“Ten cuidado de no hacer llorar a una mujer, porque Dios cuenta sus lagrimas” (Talmud, Baba Metzia 59).
“La mujer ha sido siempre la mejor amiga de la religión; pero la religión no ha sido siempre amiga de la mujer.” (Winternitz).
El siglo XXI no solo ha sido llamado el “siglo de las comunicaciones”, también se le ha denominado el “El siglos de las reivindicaciones sociales”, en especial en el terreno de los derechos y libertades fundamentales de las mujeres (Céspedes, 2014). Las comunidades de fe no han estado ajenas a estos cambios en las relaciones y códigos sociales. La discusión acerca del valor, sitial y rol de la mujer en la iglesia cristiana ha sido temática de continuos y acalorados debates. Los diversos estudios sondean apasionadamente en los relatos y enunciados registrados en los textos del Antiguo y Nuevo Testamento, en busca de principios que sirvan de respuestas concretas.
El texto veterotestamentario es el que más complejidad ofrece al momento de indagar acerca del valor otorgado a la mujer, principalmente por la innegable estructura social patriarcal que sirve de contexto a las narrativas del texto hebreo, puesto que en las culturas medio orientales que poseían características pastoriles predominaba el tono patriarcal tribal (De Voux, 2012). Se suma a lo anterior, la dificultad hermenéutica de separar exitosamente los marcos y códigos sociales, culturales y familiares propios de las culturas patriarcales, de los principios que pueden ser adjudicados a la revelación progresiva y redentora del único, justo y amoroso Dios.
Intentar establecer con certeza el valor de la mujer en el extenso contexto del Antiguo Testamento, en un breve ensayo como este, resulta simplemente en una misión imposible. Pero es posible enunciar algunos conceptos bíblico-teológicos que sirvan de base para un estudio más concienzudo y detallado.
Resulta tentador acusar al texto bíblico hebreo de androcéntrico y misógino, sin embargo, debemos recordar que los acontecimientos bíblicos de la elección y de la redención no hacen diferenciación de sexo. Mujeres y hombres participan de los momentos más significativos de la historia de la salvación. Desde el principio, mujeres y hombres fueron hechos a “imago Dei”, y gracias a la auto-revelación divina, las mujeres y hombres están invitados a participar de los frutos de la redención preparada por el Señor.
El Antiguo Testamento invita a la mujer a tomar conciencia de la dignidad, respeto y valor que merece por el hecho de haber sido creada a imagen y semejanza de Dios.
En los relatos creacionistas y cosmogonías de los pueblos del Medio Oriente Antiguo, con excepción de Israel (Gn 2, 26-28), no se habla de la mujer como ser especial en la creación de la humanidad. Pero el Génesis posee dos relatos respecto a la creación de la especie humana y en ambos la mujer es mencionada con detención e intencionalidad (Hernández, 2007, p. 228).
En el primer relato de la creación en Gn 1, 27-28, se nos permite descubrir elementos decidores acerca de la naturaleza y valor de la mujer:
Dios creó al ser humano (הָֽאָדָם) a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Macho(זָכָ֥ר) y hembra(נְקֵבָה) los creó(G 1, 27 RV60).
La finalidad de la acción divina de crear un ser portador de su imagen, tselem ‘elohim, que le represente en el orbe, evidencia matices interesantes. El ha ‘adam, ser humano, el que ha sido tomado de la ‘adamá o del polvo, como lo especifica el relato hebreo, es esa imagen de Dios, pero esta, no es portada por un ente individual, sino más bien, una colectividad, sociedad y complemento. Este ha’adam está compuesto por el zajar (macho) y la neqebah (hembra), juntos constituyen el ha’adam (Gn 1, 27; Gn 5, 1-2), juntos reflejan la maravillosa imago Dei, ni más ni menos. No existe diferencia de dignidad, naturaleza o calidad entre mujer y varón, ambos han sido diseñados como imagen del Dios Creador, ambos representan esa imagen y la llevan en su ethos (Hernández, 2007, p. 229).
Solo este texto fundamental, podría derribar cualquier pretensión de establecer una supuesta superioridad del varón sobre la mujer. Dios no ha creado seres humanos de segunda clase, o de categoría inferior, todos: mujeres y hombres, han sido creados a su imagen. No existe superioridad de uno sobre el otro, sino que ambos forman el único nosotros, que constituye el ser humano pleno creado por Dios (Pikaza, 2013, p.316). Y aun cuando se trate de los seres que han caído presa del pecado, esta imagen caída, deteriorada y afectada, no deja de ser imagen de Dios. Imagen que el Creador desea redimir y restaurar (Muñiz, 2011, p.26).
Y los (אֹתָם)bendijo Dios, y les (לָהֶ֜ם)dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. (Gn 1, 28 RV60)
Como confirmación del propósito de Dios de constituir a la mujer y al varón como representantes de su imagen, Gn 1, 28 expresa que “ambos” fueron bendecidos y recibieron la comisión del Señor de ser sus mayordomos al cuidado y administración de su perfecta creación. El uso en el texto hebreo de dos pronombres en tercera persona plural: “Y los (‘otam) bendijo Dios y les (lahem)dijo…” confirma la misión y responsabilidad ecológica-teológica que la mujer y el varón asumen como resultado de ser imagen del Dios Creador y sustentador de todo lo que existe. La tarea de la humanidad en la creación, la cumplirán complementándose, como zajar y neqebah. La mujer entra en los designios divinos en el mismo plano que el varón. No existe aquí evidencia textual alguna de diferenciación de rango, valía o dignidad entre ellos.
El segundo relato de la creación (Gn 2, 4b-25), pertenece a una tradición hebrea más antigua, con carácter de narración antropomórfica, y podríamos decir, que complementa a la tradición del primer capítulo, de carácter más sintético y general. Si el primer relato nos presenta una igualdad de los dos sexos en sus derechos y deberes comisionados por Dios mismo, el segundo relato (cap.2) va más allá. Dios está descrito antropomórficamente con la imagen del Dios alfarero. El ser humano no es la cumbre de la creación, sino el inicio de ella; alrededor del hombre, Dios va colocando los animales, sin embargo, este no es feliz. El escritor, conocedor de la psicología humana, describe la atracción de los sexos y su mutua necesidad. El varón no es un ser pleno, necesita una ayuda que sea semejante a él (Gn 2, 18).
Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla (הַצֵּלָ֛ע) que Jehová Dios tomó del hombre (הָֽאָדָ֖ם), hizo una mujer (אִשָּׁ֑ה), y la trajo al hombre. (Gn 2, 21-22 RV60)
El escritor bíblico describe que de una costilla del varón, extraída por Dios, forma a la mujer. En realidad, la expresión tsela’, que aparece en el Tanaj hebreo cerca de 40 veces, se debe traducir como: costado, parte de un todo, una porción. Dando a entender, que de la misma materia, parte de la naturaleza del varón, Dios creó a la mujer. Por ello es llamada ‘ishah, varona, feminización singular del masculino ‘ish, varón. Si Dios hubiese formado a la mujer de una figura de arcilla independiente del varón, la cosmovisión hebrea de la época bíblica, habría entendido que se trataba de otra criatura distinta al ha’adam (Pikaza, 2013, p.321). No se debe olvidar que los animales también fueron creados a partir de la tierra (ha’arets y ‘adamah) en el primer relato de Génesis (Gn 1, 24-25), pero se trataba de especies distintas al ser humano. La mujer (ishah), al ser tomada del varón (‘ish), comparte exactamente la misma naturaleza, misma humanidad. Esto explicaría por qué el varón al contemplarla exclama: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; (עֶ֚צֶם מֵֽעֲצָמַ֔י וּבָשָׂ֖ר מִבְּשָׂרִ֑י) ésta será llamada Varona (אִשָּׁ֔ה), porque del varón (אִ֖ישׁ) fue tomada. (Gn 2, 23 RV60). La expresión hebrea ‘etsem me’atsenay ubasar mibesari, podría ser traducida efectivamente como: ella es mi misma naturaleza y materia. En simples palabras, pertenecientes a la misma clase, especie y esencia. La misma expresión es empleada en el Antiguo Testamento como un hebraísmo para señalar pertenencia al mismo clan familiar, la misma tribu o nación (Jc 9, 2; 2S 19, 13; 1Co 11, 1).
Después de analizar los dos relatos bíblicos de la creación, se podría afirmar que las mujeres y hombres comparten igualdad esencial complementaria, La humanidad dividida en dos diferentes sexos se complementan mutuamente. Igualdad en dignidad, por lo tanto, con los mismos derechos y deberes como especie humana. Igualad diferenciada, pues existen diferencias bio-psicológicas interesantes entre mujeres y hombres que no pueden ser ignoradas. Igualdad ante Dios, ya que los principios de relación y servicio a Dios no deben ser establecidos por modelos culturales patriarcales o matriarcales. Sino por un compañerismo solidario, justo y carismático.
No podemos desconocer que el Antiguo Testamento ofrece imágenes, símbolos, historias y pasajes que desafortunadamente resaltan modelos de mujeres que se destacan por su sumisión, subordinación y sacrificio más que por su independencia y dones. Mujeres que son consideradas, culturalmente posesión de sus padres, y más tarde de sus esposos. Mujeres que son relegadas a los espacios domésticos, a las labores de gestación y crianza de los hijos. Mujeres no consideradas en las estadísticas y censos del pueblo de Israel. Mujeres que deben guardar siempre el decoro y modestia, para no afectar la honra y honor de la familia patriarcal. Sin embargo, hay otras figuras de mujeres que no corresponden a ese prototipo, y en estas mujeres, Dios se ha manifestado permitiendo que aparezcan en un papel predominante en la historia de salvación. Es necesario tener presente que los autores bíblicos están condicionados intrínsecamente por la historia y reflejan la cultura de su propio lugar y época, lo que hace que se deba admirar en ese contexto, los relatos sobre Sara, Rebeca, Raquel y Lía, Miriam la hermana de Moisés, Débora, Jael y Judit, Abigail, Vasti, Noemí y Rut, Safira y Puah, la mujer sabia de Tecoa y todas aquellas mujeres, sin nombre, mencionadas en la tradición bíblica del Antiguo Testamento (Hernández, 2007, p. 228).
En honor y consideración a las compañeras de imagen y semejanza, coherederas de la vida eterna otorgada en Cristo Jesús, quien fue y es Maestro y Señor de mujeres y hombres.
Gustavo Robles Cid, en conozca.org/
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