La Biblia dice que hemos de perdonar como Dios nos perdonó a nosotros (Ef 4, 32; Col 3, 13). Dios nos perdona cuando nos arrepentimos (Mc 1, 15; Lc 13, 3-5; Hch 3, 19). Él no concede el perdón a los que endurecen la cerviz y se niegan a arrepentirse. Debemos reconocer nuestro pecado y arrepentirnos para recibir y disfrutar el perdón misericordioso de Dios. Dios requiere arrepentimiento y nosotros debemos requerirlo también.
El arrepentimiento es importante porque es la única esperanza que tiene la persona de cambiar verdaderamente (Mt 18, 3; Hch 26, 20). Si no admitimos nuestro pecado, es imposible ser transformados. Si no somos agudamente conscientes de la dirección pecaminosa en que van nuestras vidas, no veremos la necesidad de ajustar la dirección. El arrepentimiento demuestra que necesitamos a Dios para que nos ayude a cambiar nuestra manera de pensar, actitudes y conducta.
Una persona que no se arrepiente mantiene un sentido de control sobre su vida a través del orgullo, lo cual puede llevar a la destrucción, la violencia y la animosidad (Pr 8, 13; Pr 16, 18; Pr 29, 23). Volverse hacia Dios (arrepentimiento) es necesario para romper el ciclo de conductas destructivas y patrones de relacionarse con los demás. Si como creyentes no requerimos el arrepentimiento de parte del ofensor, impedimos que la persona vea su necesidad de Dios y de experimentar Su perdón. Para decirlo de una manera sencilla, el perdón es un proceso de dos vías: arrepentimiento de parte del ofensor, y perdón de parte del ofendido.
Cuando sólo ocurre una parte del proceso del perdón, el dolor que siente el ofendido puede llevar al odio, la amargura y el deseo de venganza. Puesto que deseamos desesperadamente el alivio del deseo consumidor de desquitarnos, podemos vernos tentados a dejar el asunto o a «perdonar» sin confrontar nunca a la persona ni esperar a que muestre remordimiento.
Sin embargo, es incorrecto asumir que si no perdonamos a alguien vamos a sentirnos agobiados por el odio, la amargura y los deseos vengativos. Eso no es necesariamente cierto, porque la Biblia dice que hemos de amar a una persona ya sea que muestre o no remordimiento. Podemos amar a nuestros enemigos [1], y aún así continuar sin resolver lo que tenemos pendiente con ellos. En muchos casos, es una mayor muestra de amor retener el perdón hasta que se haya demostrado un cambio de corazón, que ofrecer perdón sin que el ofensor reconozca que ha hecho mal deliberadamente.
En vez de ceder a la venganza podemos suavizar nuestros corazones para con aquellos que nos han herido cuando admitimos humildemente que nosotros también hemos herido a otros. Es únicamente por la gracia de Dios que podemos disfrutar de Su bondad hacia todos nosotros. Es igualmente importante considerar que podemos tener fe en que Dios se vengará si es necesario (Lv 19, 18; Rm 12, 19-21) y en que Él va a hacernos responsables de lo que hagamos (Rm 14, 12; Hb 4, 13). No tenemos que preocuparnos porque Dios nota nuestro dolor (Sal 147, 3). Con ese pensamiento podemos demostrar una confianza más profunda en Dios y ser guiados a orar por aquellos que nos han herido.
Sí, el perdón incondicional se puede conceder sin que el ofensor sepa nunca que nos hirió. Pero este «perdón» unilateral no es lo mejor para nosotros ni para la persona que nos hirió. Devalúa el significado del arrepentimiento y roba, tanto al ofensor como a nosotros, la oportunidad de crecer en Cristo.
El propósito máximo del perdón es la sanidad de una relación. Esa sanidad ocurre únicamente cuando el ofensor se arrepiente y demuestra remordimiento, y el ofendido concede el perdón y demuestra una aceptación de amor.
Allison Stevens, en odbes.beta.ourdailybread.org/
Notas:
1. Un enemigo se puede definir como aquel que intencionadamente nos hiere, es destructivo, y en quien no se puede confiar por su falta de remordimiento. El perdón incondicional implica que nuestra respuesta a nuestros enemigos debe ser ofrecer perdón sin respuesta de parte del ofensor. Sin embargo, la Biblia enseña que debemos responder a nuestros enemigos en amor (Mateo 5:44). Las Escrituras no enseñan que necesitamos perdonar a nuestros enemigos. Lo que enseñan es que debemos amarlos y orar por ellos. Amor y perdón no son sinónimos.