Parece que la única vida que vale la pena ser vivida es la de ensueño, la de cuento, la de Jauja
El confinamiento ha dejado huella en nosotros, también positiva. Una de ellas, en mí, ha sido redescubrir la Naturaleza: dediqué parte de mi tiempo a cultivar un huerto urbano. Lleno de orgullo se lo enseñaba hace poco a un amigo. Disfrutaba mostrando los calabacines y pepinos, los tomates que van madurando… de pronto me dijo: "esto se lo tenemos que enseñar a los niños, seguro que les hará ilusión y aprenderán mucho". La Naturaleza es una gran maestra de la vida.
Es bonito ver la lucha de los vegetales por la vida, su tesón por crecer y florecer y dar fruto. Igual los pájaros; he observado esta primavera a los mirlos, la insistente llamada del macho para atraer a la hembra, sus trinos avisando la llegada de un intruso, su incesante actividad para llevar insectos y larvas a su nido, el primer vuelo de sus polluelos. Todo un precioso canto a la vida.
Solamente los humanos somos capaces de amargar nuestra existencia por miedo a la lucha, al dolor y al esfuerzo. Lo han puesto todo tan fácil, han pintado un mundo tan light, tan blandito y placentero que, cuando las cosas se ponen duras, nos ponemos mustios y perdemos las ganas de vivir.
Parece que la única vida que vale la pena ser vivida es la de ensueño, la de cuento, la de Jauja. El ideal de un chico o chica, de muchos adultos, es ser Peter Pan: no crecer nunca, quedarse en una eterna adolescencia. Pero con todos los "derechos-vicios" de los mayores. Ayer leía que la Unicef afirma que los padres no pueden privar a los niños de su derecho a acceder a la pornografía. Un "derecho" más de los que vamos acumulando.
Defendemos la ecología y olvidamos que el hombre tiene la suya. Hay una llamada de la madre Naturaleza a vivir como se es, a procrearse para que perdure la especie. El ser humano goza de libertad, puede dirigirse a su fin usando la cabeza, viendo lo que es bueno para él. En cambio, los otros seres siguen las leyes de la naturaleza de un modo necesario y unívoco, siguen su instinto. Lo triste es usar la libertad para autodestruirse, para dejar de ser lo que somos. El reseteo moderno puede acabar con la especie. Veremos qué acaba pasando.
Es planteable ser respetuosos con el homo sapiens y utilizar nuestro saber para lograr una vida mejor: el cuidado de lo más débiles; un avance decidido en las ciencias biomédicas para curar y no perder tanto caudal de dinero y de sabiduría en deformar lo natural; un uso respetuoso del medio ambiente; curar tanta herida moral que impide una vida lograda, porque la dignidad de la especie humana requiere un ethos, un código de comportamiento, una moral. No todo da igual: hay cosas que hieren.
Leemos en el Evangelio: "viene a ser como un hombre que echa la semilla sobre la tierra, y, duerma o vele noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo… pero, una vez sembrado, crece y llega a hacerse mayor que todas las hortalizas, y echa ramas grandes, hasta el punto de que los pájaros del cielo pueden anidar bajo su sombra".
En esta profunda mirada a la Naturaleza se nos muestra la fuerza de la vida. No todo depende de nosotros, hay una Providencia, una presencia del Creador. Podemos confiar, no todo lo tenemos que hacer nosotros. Debemos arar, sembrar y descansar en la espera. Contar más con el de arriba. Seguir sus planes, fiarnos de Él. Admirar las leyes del Cosmos, respetarlas y sacarles todo el partido posible, pero acatándolas.
Dice Chesterton: "Cada uno tendría que creer, no importa entre qué locuras o extravíos, que su vida y su personalidad tienen una razón de ser. Cada uno debería creer que tiene algo que ofrecer al mundo que no le podrá ser entregado de ninguna otra manera". Solo podemos ofrecer lo que tenemos, lo que somos. Las quimeras y fantasías no pertenecen a lo real. Podrá haber dificultades, estaremos más o menos a gusto con lo que tenemos o somos, pero no olvidemos que así somos importantes, todo tiene sentido y contribuiremos a un mundo mejor.
Amar la vida, vivirla con pasión, con alegría y esperanza. "Amar al mundo apasionadamente" decía san Josemaría, este mundo real con sus límites y grandezas: "el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yahveh lo miró y vio que era bueno. Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y nuestras infidelidades… Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir".