En la Catequesis de hoy, el Papa ha continuado con su ciclo sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas, la cual −ha dicho− “es el anuncio de Pablo que nos da vida a todos”
Tras una breve pausa en el mes de julio, el Santo Padre ha reanudado esta mañana su tradicional Audiencia general de los miércoles en el Aula Pablo VI.
Catequesis del Santo Padre en español
Cuando se trata del Evangelio y de la misión de evangelizar, Pablo se entusiasma, sale fuera de sí. Parece no ver otra cosa que esa misión que el Señor le ha confiado. Todo en él está dedicado a ese anuncio, y no posee otro interés que el Evangelio. Es el amor de Pablo, el interés de Pablo, el oficio de Pablo: anunciar. Incluso llega a decir: «Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio» (1Cor 1,17). Pablo interpreta toda su existencia como una llamada a evangelizar, a dar a conocer el mensaje de Cristo, a dar a conocer el Evangelio: «¡Ay de mí −dice− si no predicara el Evangelio» (1Cor 9,16). Y escribiendo a los cristianos de Roma, se presenta sencillamente así: «Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios» (Rm 1,1). Esa es su vocación. En definitiva, es consciente de haber sido “apartado” para llevar el Evangelio a todos, y no puede hacer otra cosa que dedicarse con todas sus fuerzas a esa misión.
Se comprende por tanto la tristeza, la desilusión e incluso la amarga ironía del apóstol con los Gálatas, que a sus ojos están tomando un camino equivocado, que los llevará a un punto sin retorno: se han equivocado de camino. El eje en torno al cual todo gira es el Evangelio. Pablo no piensa en los “cuatro evangelios”, como es espontáneo para nosotros. De hecho, mientras está enviando esta Carta, ninguno de los cuatro evangelios había sido escrito todavía. Para él el Evangelio es lo que él predica, eso que se llama el kerygma, es decir el anuncio. Y ¿qué anuncio? De la muerte y resurrección de Jesús como fuente de salvación. Un Evangelio que se expresa con cuatro verbos: «que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas» (1Cor 15,3-5). Ese es el anuncio de Pablo, el anuncio que nos da vida a todos. Ese Evangelio es el cumplimiento de las promesas y es la salvación ofrecida a todos los hombres. Quien lo acoge es reconciliado con Dios, es acogido como un verdadero hijo y obtiene en herencia la vida eterna.
Ante un don tan grande que se les ha dado a los Gálatas, el apóstol no logra explicarse por qué están pensando en acoger otro “evangelio”, quizá más sofisticado, más intelectual… otro “evangelio”. Hay que notar, sin embargo, que estos cristianos todavía no han abandonado el Evangelio anunciado por Pablo. El apóstol sabe que están todavía a tiempo para no dar un paso en falso, y les advierte con fuerza, con mucha fuerza. Su primer argumento apunta directamente al hecho de que la predicación realizada por los nuevos misioneros −esos que predican la novedad− no puede ser el Evangelio. Es más, es un anuncio que distorsiona el verdadero Evangelio porque impide alcanzar la libertad −una palabra clave− que se adquiere desde la fe. Los Gálatas son todavía “principiantes” y su desorientación es comprensible. No conocen aún la complejidad de la Ley mosaica y el entusiasmo por abrazar la fe en Cristo les empuja a escuchar a esos nuevos predicadores, bajo la ilusión de que su mensaje es complementario con el de Pablo. Y no es así.
El Apóstol, sin embargo, no puede arriesgarse a que se creen compromisos en un terreno tan decisivo. El Evangelio es solo uno y es el que él ha anunciado; no puede existir otro. ¡Atención! Pablo no dice que el verdadero Evangelio es el suyo porque lo ha anunciado él, ¡no! Eso no lo dice. Eso sería presuntuoso, sería vanagloria. Afirma más bien, que “su” Evangelio, el mismo que los otros apóstoles iban anunciando en otros lugares, es el único auténtico, porque es el de Jesucristo. Escribe así: «Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo» (Gal 1,11). Se comprende entonces por qué Pablo utiliza términos muy duros. Hasta dos veces usa la expresión “anatema” que indica la exigencia de tener lejos de la comunidad lo que amenaza sus fundamentos. Y ese nuevo “evangelio” amenaza los fundamentos de la comunidad. En resumen, sobre este punto el apóstol no deja espacio a la negociación: no se puede negociar. Con la verdad del Evangelio no se puede negociar. O recibes el Evangelio como es, como fue anunciado, o recibes otra cosa. Pero no se puede negociar con el Evangelio. No se puede llegar a componendas: la fe en Jesús no es mercancía para negociar: es salvación, es encuentro, es redención. No se vende barata.
Esta situación descrita al principio de la Carta parece paradójica, porque todos los sujetos en cuestión parecen animados por buenos sentimientos. Los Gálatas que escuchan a los nuevos misioneros piensan que con la circuncisión podrán estar aún más entregados a la voluntad de Dios y, por tanto, agradar aún más a Pablo. Los enemigos de Pablo parecen estar animados por la fidelidad a la tradición recibida por los padres y consideran que la fe genuina consiste en la observancia de la Ley. Ante esa gran fidelidad justifican incluso las insinuaciones y las sospechas sobre Pablo, considerado poco ortodoxo respecto a la tradición. El mismo apóstol es bien consciente de que su misión es de naturaleza divina −¡le ha sido revelada por Cristo a él!− y, por tanto, le mueve el total entusiasmo por la novedad del Evangelio, que es una novedad radical, no una novedad pasajera: no hay evangelios “de moda”, el Evangelio es siempre nuevo, es la novedad. Su inquietud pastoral lo lleva a ser severo, porque ve el gran riesgo que se cierne sobre los jóvenes cristianos. En definitiva, en ese laberinto de buenas intenciones es necesario desprenderse, para acoger la verdad suprema que se presenta como la más coherente con la Persona y la predicación de Jesús y su revelación del amor del Padre. Esto es importante: saber discernir. Muchas veces hemos visto en la historia, y también lo vemos hoy, algún movimiento que predica el Evangelio con una modalidad propia, a veces con carismas verdaderos, propios; pero luego exagera y reduce todo el Evangelio al “movimiento”. Y ese no es el Evangelio de Cristo: ese es el Evangelio del fundador, de la fundadora y eso sí, podrá ayudar al principio, pero al final no da frutos porque no tiene raíces profundas. Por esto, la palabra clara y decidida de Pablo fue provechosa para los Gálatas y es provechosa también para nosotros. El Evangelio es el don de Cristo para nosotros, es Él mismo quien lo revela. Eso es lo que nos da vida.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Hermanos y hermanas, pidamos por todos los Pastores para que, siguiendo el ejemplo de san Juan María Vianney, lleven a sus hermanos y hermanas en dificultad el Evangelio vivo de su testimonio de amor, de misericordia y de solidaridad.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua inglesa. Espero que las próximas vacaciones estivales sean un momento de descanso y de renovación espiritual para vosotros y para vuestras familias. Sobre todos invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua alemana. En este tiempo de vacaciones procuremos dedicarnos más a las personas de nuestro alrededor manifestando el amor que Dios nutre por toda la humanidad. Que el Espíritu Santo nos guíe en nuestro camino.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que nos conceda la gracia de perseverar en el seguimiento del Señor Jesús, para que nuestra vida sea, a los ojos de nuestros hermanos y hermanas, un testimonio gozoso del amor de Dios por toda la humanidad. Que Dios os bendiga. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. Queridos hermanos y hermanas, al retomar nuestros encuentros semanales, hoy, memoria de San Juan María Vianney, os invito a rezar de modo particular por vuestros párrocos y por todos los sacerdotes. Que, inspirados por el ejemplo del Santo Cura de Ars, puedan entregar sus vidas a la misión de predicar el Evangelio de la salvación. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua árabe. El Evangelio es la Buena Nueva y es la fuerza que cambia a mejor nuestra vida y nuestro corazón. Por eso os pido que leáis cada día el Evangelio y meditar un pequeño párrafo para nutrirse de esa fuente inagotable de salvación. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. Con viva memoria del tiempo de gracia que hace cinco años vivimos en Cracovia durante la Jornada Mundial de la Juventud, animo a todos –y sobre todo a los jóvenes– q que con fuerza del Espíritu Santo lleven con coraje y entusiasmo el Evangelio de Cristo a las futuras generaciones. ¡Os bendigo de corazón!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular a los niños de la Escuela Primaria de Montalto Uffugo, a los adolescentes de Bovisio Masciago, a los alumnos de cuarto grado de Volpago del Montello, a la Asociación “I Sorrisi degli Ultimi” y a los peregrinos que han venido de Brno en bicicletta: ¡bravo!
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, que son nuestra sabiduría, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Os encomiendo a la maternal protección de la Virgen María, que la Liturgia de mañana, fiesta de la dedicación de la Basílica de Santa María Mayor, nos invita a contemplar en la imagen de la Salus Populi Romani. A todos mi Bendición.
A un año de la terrible explosión en el puerto de Beirut, capital del Líbano, que causó muerte y destrucción, llevo en mis pensamientos a ese amado País, sobre todo a las víctimas, a sus familias, a los numerosos heridos y a cuantos han perdido la casa y el trabajo. Y son muchos los han perdido la ilusión de vivir.
En la jornada de reflexión y oración por el Líbano, del pasado 1 de julio, junto con los líderes religiosos cristianos, hicimos nuestras las aspiraciones y expectativas del pueblo libanés, cansado y decepcionado, e invocamos de Dios la luz de la esperanza para superar esa dura crisis. Hoy dirijo un llamamiento a la comunidad internacional, pidiéndole que ayude al Líbano a emprender un camino de “resurrección”, a través de gestos concretos, no sólo con palabras, sino con gestos concretos. En este sentido, espero que la conferencia, promovida por Francia y las Naciones Unidas, que se está ahora celebrando, sea fructífera.
Queridos libaneses, mi deseo de ir a visitaros es grande. No me canso de rezar por vosotros, pidiendo que Líbano vuelva a ser un mensaje de fraternidad, un mensaje de paz para todo Oriente Medio.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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