Aprender significa adquirir conocimiento a través del intelecto, es apertura de la mente
No cabe duda de que estas Olimpiadas son diferentes: marcadas por el coronavirus que ha vaciado las gradas de espectadores y diezmado a los participantes, nos han regalado junto a la profesionalidad de los deportistas, una buena dosis de sentimiento. Me asombró el sobrecogedor llanto del imponente Niko Shera, de los futbolistas argentinos al ser desclasificados, la retirada de la gimnasta Simone Biles por motivos de salud mental… Este evento mundial es un reflejo de lo emotiva que es nuestra civilización.
Es sabido que estos juegos comenzaron en Olimpia, ciudad en la que estaba emplazado el santuario más importante de Zeus, y se celebraban durante los meses de julio y agosto cada cuatro años. Quizá es menos conocido su carácter religioso: se trataba de honrar a los dioses con la contienda.
Detrás de cada medalla hay muchos años de preparación, esfuerzos y privaciones que potencian el cuerpo al máximo. Siglos después Juvenal completará el valor del deporte con el conocido proverbio: Orandum est ut sit mens sana in corpore sano (Se debe orar para que se nos conceda una mente sana en un cuerpo sano). Pienso que sería conveniente premiar el valor de la inteligencia, del pensamiento, de la razón. Importantísima para el desarrollo integral de la persona y de la sociedad, para los logros deportivos.
El discurso sobre el pan de vida contiene una frase que quisiera subrayar: “Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí”. Escuchar, aprender actitudes para poder pensar, razonar. Estar abiertos a la verdad. No renunciar al pensamiento. Tener ideas, una mente abierta, universal, no capitidisminuida por los prejuicios.
Uno de ellos es pensar que el creyente debe hacer dejación de la razón, cuando es todo lo contrario. Acabo de leer el libro de Mariano FazioContracorriente… hacia la libertad, un canto al pensamiento, una invitación a indagar, escudriñar, buscar la verdad. Aprender significa adquirir conocimiento a través del intelecto o de la experiencia, es apertura de la mente, invitación a juzgar, a comparar, a buscar el porqué de las cosas. La cultura del eslogan, del titular de la noticia, de la información rápida, de los prejuicios culturales; la presión de lo políticamente correcto ha podado de tal modo la razón y el juicio que hemos trucado el homo sapiens por el homo sentiens: es el sentimiento quien define al hombre.
El citado libro cuenta que, a Chesterton, al descubrir la fe católica, se le abrió un mundo nuevo, amplio, donde reina la razón y la libertad. Dice: “convertirse en católico enriquece la mente”, y “la mayoría de los humanos volvería a los viejos cauces de la fe y de la moral si lograran ampliar su mente lo suficiente como para poder hacerlo”.
Opino que estamos más faltos de sentido común que de fe; una aportación que podemos hacer es potenciar el uso de la inteligencia, el estudio profundo de las cosas. En no pocas ocasiones los “hombres de ciencia” son reacios a la verdad cegados por los prejuicios. Lo propio de la inteligencia es una valiente apertura a la realidad sin excluir aspectos no deseados, es asombrarse ante la verdad.
Los “librepensadores”, los “modernos” intentan imponer sus “dogmas”, no se paran a pensar que pueda haber algo de razón en aquellos que no piensan según ellos. Recurren a su inquisición para acallarlos.
Una Olimpiada de la inteligencia, del pensamiento, de la razón debería seguir a la de Tokio. Igual que hay unos Juegos Paralímpicos vendrían bien unos Juegos de la Verdad: escucha, aprende para venir a Mí. Hay una ciencia que desde la fe busca entender, la Teología.