Sin fiesta, no hay trabajo, y al revés; o ambos se hacen pesarosos
Disfrutar es una palabra encantadora que empleamos frecuentemente. Quizá no siempre utilicemos este verbo, sino otro parecido: que lo pases bien, que te diviertas, etcétera. Sin embargo, el término disfrutar tiene unas connotaciones que habitualmente no apreciamos. Viene del latín, compuesto por el prefijo ‘dis’ y ‘fructus’. El prefijo ‘dis’ puede tiene diversos significados: por ejemplo, contrario; y así decimos disnea para señalar la dificultad de respirar; o disforia, para señalar lo contrario de la euforia: la tristeza. Pero también tiene otros sentidos como, por ejemplo, diverso; y así se aplica en disfrutar: disponer de multiplicidad de frutos variados. El fruto es lo que la planta destila, el resultado final de todo su crecimiento y del trabajo llevado a buen término. Y en este sentido, se dice analógicamente ser fructífero.
Para disfrutar, lo primero que tenemos que hacer es dar fruto en sazón. Sin fruto, que es el final de un proceso que supone esfuerzo previo -roturar la tierra, abonar, sembrar, podar, regar, etcétera- no hay fructificación posible. Y sin fruto, el disfrute decae en mero aprovechamiento de lo que no se ha cosechado porque no lo hemos trabajado. Sería simple banalidad, divertimento, que significa etimológicamente desparramarse por varios lados. Por eso, en innumerables pueblos, las fiestas suelen coincidir con el fin de la cosecha. El disfrute, sin fruto, decae en mera diversión. Divertir es desviar o distraer la vista, apartándola de lo fundamental para ponerla en lo anecdótico. Es por tanto la diversión un alejamiento de lo vital, para fijarse en aspectos que nos invitan a la sensualidad, a lo fácil, en el sentido más inquietante, sin objetivo alguno. El gozo, que viene del latín ‘gaudium’ es la alegría con contenido: estar contento. Gozar es sentir alegría por algo (o alguien), por algún motivo, por una razón. Y no alocadamente, como muchos jóvenes que usan el alcohol, por ejemplo, para colocarse lo más pronto posible, desinhibirse y reírse de cualquier banalidad. Esto es lo más opuesto a disfrutar, que es exprimir el presente como un regalo del pasado. Por tanto, para disfrutar, primero hay que haberlo trabajado, y luego gozarse en el momento que toca, saboreando el presente, sin pensar en el nuevo trabajo que, cíclicamente, hemos de iniciar nuevamente. Sin fiesta, no hay trabajo, y al revés; o ambos se hacen pesarosos. No son pocos los que quieren estar siempre de fiesta; pero sin la tarea acabada, la fiesta deviene en bacanal, en jolgorio alocado.
Para disfrutar no es necesario disponer de un arsenal de artilugios ni de fortuna: basta con unas pocas cosas esenciales; y entre ellas, quizá la más importante sea la de querer y sentirse querido. Alasdair MacIntyre sostiene que para gozar necesitamos mantener en nuestra biografía una estructura narrativa coherente. Lo contrario de esto sería una vida sin sentido, deshecha en jirones inconexos. Y esta necesidad invita precisamente a disponer de un fin último: coherencia de la propia historia personal que, a juicio de Aristóteles, sirve para disponer de una trama que nos permite iniciar, proseguir y culminar; hacer inteligibles nuestras propias acciones y dar finalidad a nuestra existencia; y con ello, lograr una vida feliz.