Mi consigna para el estío perfecto es: no terminar más cansados que cuando comenzamos
Los años anteriores a la pandemia dedicaba con los amigos, unos días, al descanso familiar. A estas jornadas las llamábamos "verano diferente", lo distinto era que buscábamos sitios tranquilos y agradables, no muy frecuentados, y que íbamos las familias enteras. El bullicio estaba asegurado por el racimo cuajado de niños, imposible aburrirse con ellos. Entre paseo y baño surgía la ocasión de las confidencias, se aprendía de los demás. Estas familias veían que las que pensaban perfectas, era igual de desastre que la suya, o incluso más. Todo un consuelo. Tratábamos de temas de actualidad y sobre todo de relaciones familiares y educación de los hijos. Realmente unas vacaciones diferentes.
Estoy convencido de la necesidad que tenemos de descansar, de airearnos. De parar y respirar. De reponer fuerzas, más con la presión del covid-19. Pero mi consigna para el estío perfecto es: no terminar más cansados que cuando comenzamos. Hay planes que son realmente agotadores: madrugar para poder extender la toalla en la arena, y ahora manteniendo la consabida distancia; hacer colas kilométricas en los aeropuertos cargados de maletas; empeñarse en ir a todas las fiestas y espectáculos posibles… Así, el "síndrome postvacacional", es estrés postvacacional.
Los que sufren este síntoma experimentan un estado de debilidad y astenia, mal humor, irritabilidad, insomnio, falta de atención e intolerancia al trabajo, angustia… todo un cuadro clínico que es mejor evitar ¡Fuera los descansos que cansan!
Quizás un exceso de expectativas sobre el verano puede ser negativo. Hace poco me comentaba un amigo que no está disfrutando estos días previos a la salida a la playa, pensar en que otros ya pueden darse un chapuzón le impide aprovechar los ratos para la lectura o el deporte que ahora tiene. Si nos dejamos encandilar por los anuncios de las agencias de viaje o, por las imágenes que cuelgan en Instagram los conocidos y famosos estamos perdidos.
Otro peligro puede ser obsesionarme en "darme el descanso que me merezco", de centrarme en mi ego, de compadecerme de mí mismo y ponerme en el centro: yo soy el que se merece estas vacaciones. Este camino sólo se puede recorrer desde la soledad y el aislamiento. Si tengo esposo/a, hijos, amigos, con este planteamiento, pensaré que se empeñan en fastidiar mis vacaciones. Serán mis enemigos potenciales y luego reales.
Conmueve ver en el Evangelio a Jesús, el Maestro, el que se da sin límites, que se preocupa de buscar el descanso de los suyos: "Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Y se marcharon en la barca a un lugar apartado ellos solos". Su descanso es procurar el de los demás.
Una pauta para hacer diferentes estas vacaciones es intentar que las disfruten nuestros seres queridos, pensar en ellos y amoldarnos a sus gustos. Recuerdo que de niño íbamos la familia al campo y mi padre se unía los fines de semana. Cuando llegaba se ponía a nuestro servicio y se le veía feliz con nosotros. Copio esta idea: "Lo que necesitamos para descansar es parar para poder conmovernos y mirar al otro con gozo". No es el hacer muchas actividades o el poder gastar mucho, o el sitio de moda. Tampoco el satisfacer todos mis caprichos. El mejor descanso se logra con la familia y con los amigos. Encerrarme en lo mío puede ser fuente de frustraciones y de rarezas que estresan más que descansan.
Tener espacio para poder mirar al otro, dedicarle todas las horas necesarias, estar a su lado sin tener nada más que hacer. Disfrutar de su compañía y conversación. Poder escudriñar todo lo bueno que tiene, que las prisas cotidianas me suelen ocultar. Conmovernos sin más por su existencia. Esto llena mucho y descansa. Tenemos la oportunidad de mimar a los nuestros.
Una vez más hay que apartarse del rebaño, usar la cabeza y lograr una buena oxigenación, un relax necesario y reparador. Como somos un pack de alma y cuerpo, también el espíritu necesita rehacerse, tomar el sol y el aire, hay que sacarlo del largo encierro al que lo tenemos sometido. Darle la oportunidad de enriquecerse con la lectura de un buen libro, con la contemplación de un buen paisaje, con la visualización de una gran película o la escucha de buena música.
Benedicto XVI nos invitaba "a tratar de utilizar estos días para vivir de una manera nueva las relaciones con los demás y con Dios. Si se puede interrumpir el ritmo cotidiano frenético o afanoso, es bueno tomar un poco de tempo para los demás y para el Señor. Llevar en la propia maleta la Palabra de Dios, en particular el Evangelio". Este puede ser un verano diferente y muy enriquecedor.