respuesta de mi ser, razonada, es que todo existe gracias al amor originario de Dios, que por ser amor sin límites, ha puesto en el ser todo lo que es para realizar un proyecto lleno de sabiduría y lleno de amor que culmina en la llamada a la existencia a todos los seres humanos para hacer de ellos sus hijos. En ese sentido, el hombre no puede vivir sin Dios. ¿Quién no recuerda el comienzo de la Carta a los Efesios?: “Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales. El nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su presencia”.
Si nos preguntamos si el hombre puede vivir sin Dios, en términos genéricos, diríamos que Si Dios no existiera, todo lo que existe no tendría sentido ni valor. La razón creyente me lleva a ver en todo lo que existe señales, símbolos de la presencia de Dios. Recomiendo leer con detenimiento el Libro de la Sabiduría, 13 -“Insensatos son todos los hombres que no han conocido a Dios, los que por los bienes visibles no han descubierto al que es, ni por la consideración de sus obras han reconocido al artífice.”. Y el primer capítulo de La Carta a los Romanos: “…Y es que lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas”. O, en los Hechos de los Apóstoles: “En él vivimos, nos movemos y existimos”. Desde esta visión de la realidad se entiende que un Salmo diga, “les retiras tu aliento y vuelven al polvo”, y se refiere a todos los vivientes.
De esto no hay un razonamiento fehaciente científico, pero no tenemos más que mirar hacia nosotros mismos para encontrar esas huellas del Dios presente, que con su presencia cada día nos invita a “ser” más plenamente en nuestra vida. Pero siendo esto así, y que a lo largo de la historia siempre ha habido huellas de la actividad religiosa, es decir, de que el hombre parece haber escuchado desde siempre esa voz de Dios que late en él, también es verdad que a lo largo de la historia de la humanidad hay indicios de que hay seres humanos que no han escuchado esa voz o que, escuchándola, la han rechazado. Tan universal como el hecho de la fe es el hecho de la increencia. En otros tiempos, la increencia era una excepción; en nuestros tiempos, cabría decir que, culturalmente hablando, los insensatos, los que no participamos de la razón común, somos los creyentes, muchas veces en minoría.
Hay una gran variedad de formas de los no creyentes. Kierkeegard formuló bien lo que significa la increencia y su variedad:
1- En primer lugar, dice, está el hombre que no se atreve a ser sí mismo, el sujeto que vive una vida desperdiciada por una quehacer desaforado en el que confunde la posesión con el ser, o con la diversión. Cuando un hombre se instala en una postura así, no puede ser creyente porque está incapacitado para ello ya que para encontrarse con Dios hay que llegar a lo hondo de sí, y él permanece instalado en la superficie de sí mismo.
2-Luego, hay personas que no viven superficialmente, sino que tienen una proyecto vital, pero que no son creyentes. Por una de estas dos razones: quieren ser desesperadamente sí mismos (es decir, el hombre tiene problemas pero es capaz de encontrar por sí mismo la solución a ellos: la salvación me la doy yo mismo). O bien, porque creen que el hombre es un problema sin solución y desesperan: son los que no quieren, desesperadamente, ser sí mismos. Luego hay muchas personas que tienen proyectos importantes de vida, algunos incluso con una vida espiritual intensa, que viven sin Dios.
Si esto es así, ¿cómo puede ser que, siendo Dios el principio de todo lo que existe, haya tantas personas que no creen en Él?
Los creyentes tenemos una explicación del fenómeno de la increencia: los no creyentes son no creyentes “por la gracia de Dios”. Y no es una broma la formulación; equivale a decir que Dios ha querido crearnos de tal forma que podamos ser no creyentes. Dios no nos crea y nos deja sin capacidad de reaccionar. Somos a su imagen y semejanza. Nuestra inteligencia y nuestra voluntad reflejan el ser espiritual de Dios, pero, sobre todo, significan que Dios nos ha creado estableciéndonos en el mismo nivel en que Él existe: Él, sujeto de la creación, no nos ha hecho objetos de esa creación, sino también sujetos de ella; lo que significa que tenemos que responderle con la misma libertad con la que Él nos ha dotado, por lo que podamos rechazar lo que nos he hecho ser. Somos de tal naturaleza, libres, que podemos rechazar con la fuerza de proceder de Él, esa procedencia que está constantemente constituyéndonos.
Desde esta interpretación, ¿qué sucede con los que no creen? Que los creyentes, con frecuencia, interpretamos que todas las riquezas y certezas que a nosotros nos da la vida de fe, los no creyentes no pueden tenerlas. Quiero apuntar cuatro puntos neurálgicos que los creyentes con frecuencia creen que deben de negar a los que no creen en Dios:
1.- Fe versus nihilismo
Muchos, dicen a veces los creyentes, no tienen otro remedio que ser nihilistas; porque si se niega el ser absoluto de Dios, nada tiene sentido. ¿Se puede ser no creyente sin ser nihilista? Los propios no creyentes han tenido sus dificultades para afirmar la razón de todo lo que existe, negando a la vez la existencia de Dios. Hay dos casos literarios emblemáticos en esta época moderna: el discurso del Cristo muerto desde lo alto del cosmos diciendo que no hay Dios. El texto de ese escritor alemán no es el de un no creyente sino el de un creyente que prevé que si seguimos por ese camino vamos a llegar a la conclusión de que Dios no existe. Y eso tiene para él unas consecuencias nefastas: en el universo nadie está tan solo como el hombre que niega a Dios.
Otro texto de Nietzsche es también muy conocido: el hombre ha matado a Dios. Y esa constatación suscita también serias preguntas: “¿Hacia donde nos movemos ahora, lejos de todos los soles?” Si Dios era la clave de todo lo que existe, el fundamento de todos los valores, y no existe, nadamos en una nada inmensa. Esto parecería confirmar que la negación de Dios llevaría al más completo nihilismo; como el mismo Nietzsche pronosticó, ese nihilismo se extiende hoy como una plaga. Pero hoy se trata de un nihilismo de menos nivel intelectual, extendido por medio del consumo; y de la diversión como medio de evitar la insatisfacción a que nos lleva ese consumo. ¿Hay nihilismo mayor que creer solo en los valores bursátiles? Y una sociedad que entroniza solo los valores económicos está muy cerca de ser una sociedad nihilista. Pero es verdad que no se sacan hoy las consecuencias a que se refería el texto de Nietzsche , y muchos nihilistas han inventado una serie de racionalizaciones que les permiten negar la existencia de Dios dándole menos importancia a esa negación y sin sacar por tanto unas consecuencias tan atroces como los argumento mencionados; se han instalado cómodamente en la finitud, creen que el saber del hombre no da para más, que el hombre está para saber lo que la ciencia le permite saber y no para hacerse preguntas tan importantes sobre ese Dios al que nadie ha visto.
Hay, además, otros muchos que niegan a Dios pero que también están de vuelta de determinadas negaciones de Dios: aunque son muy críticos con las manifestaciones de la religión, y, sobre todo, con las iglesias que gestionan lo religioso en sus sociedades, buscan responder las preguntas a las que responde nuestra fe por caminos ajenos a la religión, mediante espiritualidades laicas que les evitan la respuesta nihilista radical.
2.- Fe y moral
Como los creyentes encontramos la base de nuestra conducta moral en nuestra fe en Dios, con frecuencia negamos a los que no tienen esa fe la posibilidad de una conducta moral, muchos creen que los ateos no pueden tener una moral digna del hombre. ¿Se puede llevar una vida moral sin creer en Dios? Es verdad que todas las religiones han desarrollado una moral y que, a lo largo de la historia, durante su etapa más larga, la moral dependía de la vida religiosa de los sujetos; todas las religiones se resumen en “haz el bien y evita el mal”; la quintaesencia moral de todas las religiones la resumía una rabino diciendo “Sé bueno, hijo mío”. Todas las religiones tienen una ética que predica la bondad y que ha ayudado a ser buenos a los humanos a lo largo de los siglos. Todas las religiones tienen dos tipos de mandamientos, unos relativos al culto y a Dios y otros relativos a las relaciones con los hombres y la naturaleza. Pero, aunque la moral ha dependido casi siempre de la religión, también ha habido momentos en la historia en que la moral se ha independizado de la religión: un caso es Confucio; otro, la filosofía griega y dentro de ella el estoicismo y el epicureismo, que sostienen una vida ética digna.
El caso mas claro de emancipación de la moral de la religión ha sido la modernidad y dentro de ella, Kant; sin entrar a fondo en su filosofía, recojo un par de sus afirmaciones: el hombre cumple con su obligación por amor al cumplimiento del deber: obedece a una ley universalmente válida para todos los seres humanos racionales, el imperativo categórico. La moral se base en un hombre libre que se liga, por su razón, a esas leyes y obligaciones sin necesidad de un Dios que las justifique. Establece así una ley independiente de la religión; aunque Kant no es ateo, recurre a Dios no como fundamento de la moral sino como consecuencia de la vida moral.
Así, comienzan a existir hombres que viven la moral desde la religión y otros que no, surgen, por un lado, una moral laica y, por otro, una moral religiosa; en el terreno de la moral laica, hoy se habla de una moral de mínimos, de una moral en la que coincidan todos los seres humanos.
Yo creo que es difícil establecer qué es antes, si la ley o la moral. Yo lo veo así: es el misterio –que algunos llaman Dios y otras filosofías de otro modo- presente en todos los sujetos humanos lo que origina en él una dimensión de trascendencia, una trascendencia que es vivida según distintas dimensiones: el sujeto ético, cuando se enfrenta a un dilema ético, hace una experiencia de lo absoluto: cuando renuncia a determinados beneficios, por ejemplo, por una razón moral; el artista, también está abierto a ese absoluto; el rostro del otro es también el absoluto para muchos, una barrera frente a mi egoísmo e intereses, a mi tentación imperialista sobre los demás; y la fe religiosa es también una apertura a lo absoluto. El poeta y el filósofo habitan dos colinas vecinas, decía Heidegger, pero hay, añado, otras colinas vecinas, otras ventanas a la trascendencia: la religión es una, el otro es otra. Son varias formas de enfrentarse a lo absoluto, accesibles todas ellas al hombre, que no tienen por qué depender las unas de las otras; en la síntesis que cada hombre hace, suele darle preferencia a una u otra; el sujeto ético, por ejemplo, suele dar preferencia a esa dimensión, y luego puede acudir además a la divinidad para pedir fuerzas. El artista, cuando es de verdad, hace de la belleza el centro de su vida y en torno a ello organiza lo demás. Los que estudiamos el fenómeno religioso tendemos a pensar que la forma de trascendencia que abarca más completamente al hombre es lo sagrado, por tanto el fenómeno religioso, de ahí que alguien haya dicho que hay varios trascendentales –el ser, la verdad, la belleza, la realidad- y hay lo sagrado, que no es un trascendental más sino la raíz de la que proceden los demás; yo no estoy tan convencido de que lo sagrado sea la única raíz, pero de lo que sí lo estoy es de que se puede ejercer la moral con referencia a la religión y sin referencia a ella y de que las dos formas pueden dar lugar a formas de moral suficientemente elevadas.
¿Que aportaría la fe religiosa a una moral laica? Cosas importantes desde luego. En muchos casos, una cierta elevación de la exigencia; éticamente, todos nos vemos movidos a decir “amarás a los demás”, pero ¿nos vemos llamado a decir “amarás a tu enemigo?” Probablemente no. Y Jesús dice que ”así serás hijo de tu padre celestial que hace salir el sol cada mañana”. Se necesita un plus de generosidad que probablemente solo dé el reconocimiento de la presencia de Dios en el sujeto.
La religión aporta también un reforzamiento del sujeto para seguir la voz de la conciencia porque la apertura a Dios implica la apertura al otro. La apertura al prójimo cercano es relativamente fácil, pero la apertura a aquel que incluso pone dificultades a nuestra forma de vivir es realmente difícil. Y el sujeto que se ha abierto hacia Dios, tiene una disposición que favorece la apertura al otro en cualquier circunstancia.
Es verdad que el hombre sin Dios ha llegado al descubrimiento de valores tan importante como la libertad, la igualdad y la fraternidad, los valores de la modernidad, pero es curioso, cuando uno lee a Voltaire, el término de igualdad en su diccionario se presenta como una necesidad, pero a continuación dice que esa igualdad no existe, que hay servidores y hay señores, la igualdad en la sociedad es una quimera, es decir, no se puede realizar; es curioso que no tenga utopía suficiente en su esquema mental para decir que, siendo una necesidad, es algo que se debe de realizar. Habiendo descubiertos los valores de la modernidad, muchos de sus autores, de Voltaire a Diderot o Montesquieu, no llegan a sacar todas las consecuencias de su aplicación; hay algo trágico en el hecho de que en la época de la Ilustración se da la esclavitud y pocos de esos autores se ocupan de ella, algunos incluso la justifican.
Con todo, creo que cabe una moral no fundamentada en la religión y que, por tanto, no podemos afirmar que sólo la fe en Dios permite vivir moralmente.
3.- Religión, ¿cualidad natural u aceptación libre?
Se ha dicho que el hombre es por naturaleza religioso. Si esto fuera así, habría que sacar la consecuencia de que el hombre que no es religioso no sería hombre plenamente. Yo creo que puede discutirse que el hombre sea religioso por naturaleza; incluso es discutible la propia formulación ya que la religión es la aceptación por parte del sujeto de la presencia de Dios en él, pero es la aceptación libre, no es una capacidad humana como el tener dos ojos; si es verdad que se ha dado a lo largo de la historia el hombre religioso, ahora se da también lo contrario: ahora tenemos el hombre indiferente que ha pasado página y parece no tener nada que ver con la religión; tenemos ya, dicen algunos, el “homo irreligioso”.
Creo que, en este debate, se confunde la dimensión de la trascendencia en el hombre con la religión; yo creo que todo hombre está dotado de una dimensión de trascendencia y que un hombre que no ejercite esa dimensión de trascendencia no es hombre en el sentido pleno; pero esa dimensión se puede ejercitar de muchas maneras y puede no ejercitarse religiosamente; por eso es posible que haya hombres que desarrollen esa dimensión, siendo plenamente humanos, sin ejercitar ninguna religión o desconociendo a la Iglesia.
4.- Sólo Dios conoce a los suyos
Por último, voy a referirme ahora a los creyentes. Lo que nos obliga a preguntarnos quien es un creyente y quien es un no creyente. Porque identificar a un ateo es fácil, no hay más que saber cómo razona, si dice que no es necesario recurrir a ninguna causa fuera del mundo. Pero un no creyente no es alguien que tiene una ideología, es alguien que ha adoptado ante la vida una profunda actitud que le lleva a ignorar o a rechazar a Dios. Y cuando se trata de actitudes tan profundas, es muy difícil identificarlas incluso para el propio sujeto: yo creo que hay no creyentes que se ignoran como hay también creyentes que se ignoran. San Agustín resolvió esto diciendo que sólo Dios conoce a los suyos, sólo Él sabe quien es creyente y quien no lo es. Por eso, todo lo que hemos dicho antes debe de ser sometido a esta observación.
Pero preguntémonos, para terminar, qué aporta al ser humano el hecho de creer en Dios.
Si hablamos de la fe en serio. Porque si por tener fe entendemos sólo creer en lo que no vemos, eso aporta muy poco a las personas, eso no es más que una creencia, una afirmación relativa a una verdad, que apenas compromete la vida del sujeto. Por tanto, tomémonos la fe en serio: creer es adoptar para con el Dios en el que creemos una actitud de completa confianza, de total entrega de la persona en manos de ese Dios en el que se cree. Entendida así la fe, ¿qué aporta el hecho de creer? Hemos visto que hay varias formas de ejercitar la trascendencia, ¿qué tiene de propio esa forma de ejercerla que es la vida religiosa? A mi modo de ver, es sobre todo un ejercicio de la trascendencia teónomo, que se realiza por la referencia a Dios. Y ¿quién es este Dios que determina que esa apertura a la trascendencia sea religiosa? No es solo un absoluto, no es solo la causa primera –esa causa primera se puede afirmar con razones pero casi nadie rezará a la causa primera y desde luego nadie danzará delante la causa primera-. Es otro tipo de relación la que se establece con Dios: es una relación de tipo personal en este sentido fuerte, no es solo que Dios sea persona, que el Dios en el que pensamos tenga los rasgos característico de una persona, es más bien esto otro: que se trata de una trascendencia en el interior de nosotros mismos cuya forma de presencia en nosotros está caracteriza por este rasgo fundamental, el ser presencia en el sentido más fuerte de la palabra. ¿Qué significa presencia? Es una relación de mutuo influjo, en la que el sujeto interpela y el sujeto interpelado responde, es por tanto una relación en la que los dos términos de la misma se comprometen. Santallana había escrito: “La poesía es una religión en la que no se cree”. Y está bien expresado, porque la poesía es una belleza que se reconoce y disfruta. Y un teólogo le respondió: “Y la religión es una poesía en la que se cree”. Es decir, lo que distingue al sujeto religioso es el creer en esa realidad trascendente que es presencia para nosotros en el sentido más fuerte de la palabra presencia.
El Dios de las religiones es siempre el Dios de alguien. Como recordó Pascal, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no Dios de los filósofos y de los sabios. El Dios del hombre religioso es siempre el Dios de alguien. Si hubiera que elegir el nombre propio de Dios en todas las religiones, ese nombre sería “Dios mío”. Lo que caracteriza al Dios de la religión es que se le pueda invocar, es que sea un Tú para el hombre.
Así como hay un nivel del ser humano que sólo puede explicar una realidad trascendente (siendo nosotros lo que somos no tendríamos sentido si no existiera un ser absoluto, un ser infinito), así, siendo nosotros lo que somos, no sólo seres finitos y contingentes, sino personas, sujetos capaces de libertad, no tendríamos razón de ser si lo que es nuestro origen no fuera también una realidad personal. De ahí el carácter central de lo personal en la vida religiosa.
Esto tiene unas repercusiones enormes sobre la vida humana; a mi modo de ver, pocas afirmaciones tan verdaderas como ésta: no es bueno que el hombre esté solo. Los hombres tenemos siempre a los otros hombres como compañeros y podemos decir que no estamos nunca solos. Pero ¿qué sería de la humanidad si no hubiera Alguien que respondiera de ella? Entonces sí que podríamos decir que la humanidad estaría sola. Yo me encontré con un texto de Theilard, de la primera época, en el que escribe, desde una trinchera de la primera guerra mundial: “el hombre tiene al hombre por compañero, pero la humanidad está sola”. Porque probablemente la humanidad esté sola si la realidad que la precede, la origina y fundamenta no es una realidad que por su llamada personal suscita a los seres personales que somos nosotros. Tal vez es esto lo que quería decir una filósofo americano al decir que “las religiones son lo que el hombre hace con su soledad”, es la gestión de la soledad; ese es nuestro problema fundamental, el descubrirnos solos frente al mundo, y necesitados de dar una razón de ese ser solos frente al mundo. Por eso me encanta el verso de Unamuno que dice preciosamente lo que yo intentaba balbucir:
Pero Señor, “Yo soy”, dinos tan solo,
Dinos “Yo soy” para que en paz muramos,
Que no en soledad terrible sino en tus manos.
Podría cambiarse el verso para decir también, sin cambiar el sentido:
“Dinos, Yo soy, para que en paz vivamos,
No en soledad terrible sino en tus manos”.
Me parece que esta necesidad de compañía que experimentamos, ninguna otra realidad la colma como ese Dios presente, que en nuestro origen nos está haciendo ser a lo largo de toda nuestra vida, que es nuestra compañía permanente, que va a estar presente cuando todos lo demás se queden de este lado, que va a estar presente como los brazos que nos acojan cuando ya no nos pueda acompañar nadie.
Aporta la religión una respuesta al sentido de la vida; probablemente no sea la religión lo único que aporta una respuesta al sentido de la vida. Pero desde luego aporta a la vida un sentido de una manera más plena que lo puedan hacer el resto de realidades con que contamos. Si ese sentido de la vida implica, semánticamente, dirección, meta, significado y valor, es al considerar el último, el sentido de la vida como valor, cuando nos descubrimos existiendo con una especie de plus de lo que es nuestra vida en el mundo. Somos en el mundo y en él podemos desarrollar una serie de actividades sumamente valiosas; pero todos nos damos cuenta de que, para ser humanamente, necesitamos no sólo vivir sino hacerlo con una calidad de vida peculiar, con una esperanza de vida, no sólo sobre los años que nos toque vivir, sino con esa esperanza de que la vida merezca la pena, de que tenga sentido, tenga valor.
Las religiones han tenido como función principal precisamente el dar sentido. Y ha habido en cuanto al sentido una cierta secularización también, pero es aquí donde más dificultad existe para que la secularización se imponga, en el terreno del sentido.
Los creyentes pensamos que la vida tiene un sentido porque Dios da un sentido a esa vida, la manera de decir esto ordinariamente es decir que Dios salva, es decir, que Dios, pase lo que pase, da un valor último a la vida de todo sujeto humano, y hace que la vida de cualquier sujeto, haya sido lo que haya sido, termina al final teniendo un valor. Pero los creyentes entendemos esto a veces a muy corto plazo, de forma simplista, como que nosotros tenemos una respuesta inmediata para aquello frente a lo que los demás no lo tienen: el sufrimiento, por ejemplo: nosotros rezamos a Dios y Él nos libera del sufrimiento. Y esto no es así. Si el afligido invoca a Dios, éste le escucha, pero ¿en qué se nota? ¿En que le quita la causa de la aflicción? No siempre. A los profetas que acudían a Dios, les decía, “No temas, yo estoy contigo”, y pasaban por la aflicción pero de otra manera porque Dios pasaba con ellos por esa aflicción, dando un sentido a lo que de otra manera no lo hubiera tenido.
Creo que hay que evitar ese sentido a corto plazo, esa idea de que Dios es un seguro a todo riesgo contra el sufrimiento. Dios nos deja sufrir. Sufrimos, pero los creyentes tenemos la convicción de que podemos sufrir con Dios, ante la presencia de Dios, y eso cambia el sentido del sufrimiento.
DEBATE
— Pregunta sobre las formas laicas de vivir la espiritualidad
En el siglo XX comienza a haber espiritualidades que no se refieren a Dios y que se manifiestan al margen de la religión. Este es un hecho tan importante que el diccionario de espiritualidad ha dedicado dos de sus veinticinco volúmenes a las espiritualidades nacidas al margen de la religión. Son muy variadas: puede ser gran parte de lo que se cobija bajo el nombre de New Age o Nueva Era. Personas que viven con la conciencia de que el hombre no se reduce ni a lo físico ni a los psicológico, sino que existe el nivel de lo espiritual; aunque no la definen, propugnan el cultivar esa dimensión que nos hace sentirnos bien cuando la cuidamos y menos bien cuando no lo hacemos. Nueva Era tiene muchas corrientes que buscan esa espiritualidad intensamente A mi modo de ver con un peligro grande que es que casi todas esas corrientes tienen como ideal supremo la autorrealización del sujeto, y si lo fundamental es eso, se puede caer en una espiritualidad narcisista, que no reconozca el mas allá efectivo del hombre sino que busque la espiritualidad como remedio al ajetreo de la vida, el estrés, etc. y que por tanto se queden cortas.
Hay otras espiritualidades; la que me parece mas seria es la espiritualidad del humanismo laico. Hay mucha gente que se ha alejado de las iglesias, incluso de la fe en un Dios determinado, pero que reconocen que hay valores que no valen por lo que me dan a mí sino que valen por sí mismos y que hay que reconocerlos y cultivarlos para ser dignos de ellos y para que ellos me hagan a mi digno. Si no soy solidario, dicen, no soy lo que debo y no me realizo como sujeto ético, falto a mi propia vocación humana; y en la realización de la solidaridad, en la búsqueda de la justicia y la paz y tantas otras buenas causas están realizando una espiritualidad que no recurre a una trascendencia con nombre religioso pero que puede llamarse trascendencia en la medida en el sujeto tiene que entregarse a ese valor y consagrarle tiempo y entregarle la vida o parte de la vida; ése es un caso muy claro de espiritualidad no religiosa que se da en muchos sujetos sin referencia a Dios, como en otros se da con referencia a Dios.
— Ante desastres como el de Haití, muchos se preguntan ¿Cómo Dios permite esas barbaridades? Vulgarmente, la gente no sabe qué responder, lo que arrastra a mucha gente a negar a Dios.
No voy a intentar responder al problema del mal ahora. Pero puedo decir que no es legítimo hacer teodicea, es decir, defender a Dios por la existencia del mal. Eso es un proyecto que ha surgido al margen de las religiones, desde unas teologías que creían saber perfectamente lo que era Dios. Y como Dios era justo, bueno, etc. Y el mal dependía de él, pues no podía existir el mal. Y ahí está la polémica entre Voltaire y Leibnitz después del terremoto de Lisboa. Pero las religiones no han hecho teodicea. Os invito a releer el libro de Job. Él vivía en una religión en la que estaba claro que al bueno le debía de ir bien porque Dios le daba el premio a sus buenas obras y al malo le tenía que ir mal, o que si le iba bien, en algún momento le llegaría su castigo. Y sabéis lo que le ocurre, por ser demasiado bueno, porque Dios estaba orgulloso de él y le dice a Satanás, aquí tienes un hombre justo, y el demonio le dice, porque no lo has probado, y lo prueba y le vienen todas las calamidades. Y Job se desgañita diciendo: yo soy inocente y estoy sufriendo y esto no tiene razón de ser; y pide cuentas a Dios con todos los gritos posibles, eso de la paciencia de Job no sé de dónde viene, no es paciente el que dice “maldito el día en que nací”; Job no hace mas que gritar lo que a él le parece incomprensible; y los amigos de Job defienden la teología tradicional diciendo: algo habrás hecho, no lo sabes pero algo habrás hecho y te están castigando; hasta que aparece Dios mismo en escena y lo que hace no es dar ninguna explicación sobre la existencia del mal: lo que hace es preguntarle a Job ¿dónde estabas tú cuando yo puse los pilares de la tierra, qué sabes tú de los misterios del mundo?, y Job se queda naturalmente sobrecogido y cae en la cuenta de que a Dios no se le pueden pedir cuentas y ante el descubrimiento de quién es Dios dice “hasta ahora sabía de ti de oídas y ahora te han visto mis ojos”.
Ante situaciones de catástrofes, el problema del mal se agudiza por las malas teologías con que se plantea el problema: es que Dios lo permite, lo quiere… Pero ¿cómo nos representamos a Dios? En esas respuestas, aparece como un extraterrestre, al fondo del universo, infinito en su poder y saber, que ordena desde allí el mundo, rigiendo el curso de la historia. Un Dios así no tiene nada que ver con el Dios de las religiones. El Dios de Jesucristo es el misterio de amor que lo fundamenta todo y lo sostiene todo, que es absolutamente incomprensible para el hombre, que no puede hacerse una representación ni una idea, pero que le ha dado al hombre un nombre para que lo puede invocar: cuando Moisés le dice “¿quién eres?”, le responde, “Yo soy el que soy”, le da un nombre para que lo invoque pero no para que lo defina ni disponga de Él. Ese misterio de amor que está en el fondo de todo lo que existe y en el corazón de todas las personas. En Jesucristo se nos ha mostrado el rostro de Alguien que lo que ha hecho ha sido realizar en su vida el amor de Dios como un amor sin límites. Y es todo lo que sabemos de Dios: No podemos representárnoslo porque en el mismo momento en que tratamos de hacerlo, lo traicionamos; es infantil representárnoslo como un ente, si fuera un ente ya no sería Dios, dejaría de ser infinito, no abarcaría toda la realidad. Muchos planteamientos sobre Dios adolecen de esa mala filosofía que recogió luego la mala teología infectada de racionalismo. Dios seria el ente mayor que explica todos los entes: si es un ente de quien el hombre se puede hacer una idea, no es Dios. Por eso, ante Haití, no cabe otra cosa que gritar y quejarse, como hizo Jesús: se quejó del mal, gritó delante de Dios, le pidió que lo ayudara: “si es posible que pase de mi este cáliz”, “¿por qué me has abandonado?”. Y luchó todo lo que pudo contra el mal toda su vida; nos dejó la consigna de lo que tenemos que hacer frente al mal: luchar para que desaparezca. Y vivirlo en la presencia de Dios, con confianza: “¿Por qué me has abandonado?” y también “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Y sabemos que eso tuvo una respuesta positiva por parte de Dios en la resurrección de Jesús.
— ¿Cómo pueden enfrentan la muerte los no religiosos?
Es una de las aportaciones fundamentales de la religión al ser humano: no creeríamos en Dios si no creemos en la resurrección, si no creemos que la muerte no tiene la última palabra: el teólogo protestante Kart Barth decía que la resurrección de los muertos es un corolario de la fe en Dios. Y es algo que dice Jesús: Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Y por eso, y porque sabemos que somos los destinatarios del amor de Dios, que reconocemos en las palabras de Isaías y Jeremías (“Con amor eterno te he amado”, “Tú eres precioso para mi, yo te amo”) , porque sabemos eso, que Dios es un Dios de vivos, sabemos que la muerte no pude ser el final para nosotros, lo sabemos y esperamos; y ser cristiano es decir, “creo en Dios padre todopoderoso…” es decir, espero, estoy convencido, de manera oscura pero gozosa y cierta, de que el mal no va a prevalecer sobre el bien en ningún aspecto de la vida y que por tanto el bien va a tener la última palabra y por eso espero la resurrección de los muertos, es lo que llamamos la esperanza.
— ¿Va mal el mundo porque no tenemos en cuenta a Dios como se afirma con frecuencia desde publicaciones religiosas? ¿Va la humanidad hacia el fracaso?
El mundo va hacia el desastre… aunque esperamos que el final no sea el desastre. Esperamos en la vida futura, en la vida en Dios como final de todo lo que existe. Pero que el mundo parece que va mal porque no tenemos en cuenta a Dios parece evidente, porque si los humanos creyésemos de verdad en Dios y confiásemos en él, las cosas irían de otra manera. Lo que pasa es que yo no achaco el mal a los otros; no digo, “como hay quien no cree, el mundo va tan mal”, porque a veces los cristianos vivimos como si no creyéramos. Y por tanto colaboramos a que el mundo vaya mal en lugar de ser una presencia de fermento para que la realidad vaya cambiando. Yo suelo responder a los que dicen eso, ¿por qué no haces tú lo posible para que el mundo no vaya tan mal? O, hagamos lo posible los creyentes con los enormes recursos que nos ofrece nuestra fe.
Estoy convencido por mi esperanza de que la humanidad no va hacia el fracaso. No porque tenga más razones que los demás para afirmarlo, sino porque estoy convencido de manera cierta y oscura, de que el mal no va a prevalecer sobre el bien.
— ¿Por qué no hay más gente que se acerca a la Iglesia? Si la fe nos salva, por qué la gente se aparta cada vez más de la Iglesia. Por qué carecemos de la fuerza para trasmitir esa esperanza?
Los cristianos no conseguimos ser testigos de nuestra fe, hemos hablado mucho de evangelización durante el siglo XX, pero con escaso éxito, hemos hecho infinidad de campañas, planes, cruzadas, etc. Pero no hemos hecho lo que Jesús nos dijo: seréis mis testigos. Se trata de que los creyentes seamos testigos de Jesucristo y para eso tenemos que hacer un esfuerzo para dar con el centro de nuestro ser cristiano, que no son unas creencias, no son unas normas morales, no es la pertenencia a una iglesia, todo eso forma parte del ser cristiano pero el centro está en otro lugar, el centro es que te conozcan a Ti, único Dios verdadero que enviaste a Jesucristo. Sabiendo que “conocer” significa hacer la experiencia. Si diésemos con eso, ya podía la iglesia equivocarse, se haría presente el Dios en que creemos; pero dedicamos muchas fuerzas a otras cosas y pocas a esto; dedicamos tiempo los eclesiásticos, a dar “servicios religioso”, y escasos esfuerzos a la iniciación en el misterio de Dios, a la iniciación en la fe. Hay que hacer lo necesario para llevar a los fieles a vivir la experiencia de la fe, a realizar unipersonalmente el encuentro con Dios.
Uno de los medios mas fecundos para iniciar en la fe, es iniciar en la oración, que es la puesta en ejercicio de la fe: un creyente que siente en su corazón la presencia de Dios prorrumpe por sus labios en alabanza de Dios, en petición a Dios; de modo que la oración procede de la fe, pero al mismo tiempo alimenta la fe. Hay pocos medios tan eficaces como orar y orar comunitariamente para ayudarnos unos a otros a que la presencia de Dios se vaya haciendo más real y la experiencia de fe más viva.
— Diálogo con los no creyentes y explicitación de la fe.
La ética de mínimos es una base para ese diálogo; en realidad el mundo nos ha sido encomendado a todos; y es bueno dialogar reflexionando, pero sobre todo actuando frente a las dificultades; en el terreno de la práctica el diálogo es más fácil y aproxima a los sujetos; deberíamos dar prioridad a esa confluencia práctica en la mejora del mundo.
— No entender lo que es Dios
Yo tampoco entiendo lo que es Dios y ¡ay de mi si lo entendiera! De Dios no se puede dar ni una definición ni una argumentación para demostrar su existencia, porque si se pudiera demostrar a Dios, no sería Dios, porque estaría por debajo del que lo explica. Dios ha hecho lo imposible porque nosotros creamos y lo sigue haciendo, y nosotros estamos llamados a aceptar esa existencia de Dios, no a ciegas y no contra la razón, porque su presencia en nosotros ha dejado cantidad de indicios que si vivimos a suficiente altura nuestra propia humanidad nos van a ir llevando a la hipótesis y luego al convencimiento de que Dios está aquí y yo no lo sabía. Pero hay un camino a realizar, que lleva a reflexionar, pensar, a descubrir los elementos de nuestra propia condición que hablan de Dios en nosotros y en el mundo.
— La maldad de las religiones
Es verdad que ha habido muchas guerras de religión, etc. Pero cuando se estudia la religión se entiende que ha habido guerras de las religiones que se han pervertido, en dos sentidos: primero, por la absolutización de las mediaciones. Las religiones consisten en el establecimiento de una relación personal con Dios. Pero esa relación precisa de unas mediaciones: creencias, instituciones… Cuando el creyente cree que la institución a que pertenece es absoluta, la absolutiza, naturalmente eso va a crear conflictos con otras instituciones. Pero lo que hace la verdadera fe en Dios es hacer caer en la cuenta de que no hay nada absoluto sino Dios y facilitar así la relativización de todo lo que son mediaciones y por tanto facilitar la comprensión. Y, hay que ser justos, las religiones han facilitado la colaboración entre los humanos. Y una visión de la historia que sólo se fije en los aspectos negativos, es una visión de la historia parcial, netamente parcial.
Juan Martín Velasco, en alandar.org/
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