Hay una magia en la narración oral, sobre todo en sus pausas y silencios, que es muy difícil de trasladar a la lengua escrita
Nacida la costumbre en Suecia en los años 90, se extendió rápidamente por el mundo y hoy los cuentacuentos profesionales y aficionados celebran la fecha
Todos los días son propicios para celebrar algo en este mundo. Hoy, por ejemplo, las Naciones Unidas celebran el Día Internacional de la Felicidad. Ahora bien, ¿acaso no hay mayor felicidad que celebrar, también en este día, el Día Internacional de la Narración Oral? ¿Cuántos recordamos hoy con nostalgia y cariño aquellas maravillosas narraciones orales de la niñez?
Tuve la suerte de nacer en un hogar en el que la narración oral era una cita obligada para todos los miembros de la familia. Abuelas, tías y una madre, por supuesto, parlanchinas y llenas de imaginación; pero también había un padre que dictaba en voz alta, a la noche, indescriptibles recetas de cocina a mi hermana y a mí, probablemente para que practicáramos así ortografía y escritura a mano, pero que se constituían en verdaderas piezas literarias orales. De algunos pasajes todavía guardamos memoria, tantos años después, que nos hacen asombrar y, ahora, reír a carcajadas.
El Día Internacional de la Narración Oral tiene sus raíces en Suecia, alrededor de 1991-1992, nos informa Wikipedia. En aquel momento, se celebró un evento organizado el 20 de marzo en aquel país (llamado Alla berättares dag, en español ‘El día de los cuentacuentos’), y quedó de alguna manera fijada la fecha de ahí en adelante para que los cuentacuentos profesionales y aficionados se reunieran para la ocasión y desplegaran el juego de la memoria y de la imaginación, y la música de las palabras, que tanto une a los corazones, jóvenes y no tan jóvenes.
Esta tradición ha tenido muchos cultores en la Argentina. Recordemos, por ejemplo, a las Abuelas Cuentacuentos que nacieron en la provincia de Chaco, en el Foro Internacional del Fomento al Libro y la Lectura, creado por el escritor Mempo Giardinelli, y cuyo ejemplo fue replicado rápidamente en otras provincias.
Los que hayan leído Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, también recordarán sin duda ese momento tan especial, a la noche, cuando los gauchos se reúnen alrededor del fogón y empiezan a contar cuentos de aparecidos. Recordarán esa especie de hechizo que ejercen los relatos en voz alta, verdaderos o no, sobre los que los escuchan.
Hay una magia en la narración oral, sobre todo en sus pausas y silencios, que es muy difícil de trasladar a la lengua escrita. Porque siempre se necesita un público presente, y cuantos más sean los que escuchan, mejor para el que narra.
De manera que mi consejo es: celebremos cada 20 de marzo el Día de la Narración Oral, y dediquemos los otros días restantes del año a buscar nuevos relatos, anécdotas o invenciones, y «ensayarlos» con el público que tengamos a mano: la familia, los amigos y todo aquel que quiera que le cuenten una buena historia en voz alta.