“Esta bandera no representa ni países, ni estados, ni razas”
Recuerdo una inolvidable experiencia en el Pirineo de Lérida. Íbamos tres amigos y repentinamente nos vimos atrapados por un espeso banco de niebla que impedía toda visibilidad. Duró poco pero aún conservo la sensación de grave peligro, envueltos en tinieblas, perdido todo rumbo sin saber por dónde tirar. No eran tiempos de móviles que habrían auxiliado. Relacioné este suceso con una vulgar evidencia: en nuestro caminar terreno necesitamos luces para los ojos del cuerpo, pero más todavía para los del alma y el corazón: claridades que ayuden a tirar adelante en la vida sin perder el rumbo.
Las Estrellas de luz de este artículo tienen mucho que ver con lo anterior. Más aún: el simbolismo de la bandera de la Unión Europea, con sus doce estrellas doradas sobre fondo azul, es el que ha encendido la chispa de las reflexiones que siguen. Los símbolos apuntan siempre, por su propia naturaleza, a realidades que los trascienden. En el caso de esta bandera esas realidades han tenido diversas interpretaciones, cuya detenida exposición excedería los límites de estas líneas. Interpretaciones que van desde atribuir a las estrellas dispuestas en círculo, una significación de los ideales de unidad, solidaridad y armonía, pero sin más explicación ni fundamento argumentativo, hasta atribuirles un sentido religioso, avalado con hechos y razones, empezando por el testimonio de quien fue su diseñador inicial: el pintor Arsène Heitz, nacido en Estrasburgo, que trabajó en el servicio postal del Consejo de Europa. Como más tarde hizo saber, se inspiró en la corona de doce estrellas que san Juan vio sobre la cabeza de una mujer, figura de María Virgen, y que describe en el capítulo XII del Apocalipsis. Parece que en uno de los diseños iniciales de Heitz figuraban quince estrellas en lugar de las doce actuales. En 1955 ya fue adoptada por las Comunidades Europeas, antecesoras de la actual Unión Europea, que en 1986 también la acogió como suya.
En ese paso de acogida intervino Paul Lévy, judío nacido en Bruselas, periodista, profesor, convertido al catolicismo en 1940 y superviviente del Holocausto. En 1985, como director de información del Consejo de Europa, Paul Lévy presentó a la Asamblea Consultiva de la Unión varios diseños, entre ellos el ya mencionado de Arséne Heitz. Según declaraciones del propio Lévy, habría sido él quien, en lugar de las quince estrellas iniciales, habría sugerido las doce actuales; pero al margen de esta divergencia en el copy-right del número, queda fuera de toda duda que, tanto uno como otro, mantuvieron la inspiración y raíz religiosa de la bandera, confirmado esto por dos nuevos testimonios
El primero procede del propio Heitz que en 1987 reveló a una revista católica belga, haberse inspirado en el mencionado pasaje del Apocalipsis, donde aparecen las estrellas en la corona de la mujer, figura de María; pero que no habló de eso por delicadeza, pues no todas las gentes de Europa eran católicas, ni creyentes. Murió dos años después, y su viuda confirmó el motivo de ese silencio con estas palabras: “Había que guardar el secreto”. Delicadeza extrema -me permito añadir- porque, sin renunciar a su convicción de creyente y plasmarla en su obra artística, no pretendía herir otros sentimientos ni imponer su fe. El segundo testimonio, de Paul Lévy, difiere de esa interpretación mariana de las doce estrellas, pero es también genuinamente religioso y -añadiría yo- con su pizquita de raíz judía, como judío que era, aunque convertido al catolicismo. En efecto, poco antes de su muerte, en 2002, hablando de este tema, se le escapó que el número “doce”, además de armonía, “evoca el número de apóstoles y el número de hijos de Jacob”. Huelgan comentarios.
Para no abrumar al lector con excesivos datos, solo añadiría que al aprobarse como símbolo para el Consejo de Europa en 1955, el día escogido para este evento fue el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción. Si no fue de intento, ¡sí que fue casualidad!: como si un pícaro espíritu hubiera querido unir la inspiración mariana del autor de la bandera, con la fiesta de María y su corona de estrellas, cuyas luces despertaron la musa artística de Heitz. De otra parte, no se ve porqué la fecha mariana del 8 de diciembre y el simbolismo de esta enseña, tendrían que estar reñidos; más bien, todo lo contrario, porque la Mujer -con su proverbial espíritu de acogida- y la luz de sus estrellas -como claridad para caminar sin tropiezos-, pueden convivir perfectamente con el carácter universal y acogedor de todas las gentes de Europa, que se le ha dado a la bandera. A eso apuntaba el mencionado silencio de Heitz, pensando en todos los europeos sin distinción de creencias o increencias. Y así lo dio a entender también Liam Cosgrave, Presidente del Consejo de Europa, quien al presentar la enseña cinco días después del 8 de diciembre, lo hizo diciendo: “Esta bandera no representa ni países, ni estados, ni razas”. Pero es evidente que, excluidas todas las particularidades, a alguien tendría que acoger y representar. Y este referente no podría ni puede ser otro que todas las gentes de Europa, por supuesto; pero, más en concreto, toda persona humana, varón o mujer, sujeto de derechos naturales, en su singularidad y dignidad recibidas de Dios-Creador.
No me consta que, como buen irlandés, Cosgrave fuese ateo ni tampoco sus oyentes en aquel auditorio de 1955. Por eso no habría tenido inconveniente en hacer suyas -para Europa- las palabras del papa Francisco, referidas a otra empresa común y más amplia aún: el cuidado de la Creación, que también nos afecta a todos porque Dios «ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos» (Encíclica Todos hermanos, n. 5). Salvada la analogía entre la Unión Europea -como entidad geopolítica- y la Creación -como morada universal de todos-, la referencia nuclear en uno y otro ámbito será siempre la persona humana, buscando preservar su singular dignidad, sus derechos naturales, y el bien común de su vida en sociedad.
La bandera, pues, de la UE con sus estrellas de luz, mira a cuantos convivimos en Europa. Y ya que trascendencia religiosa y tierra firme no están peleadas, el simbolismo de la bandera no excluye un sustrato natural: las estrellas luminosas, siempre serán claridad que oriente en la oscuridad; y la verdad y el intelecto -simbolizados según muchos por el cielo azul del fondo-, siempre serán realidades universales para vivir humana y dignamente. Solo quedaría ya “tirar del hilo” de metáforas y simbolismos para ir a la vida de las personas en toda sociedad. A esa vida de varones y mujeres, donde de modo singular o formando parte de instituciones, cada uno quiera ser -guiado por la verdad- foco de luz para el propio camino y el de sus congéneres; y también fuente de paz para la pacífica convivencia. Una tarea que dejo ya para el siguiente y conclusivo artículo.
Atrapados en un banco de niebla sin visibilidad alguna, en el Pirineo: así comenzaba mi precedente artículo. Sin llegar a gritar «¡Luz, más luz!» que, según cuentan, exclamó Goethe en trance de muerte, sí comprobé una palmaria evidencia: necesitamos luces para caminar por la vida, y no solo para evitar tropiezos físicos, sino sobre todo tropiezos éticos que vulneren nuestra dignidad como personas. Relacionaba esta exigencia de luz con el simbolismo de las doradas estrellas de la bandera de la Unión Europea, y lo llevaba a sus últimas consecuencias: cada uno está llamado a ser como un foco de luz para sí mismo y para sus conciudadanos, por la recta conducta de su vida.
Eso mismo ha dicho un hombre al que cabe calificar por su trayectoria vital y sus escritos, como “estrella de luz” para Europa y para el mundo entero; así lo han reconocido sirios y troyanos: me refiero al papa emérito Benedicto XVI. Dejémosle hablar en esta cita, que no conviene abreviar: La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza (Enc. Salvados en la esperanza, n. 49).
Personas que han sabido vivir rectamente: aquí está la clave, que es a la vez un reclamo personal para cada uno de nosotros, porque ¿alguien se consideraría con derecho a vivir sin rectitud?; ¿dispensado de no echar una mano al amigo o al vecino que, por circunstancias de la vida, apenas tienen dónde caerse muertos?; ¿de no iluminar la vida de otros con el ejemplo de la nuestra? No conozco a nadie que me haya dicho: “Déjate de cuentos: yo voy por la vida solo a lo mío, aunque sea a costa de mentir, de sembrar cizaña, de aprovecharme de los demás, en fin, de todo lo que quieras…, menos de vivir con dignidad y rectitud moral”.
Ciertamente, cada uno responde de sus actuaciones, que siempre trascienden a la persona singular. Pero no es lo mismo influir en un círculo reducido, que hacerlo en otro que alcanza a millones de personas. Mi voto en una comunidad de vecinos tiene menos repercusión social que el de un diputado en el Parlamento Europeo. Y tampoco es lo mismo votar en una materia que toca cuestiones opinables y circunstanciales, o en otra donde se ventilen cuestiones vitales que afectan a la conciencia y dignidad de las personas. Toquemos tierra: la Comisión Europea ha puesto fecha de caducidad en 2035 a vehículos de gasolina, diesel e híbridos. ¡Bienvenida decisión en beneficio de la ecología! Pero no es de recibo aceptar sin más ni más, otras decisiones que traspasan la línea roja de la dignidad de la persona, como la reciente conclusión del Parlamento Europeo al declarar que el aborto es un derecho universal porque -según quienes lo votaron- es un derecho humano. Y si encima se introducen variantes que menoscaben el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales de la salud, entonces… Entonces solo cabe concluir que se han apagado las luces de estrellas que deberían dar luz: las de los responsables de ese voto. Cada uno verá ante su conciencia personal lo que ha hecho, y preguntarse si, quizás, no habrá sido un voto atrapado por “lo políticamente correcto”.
En esa misma línea se comprende el rechazo del gobierno de Hungría, ante lo que consideran, por parte de la UE, imposiciones inadmisibles que conculcan derechos naturales de la persona. Recientemente, el gobierno húngaro, por sus leyes protectoras de los menores y de los derechos de los padres frente al adoctrinamiento de sus hijos en ideología de género, ha recibido la amenaza de verse excluido de los estados miembros de la Unión al no respetar, dicen, “sus valores comunes”. Está visto que, a veces, hay “valores” que no merecen tal nombre; y que la libertad de pensamiento -como luz de estrellas encendidas- tiene un precio. El pueblo magiar y su gobierno no quieren renunciar a esa luz, porque les asegura que proceden rectamente en la defensa de esos derechos naturales. ¿No viene un poco al recuerdo aquello de Méndez Núñez?: ¿Más vale honra sin buques, que buques sin honra?
Pero todos, aún sin tener responsabilidades institucionales debemos aplicarnos el cuento en la parte que nos toca, para vivir rectamente y ser estrellas de luz en la convivencia social. Esto incumbe todavía más, si somos cristianos. Quienes viven rectamente son luces de esperanza, decía Benedicto XVI. Y añade: Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. (Encíclica Salvados.., n. 49).
En el cielo de la historia de Europa brillaron luces de hombres y mujeres, que fueron no solo santos de la puerta de al lado, por usar la expresión del papa Francisco, sino luminarias para todo el Continente y más lejos aún, por el ejemplo de sus vidas. Iluminaron a sus coetáneos y también brillan hoy, a distancia del tiempo, como el fulgor de las estrellas que nos llega después de años luz. Es un pasado de vida santa que perdura hoy porque tiene raíces de trascendencia como, de algún modo, las luces de estrellas en la bandera de la UE: su simbolismo no es un souvenir que pasa de moda, añoranzas viejas, vestigio de sus fundadores. Son más bien raíces de Europa que no pueden pasar de moda porque sería tanto como “pasar del hombre” y de lo mejor de su historia.
Entre tantas luces hay nombres propios: tres varones y tres mujeres declarados “Patronos de Europa” por los papas Pablo VI y Juan Pablo II. Al proclamar a las Patronas -Catalina de Siena, Brígida de Suecia madre de ocho hijos y la polaca Edith Stein o Benedicta de la Cruz, muerta en Auschwitz-, Juan Pablo II señaló la motivación de ese reconocimiento, con estas palabras: "Crezca, pues, Europa. Crezca como Europa del espíritu, en la línea de su mejor historia, que precisamente tiene en la santidad su más alta expresión. (...) Para edificar la nueva Europa sobre bases sólidas, no basta ciertamente apoyarse en los meros intereses económicos, que, si unas veces aglutinan, otras dividen; es necesario hacer hincapié más bien sobre los valores auténticos, que tienen su fundamento en la ley moral universal, inscrita en el corazón de cada hombre". (Motu proprio, 1-X-1999, n. 11)
Igualmente, foco de luz durante muchos siglos y también hoy, es la tumba de Santiago, en Compostela. Decir “Camino de Santiago” es hablar de miles de hombres y mujeres que en su peregrinar por caminos de Europa, encontraron luces de vida y esperanza para su existir terreno. En antevísperas de su fiesta ¡qué oportuno recordar la llamada de Juan Pablo II al Viejo Continente!: “Desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. (..) Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”. (Discurso, 9-XI-1982)
José Antonio García-Prieto Segura, en religion.elconfidencialdigital.com/
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