El mayor avance histórico del S. XX de tres grandes políticos: Robert Schuman, Konrad Adenauer y Alcide de Gasperi
Un cuarto de siglo después de la creación de la Comunidad Económica Europea, cinco nombres siguen siendo recordados como los padres de la idea. Este quinteto de personalidades es encabezado por derecho propio, por el francés Jean Monnet, pero otros cuatro nombres permanecen unidos al nacimiento de las grandes instituciones comunitarias en los años cincuenta: el también francés Robert Schuman, el alemán Konrad Adenauer, el italiano Alcide de Gasperi. Ninguno de ellos vive hoy Jean Monnet, muerto a los 91 años, el 16 de marzo de 1979, fue el que sopló todas las ideas europeas a los responsables del viejo continente de la posguerra. Ya en junio de 1940 propuso una unión franco-británica en una soberanía común. En enero de 1956, Monnet logró que los hombres en el poder propusieran la idea de los estados unidos de Europa. Tres de los líderes de la primera hora europea tenían un rasgo en común: su catolicidad. El jefe del Gobierno de la República Federal de Alemania, Adenauer, y su colega italiano, Alcide de Gasperi, eran democristianos, y el primer ministro francés, Schuman, pertenecía al Movimiento Republicano Popular (MRP), partido también de inspiración cristiana.
Schuman, muerto en 1977 a la edad de 63 años, fue calificado por Vincent Auriol "como un radical que va a misa". Después de haberse batido por la difunta Comunidad Europea de Defensa (CED). Posteriormente fue elegido presidente de las tres comunidades europeas: el Euratom, la CECA y la CEE.
Konrad Adenauer, que murió en 1967 a la edad de 67 años, fue el artífice, junto con el general De Gaulle, de la reconciliación franco-alemana. Muy hostil a la idea del general de separar el Rhur y el Sarre de Alemania, Adenauer expresó su preferencia por una internacionalización de las zonas carboníferas y siderúrgicas. Esta idea se concretó, en 19512, con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA).
De Gasperi, un antifascista convencido, murió en 1954, tres años antes antes de la firma del Tratado de Roma.
Paul-Henri Spaak, que murió en 1972 con 72 años, estuvo en el origen de la unión aduanera con los Países Bajos y Luxemburgo, que concluyó con la creación del Benelux en 1958.
El 25 de marzo de 1957, ocho hombres, en representación de Italia, la República Federal de Alemania, Francia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, estampaban sus firmas en los tratados que creaban la Comunidad Económica Europea (CEE). La ceremonia se celebró en el palacio del Capitolio de Roma. Un cuarto de siglo después, la Comunidad se ha visto ampliada a diez miembros. Dinamarca, Irlanda y Reino Unido entraron en 1973 y Grecia lo hizo en 1980. La idea política germinal de la unión europea se ha ido diluyendo y la CEE se ha convertido, con el transcurso de los años, en un vasto mercado de 270 millones de consumidores, acosado por el paro y una grave crisis económica que afecta a sus estructuras internas. En este contexto, la Comunidad debe afrontar su "segunda ampliación" que permitirá el ingreso de Portugal y España en los próximos años.
"De algo muy importante podemos estar orgullosos: nuestros hijos se encogen de hombros y miran incrédulos a cualquiera que les hable de una guerra entre europeos". Gaston Thorn, luxemburgués, de 54 años, presidente de la Comisión Europea, tiene razón. Una de las victorias más importantes de los padres de la Comunidad Económica Europea (CEE) no se puede valorar en unidades de cuenta Ha sido la de desterrar para siempre el fantasma de las guerras franco-alemanas, algo que a la nueva generación de europeos les parece muy lejano en la historia, y que, sin embargo, estaba presente hace sólo 37 años. Además, se trata de una victoria permanente: la EE puede atravesar crisis muy graves -atraviesa hoy día, precisamente, la más grave de su historia-, pero ni en las cabezas más calenturientas abriga la idea de enfrentamientos violentos. La satisfacción por esta magnífica consecución no oculta, sin embargo, otra realidad: las cosas han marchado bien, o al menos relativamente bien, para la idea de una Europa unida mientras que el boom económico ha estado presente en todo Occidente. Ha bastado el primer embate serio, la crisis del petróleo, para que en me nos de ocho años muchas cosas quedaran paralizadas y para que, peor aún, se hable del peligro del retroceso.
El embate ha sido, ciertamente, duro. Los diez soportan hoy día casi once millones de parados, y el índice de desempleo no para de crecer, las inversiones han disminuido vertiginosamente y los sectores industriales más tradicionales -siderurgia, construcción, astilleros y manufacturas- han entrado en un declive espectacular.
Frente a esta situación, cada país siente la imperiosa tentación de "mirar hacia dentro" y se han olvidado completamente, pese a las periódicas llamadas en sentido contrario, los propósitos iniciales de lograr una cierta convergencia de economías y, menos aún, de ir hacia una unidad política.
Las dos bases sobre las que se construyó la Comunidad, la desaparición de fronteras comerciales y la política agrícola común, que permite ser autosuficientes desde el punto de vista de la alimentación, dos bases que lograron un desarrollo sin precedentes de los intercambios comerciales y la aparición en el foro internacional de Europa como una potencia económica capaz de competir tranquilamente con Estados Unidos y con todo el mundo, están en crisis.
La piedra de toque ha sido la ampliación del Mercado Común, precisamente cuando la embestida del petróleo comenzaba a sentirse. El Reino Unido ha desencadenado la lucha entre los diez y ha puesto de relieve algo inevitable: hay que adaptarse a los nuevos vientos, modificar la reglamentación agrícola (que absorbe más del 70% de los fondos comunitarios) y buscar una salida hacia delante, intentando unir fuerzas frente a enemigos comunes. La lucha se desarrolla desde 1979, sin que se vea su fin. La próxima cumbre de jefes de Gobierno y de Estado de los diez que se reúnen el 29 de este mes en Bruselas, no será, seguramente, la definitiva.
Se puede seguir afirmando, pese a todo, que los intereses económicos europeos tienen una base común, sobre todo frente a terceros. Los diez sólo podrán hacer frente a los nuevos problemas que plantea la política económica norteamericana si acuden juntos frente a Washington en la cumbre industrial del próximo mes de junio. Tampoco podrán resistir la pujante presencia japonesa en sus propios mercados si no actúan coordinadamente. Todos los expertos lo dicen así desde hace meses, pero las dificultades internas son, hasta el momento, irremontables. En el plano Político, las dificultades son aún mayores. Nadie habla de "los Estados unidos de Europa", una idea que acariciaron los fundadores y que no ha pasado nunca de ser un sueño imposible.
Pero algunos objetivos más realistas se cumplen, no sin gran esfuerzo y discusiones. Europa tiene ya una imagen política.
La Prensa habla de "lo que piensan los europeos", "la posición europea... " frente a problemas como la distensión, las relaciones Este-Oeste o la crisis más urgente del momento.
No puede decirse que los diez sean un bloque sin fisuras a la hora de actuar en la crisis de Oriente Medio o en América Central, pero sí que se realizan esfuerzos conjuntos y que, al menos frente a problemas que le atañen muy directamente y de forma inmediata, los diez han sido capaces de presentar una posición europea, capaz, por otra parte, de atraer incluso a países que no forman parte de la Comunidad. Falta aún un gran camino por recorrer -afirma Thorn-, pero se han dado los primeros pasos.
Los desacuerdos internos son, sin embargo, demasiado evidentes todavía. "Su calidad es tal", dice el presidente de la Comisión, "que impiden un relanzamiento global de la Comunidad". Basta para comprobarlo acudir un día al Parlamento Europeo -elegido por primera vez por sufragio universal directo en 1979- para darse cuenta de cómo en un plano exclusivamente verbal -sus decisiones no tienen poder vinculante para los ministros- las actitudes de los distintos grupos políticos están lejos de aproximarse. La crisis mundial que debía acercarlos actúa precisamente en sentido opuesto, y en lo económico surge el fantasma del proteccionismo, y en lo político, la defensa estricta de los propios intereses, tanto ideológicos como nacionales.
"La Comunidad atraviesa la crisis más grave de su historia", afirma Thorn. "Europa está en pleno marasmo", dice uno de los personajes políticos europeos más destacados de los últimos años, Willy Brandt. La primera potencia comercial del mundo se encuentra a mitad de un camino y la erosión es ya muy fuerte, comentan los funcionarios de Bruselas. La hora es grave, explica Gaston Thorn, y si no somos capaces de conservar lo que nuestros predecesores han construido, las jóvenes generaciones entrarán en el siglo XXI reculando. Hay que decidir ahora mismo.
A la hora de la verdad, todo se toma con más calma. Los jefes de Gobierno y de Estado que se reúnen el día 29 en Bruselas no dejarán pasar la ocasión del veinticinco aniversario para realizar nuevas profesiones de fe en Europa y de denunciar la gravedad de la situación. Otra cosa será el comunicado final a la hora de analizar las decisiones que han adoptado.
El 25 de marzo de 1957 seis países (Bélgica, Francia, Holanda, Italia, Luxemburgo y la República Federal de Alemania) firmaban los tratados, en Roma, por el que se creaban la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM). Previamente, el 18 de abril de 1951 estos mismos países habían creado la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA).Surgida entre las tensiones de una aspiración supranacional y una realidad con marcados tintes nacionalistas, la CEE ha sobrevivido durante los últimos veinticinco años a varias crisis y ha conseguido indudables avances en los que eran sus objetivos fundamentales: la eliminación de las restricciones en los intercambios comunes y el establecimiento de una política comercial común frente a los países no miembros, el desarrollo de una política económica coordinada y la su presión de las medidas restrictivas del libre juego de la competencia.
En una primera etapa, que se extiende de 1958 a 1969, los principales esfuerzos se centraron en la realización de un mercado común.
El 1 de enero de 1959 se produce la primera baja del 10% de los derechos aduaneros en el interior de la CEE, y dos años más tarde la primera aproximación de los aranceles nacionales de los seis países miembros a la tarifa aduanera común.
Finalmente, el 1 de julio de 1968, dieciocho meses antes de lo establecido en el calendario inicial, quedó terminada la unión aduanera, con la eliminación de todos los derechos arancelarios entre los países miembros y el establecimiento de un arancel común frente al exterior.
Por otra parte, el Convenio de Yaundé, de 20 de julio de 1963, renovaba la asociación de los países de ultramar a la CEE.
El 9 de agosto de 1961, el Reino Unido solicitaba su adhesión al Mercado Común, seguida por Irlanda, Dinamarca y Noruega.
Las negociaciones se abren el 10 de octubre de ese mismo año y continúan durante el siguiente. El 14 de enero de 1963, el general De Gaulle opone su veto declarando que Inglaterra no está preparada para entrar en la CEE, las negociaciones se suspenden el 29 de ese mismo mes.
El 11 de mayo de 1967, el Reino Unido renueva su petición de ingreso, chocando de nuevo con la oposición francesa, que durará hasta la cumbre de La Haya de 1969, en que el nuevo Gobierno francés (De Gaulle había renunciado meses antes) se manifestó a favor de la admisión.
Desde el punto de vista institucional, hay que destacar el tratado del 8 de abril de 1965, por el que se funden el consejo y la comisión de las tres organizaciones: CEE, CECA y EURATOM, en dos cuerpos únicos. El tratado entró en vigor en julio de 1967.
La segunda etapa será la del desarrollo y la ampliación del Mercado Común. El punto de partida fue la conferencia de jefes de Estado o de Gobierno de los seis, celebrada en La Haya, el 1 y el 2 de diciembre de 1969, a iniciativa del presidente francés Pompidou.
En esta cumbre se intentan resolver los principales obstáculos que se oponían al desarrollo de la Comunidad: se llega a un acuerdo financiero agrícola, se organiza una atribución progresiva de recursos a la Comunidad para llegar a un auténtico presupuesto comunitario, en 1975, y se desbloquean las negociaciones con los países candidatos a la adhesión.
El 30 de junio de 1970 comienzan las negociaciones, que concluirán el 22 de enero de 1972, con la firma de los tratados entre la Comunidad y el Reino Unido, Irlanda, Dinamarca y Noruega. Los tratados entraron en vigor el 1 de enero de 1973 para tres de estos países, al haber rechazado Noruega la adhesión, por referéndum del 26 de septiembre anterior.
El segundo proceso de ampliación, que elevará el número de miembros a doce, con la incorporación de Grecia, España y Portugal, se inicia en 1976, y hasta la fecha sólo ha cristalizado en el tratado de adhesión de Grecia, firmado, el 28 de mayo de 1979, en Atenas. La década de los 70 se había abierto con la esperanza de llegar a una unión europea.
En la realidad, los logros han sido mucho más limitados y se han centrado sobre la cooperación intergubernamental. Su principal producto ha sido la aparición del Consejo Europeo, no previsto en el Tratado de Roma, que surge por primera vez en el comunicado final de la Conferencia de París, de diciembre de 1974, y que, de hecho, supone la institucionalización de las cumbres de jefes de Estado o de Gobierno.
La concentración de poder en los órganos intergubernamentales, Consejo de Ministros y Consejo Europeo, podría verse modificada en un futuro por el, peso del Parlamento Europeo.
Compuesto en un principio por parlamentarios nacionales, el Tratado de Roma previa que, en un segundo período, sus miembros lo serían por sufragio universal directo.
El escaso entusiasmo despertado por estas elecciones, que se celebraron, en 1979, en los diversos países miembros, no ha impedido que durante su corta vida el Parlamento Europeo haya intentado aumentar sus poderes de control y mejorar su participación en la vida legislativa comunitaria.
Soledad Gallego-Díaz, en elpais.com/
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