En su catequesis de ayer, durante la Audiencia general, el Papa reflexionó sobre la oración de Jesús y recordó cómo en la cruz “”pide por los demás, por todos, incluso por quienes lo condenan”
Catequesis del Santo Padre durante la Audiencia general
En esta serie de catequesis hemos recordado en varias ocasiones cómo la oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús: Jesús rezaba, y rezaba mucho. Durante su misión, Jesús se sumerge en ella, porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su existencia.
Los Evangelios manifiestan cómo la oración de Jesús se hizo todavía más intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte. Esos sucesos culminantes de su vida constituyen el núcleo central de la predicación cristiana: las últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio no solo porque a esa narración los evangelistas reservan, en proporción, un espacio mayor, sino también porque el hecho de la muerte y resurrección −como un rayo− arroja luz sobre todo el resto de la vida de Jesús. No fue un filántropo que se hizo cargo de los sufrimientos y enfermedades humanas: fue y es mucho más. En Él no hay solo bondad: hay algo más, está la salvación, y no una salvación transitoria −esa que me salva de una enfermedad o de un momento de desánimo−, sino la salvación total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.
Así pues, en los días de su última Pascua, encontramos a Jesús, plenamente inmerso en la oración. Reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní −lo hemos escuchado−, asaltado por una angustia mortal. Sin embargo, Jesús, precisamente en ese momento, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, Papá (cfr. Mc 14,36). Esta palabra aramea −que era la lengua de Jesús− expresa intimidad, confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad en torno a sí, Jesús la atraviesa con esa pequeña palabra: Abbà, Papá.
Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Y sin embargo en sus labios aflora una vez más la palabra “Padre”. Es la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto: reza por los demás, reza por todos, también por los que lo condenan, sin que nadie, excepto un pobre malhechor, se ponga de su lado. Todos estaban contra Él o indiferentes, solo aquel malhechor reconoce el poder. «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En medio del drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por todos, pronuncia las palabras trágicas del salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (v. 2): sentía el abandono y rezaba. En la cruz se cumple el don del Padre, que ofrece el amor, es decir se cumple nuestra salvación. Y también, una vez, lo llama “Dios mío”, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”: es decir, todo, todo es oración, en las tres horas de la Cruz.
Por tanto, Jesús reza en las horas decisivas de la pasión y de la muerte. Y con la resurrección el Padre responderá a la oración. La oración de Jesús es intensa, la oración de Jesús es única y se convierte también en el modelo de nuestra oración. Jesús ha rezado por todos, ha rezado también por mí, por cada uno de vosotros. Cada uno de nosotros puede decir: “Jesús, en la cruz, rezó por mí”. Ha rezado. Y Jesús puede decirnos a cada uno: “He rezado por ti, en la Última Cena y en el madero de la Cruz”. Incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. La oración de Jesús está con nosotros. “Y ahora, Padre, aquí, los que estamos escuchando esto, ¿Jesús reza por nosotros?”. Sí, sigue rezando para que su palabra nos ayude a seguir adelante. Así que rezar y recordar que Él reza por nosotros.
Y esto me parece lo más bonito para recordar. Esta es la última catequesis de este ciclo sobre la oración: recordar la gracia de que no solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, hemos sido acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu Santo. Jesús reza por mí: cada uno puede meter eso en su corazón, no hay que olvidarlo. Incluso en los momentos más malos. Somos ya acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre en la comunión del Espíritu Santo. Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la pasión, muerte y resurrección todo fue ofrecido por nosotros. Y entonces, con la oración y con la vida, no nos queda más que tener valentía y esperanza y, con esa valentía y esperanza, sentir fuerte la oración de Jesús y seguir adelante: que nuestra vida sea dar gloria a Dios conscientes de que Él reza por mí al Padre, de que Jesús reza por mí.
Me alegra saludar a los fieles de lengua francesa, en particular a los peregrinos venidos de la Isla de Reunión. En una oración audaz y ferviente, podemos descubrir la belleza y la alegría de ser amados por Dios Padre, salvados por Jesús en la cruz, convirtiéndonos en intercesores por cuantos viven en la precariedad, en la soledad y en la enfermedad. ¡A todos mi bendición!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua inglesa. Unidos al Señor Jesús, nuestro intercesor ante el Padre, podemos rezar con perseverancia por la conversión de los corazones y la salvación del mundo. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de Cristo. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. La oración es un gran don que nos hace partícipes de la comunión divina. Rezando nos encomendamos a Jesús: «Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios que nos escucha» (CCC, 2749). ¡Que el Señor os bendiga y os proteja siempre!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que hay tantos. Al finalizar estas catequesis sobre la oración, no olvidemos que Jesús no sólo nos “amó” primero, sino que también “rezó” primero por nosotros. Por eso, con nuestra oración y con nuestra vida demos gloria a Jesús y vivamos seguros porque Él rezó y reza por cada uno de nosotros aún ahora delante del Padre. Muchas gracias.
Saludo a los fieles de lengua portuguesa, deseando a cada uno que crezca cada vez más en la vida nueva de resucitados que Cristo nos ha conquistado. Dejémonos guiar por Él, sin miedo a lo que nos pida o a donde nos mande. Que el Señor os bendiga, para que seáis en todas partes faro de luz del Evangelio para todos. ¡Que la Virgen os acompañe y proteja a vosotros y a vuestros seres queridos!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Nuestras oraciones se cumplen y se completan cuando intercedemos por los demás y cuidamos de sus preocupaciones y necesidades. La oración no nos separa ni nos aísla de nadie, porque es amor por todos. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. San Pablo nos anima a rezar incesantemente (cfr. 1Ts 5,17). La oración es una necesidad vital, porque es la respiración del alma; todo en la vida es fruto de ella. Como es la oración así es la vida: el estado de nuestra alma y nuestras obras. Que el coloquio personal e íntimo con Cristo os ayude a estar siempre cerca de Dios, a encontrar la respuesta a todas vuestras preguntas y problemas que os rondan. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los fieles de la diócesis de Forlì-Bertinoro, con su Obispo Livio Corazza que celebra sus 40 años de sacerdocio: ¡muchas felicidades! Saludo también a la Asociación de Colaboradoras familiares de las ACLI, y a la Asociación Nacional de Ambulantes. Al agradecer vuestra presencia, os animo a perseverar en vuestros buenos propósitos, deseando para cada uno los dones de la alegría y la paz.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Espero que el periodo estivo pueda ser tiempo de serenidad y una bonita ocasión para contemplar a Dios en la obra maestra de su creación. A todos mi Bendición.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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