Antonio Machado: defensor de valores como el trabajo y la inteligencia
Cada 22 de febrero se conmemora, con más o menos eco, la muerte de un poeta, de un escritor, de un hombre, la de Antonio Machado, muerto ese día de 1939 en Collioure.
Pocas veces se produce tanta unanimidad a la hora de valorar a una persona como la que se da en torno a Antonio Machado, el Bueno, adjetivo no solo asumido por él mismo ("soy, en el buen sentido de la palabra, bueno") sino también por los que lo conocieron personalmente o a través de su obra. Machado se ha convertido en el símbolo de escritor español sencillo, humano, ético, comprometido con el presente y el futuro, y defensor de valores como el trabajo y la inteligencia.
De origen andaluz, nace en Sevilla en 1875 ("Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla"), pronto marcha con su familia a Madrid donde se educa en la Institución Libre de Enseñanza, que tanto propició la aparición de pensadores y artistas a comienzos del siglo pasado; en esos años de juventud conoce a los principales autores de la época y publica su primera obra literaria a finales de 1902. En 1907 gana las oposiciones a cátedras de Francés y es destinado a Soria donde se casa con Leonor, que muere a los tres años de la boda ("Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería") tras una terrible enfermedad durante la cual Machado anhela la imposible curación ("Mi corazón espera/ también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera").
Incapaz de soportar en Soria la ausencia de su mujer, pide el traslado a Baeza (Jaén) desde donde recuerda con emoción contenida su pasado soriano:
"Allá, en las tierras altas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando en sueños...
No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco: dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo."
Poco a poco va superando su dolor y sigue escribiendo acerca de la realidad más inmediata; critica a los señoritos andaluces ("Este hombre no es de ayer ni es de mañana/ sino de nunca ...) como prototipo de la España que hay que superar ("La España de charanga y pandereta") y que aún tendrá una secuela efímera ("El vano ayer engendrará un mañana / vacío y ¡por ventura! pasajero") para acabar con la España del futuro ("Mas otra España nace, / la España del cincel y de la maza, / con esa eterna juventud que se hace / del pasado macizo de la raza. / Una España implacable y redentora, / España que alborea / con un hacha en la mano vengadora / España de la rabia y de la idea."). Y es que Machado, lejos de la tópica idea de que hay dos Españas ("... entre una España que muere y otra España que bosteza"), es positivo y optimista y cree en una tercera España, la del trabajo y el pensamiento que posteriormente se identificaría con los ideales de la II República. Cuando muere Francisco Giner de los Ríos, uno de los creadores de la Institución Libre de Enseñanza, le escribe "yunques sonad, enmudeced campanas" como un corolario de lo que deberá ser la nueva España.
Tras Baeza, se traslada a Segovia donde continuará su obra y donde conocerá otro amor, Guiomar, que le hará revivir emociones que creía muertas ("¡Sólo tu figura, / como una centella blanca / en mi noche oscura"). La proclamación de la II República coincide prácticamente con su nuevo destino en Madrid donde trabajará hasta que en 1936 se traslada a Valencia, posteriormente a Barcelona y finalmente a Francia.
Firme defensor de la República, la muerte lo recibe como había anticipado el propio autor ("Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo como los hijos de la mar"). Efectivamente, Machado muere en el destierro, en Collioure, acompañado de su madre, que le sobrevive dos días, y de su hermano José; en su bolsillo se encontró un papel con un verso "Estos días azules y este sol de la infancia". Antonio Machado es un hombre sencillo, triste en lo personal pero positivo en lo social, melancólico pero decidido, integrador y progresista. Nunca ha sido el estandarte de ninguna ideología concreta porque siempre salva a los que quieran aportar en el nuevo futuro. En definitiva, Antonio Machado, el hombre que nos recuerda: "Por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre".
Pablo Alegre, en catalunyapress.es/
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