Sólo Dios puede leer nuestras conciencias y nuestro corazón, de ahí que sólo Él podrá medir el grado de honestidad en nuestras palabras y nuestras acciones.
La sinceridad es la virtud que “manifiesta si es conveniente, a la persona idónea y en el momento adecuado, lo que ha hecho, lo que ha visto, lo que piensa, lo que siente, con claridad, respeto a su situación personal o a la de los demás” (1)
(1) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaacs. Editorial Eunsa. Pág. 171
Dicho en otras palabras, la sinceridad nos permite expresarnos libres de todo fingimiento con el prójimo. Es lo que nos permite manifestarnos exteriormente como somos interiormente, (sin dobleces), en nuestra relación con los demás. Es la claridad y transparencia en lo que se hace, en lo que se piensa y en cómo se vive. Comienza con nosotros mismos. Cuando no hemos sido sinceros, pasado el primer momento, la conciencia nos lo reclama. De ahí que seremos sinceros en la medida en que no especulemos con lo que decimos o hacemos buscando nuestra propia conveniencia, resguardando nuestra propia imagen (la que le vendemos al prójimo) y eludiendo responsabilidades.
La sinceridad es menos exigente que la veracidad (que es el amor a la verdad hasta sus últimas consecuencias y dispuestos a pagar el precio que ello implica) pero se convierte en una manera de ser transparente y natural. Las personas sinceras tienen el encanto especial que da la naturalidad con que se mueven, libres de astucias para fingir lo que en realidad no son, ni piensan. San Francisco, siglo XIII, exhortaba a sus frailes a ser muy sinceros “Porque cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es, y no más.” (2) A eso tiende la sinceridad, a no vender una imagen que no se es, ni en la forma de actuar, ni en la forma de pensar, ni en la forma de sentir. La sinceridad en nuestras palabras siempre tendrá que ser moderada por otras virtudes como la caridad, (para no herir gratuitamente), la discreción, (para no decir en público lo que debamos decir en privado), la amabilidad, (buscando la mejor forma de hacerlo para que nuestras palabras no sean rechazadas de plano), y la prudencia, (a la persona adecuada y a quien habrá de servirle) etc.
(2) “Sin volver la vista atrás”. Justo López Medús. Editorial G.M.S IBERICA, S.A.Pág.23
Las virtudes están todas entrelazadas y el tener una implica estar rozando o necesitando otras para lograr el equilibrio. Por ejemplo, ser sincero no quiere decir necesariamente expresar cosas hirientes todo el tiempo, ni lo primero que pensamos ni todo lo que pensamos. Tampoco es lo mismo que ser espontáneo. El decir la verdad es lícito siempre que sea bueno para esa persona escucharla y le sirva para corregir una actitud. Hay que decir lo que se piensa, pero hay que pensar lo que se dice. Por ejemplo:
Si nos encontramos con alguien que acaba de enterrar a su padre y le decimos que estamos apurados porque nos queremos ir al cine no seremos sinceros, (aunque sea la verdad), sino unos salvajes. La circunstancia y la caridad exigen que invirtamos nuestro tiempo con nuestro prójimo que en ese momento lo reclama para desahogar su corazón. Si nos encontramos con una amiga que hace tiempo que no vemos y le decimos que está gorda, (algo que seguro que ella ya lo sabe porque el espejo se lo recuerda diariamente), por más que sea cierto es una grosería gratuita. Si nos invitan de veraneo y comentamos que el colchón es incómodo tampoco seremos sinceros, (aunque sea verdad), sino unos mal educados porque primero está la gratitud hacia quien nos invitó y la cortesía.
Si viene a visitarnos una tía que generalmente no vemos y le decimos que cayó en mal momento porque nos íbamos a la peluquería, (aunque fuese verdad), es una grosería, una falta de caridad y de generosidad con nuestro tiempo. Siempre habrá prioridades, y, una cosa es tener que estudiar porque rendimos al otro día un final y otro muy distinto es irnos a la peluquería que puede esperar. Si estudiamos con un compañero cuyo ritmo de comprensión es más lento que el nuestro y hemos decidido dejarlo, (y está bien y es comprensible que lo hagamos), no necesitamos lastimarlo queriendo ser sinceros y diciéndole puntualmente el motivo: que es lento para aprender. Siempre podremos decirle que preferimos probar solos para exigirnos más disciplina y no tener que salir de casa que no será mentir pero tampoco estamos obligados a decirle todas las razones.
Esta anécdota piadosa nos servirá para entenderlo mejor:
Un joven discípulo de un sabio filósofo llega a casa de éste y le dice:
- Maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia...
- ¡Espera! – Lo interrumpe el filósofo. ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
- ¿Las tres rejas?
- Sí.-
- La primera es la VERDAD ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
- No. Lo oí comentar a unos vecinos...
- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la BONDAD. Eso que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?
- No, en realidad no. Al contrario...
- Ah, vaya. La última reja es la NECESIDAD. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta? –
- A decir verdad, no.
Entonces – dijo el sabio sonriendo si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.
Ser sincero tampoco quiere decir publicar los pecados propios y los ajenos con una falta de pudor e intimidad que nos degrada. Las intimidades de la familia, como regla general, no deben tratarse con las personas ajenas a ella. Y los pecados propios deben confesarse a los sacerdotes porque representan a Dios, que jamás lo dirán porque tienen el voto de sigilo sacramental (por el cual el sacerdote está obligado a guardar secreto absoluto de los pecados del penitente y sellarlos con el Sacramento bajo penas muy severas) y no andar ventilándoselos a todo el mundo. Esta exposición de la propia intimidad responde a la necesidad de descargar el peso de nuestra conciencia violentada por los pecados. El ámbito apropiado es la privacidad inviolable de la confesión, ante un cura, que se llama “cura” porque su misión es curar a las almas.
La degradación de la sociedad moderna y su ataque brutal a todas las virtudes es lo que ha arrasado con esa joya humana que era la propia intimidad. En épocas ya no digamos cristianas sino más humanas, uno elegía a determinada y muy seleccionada persona, en los momentos apropiados y también seleccionados, para compartir una confidencia. La confidencia bien hecha (y en el lugar apropiado) de un corazón a otro, siempre debe ser tomada como una distinción que se nos hace, de un corazón sobrecargado por un pesar y que necesita aliviarse, y hay que responder a esto con reserva y mucho celo.
La revolución anticristiana, para atacar el núcleo de la sinceridad y demolerla, ha impuesto (especialmente a través del psicoanálisis y de los medios de comunicación masiva) en nombre de ser “auténtico”, de estar a la “moda”, el decir las barbaridades y las intimidades más grandes (propias y ajenas) en público, sin tapujos, ni delicadezas. En aras de una falsa sinceridad hasta la intimidad del otro es violada, sin discreción, sin caridad, sin modestia ni pudor, sin prudencia, avasallando sin piedad con el honor, la fama y la vida privada de las personas. Reina como soberana desde los medios de comunicación social la vulgaridad, la ordinariez, el maltrato, la grosería como expresión de sinceridad y de autenticidad cuando es la antítesis de lo que en realidad es. La antítesis de la sinceridad es la que es el fingimiento y la apariencia de cualidades o sentimientos que no se tienen ni se experimentan que Nuestro Señor condenó en el Evangelio.
Marta Arrechea Harriet de Olivero, en es.catholic.net/
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Construyendo perdón y reconciliación |
El perdón. La importancia de la memoria y el sentido de justicia |
Amor, perdón y liberación |
San Josemaría, maestro de perdón (2ª parte) |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |