La hipersexualización condiciona nuestra identidad, nuestra imagen corporal y cómo nos relacionamos con los demás
Creo que la mayoría de las familias somos más o menos conscientes de que vivimos en un mundo hipersexualizado. Sin embargo, a menudo me encuentro con que se desconocen las consecuencias y los peligros que se derivan de esta realidad. Ser conscientes de ello es un primer paso para poder discernir qué podemos hacer para navegar en estas aguas. Con esta pretensión escribí mi libro: “Respeta mi sexualidad” para que padres, madres y educadores abrieran los ojos y perdieran el miedo a educar en este entorno erotizado.
Nos topamos con un mundo hipersexualizado, en el que se valora de forma desmesurada todo lo que tiene connotaciones sexuales: el sexo es el rey y el resto queda en segundo o tercer plano a no ser que produzca un placer inmediato. Lo observamos desde que salimos a la calle, abrimos una revista, escuchamos una canción, vemos una serie o incluso cuando jugamos a un videojuego. En esta línea, el mundo online sigue el mismo modelo de cosificación que el offline, pero hay menos control y más visibilidad En Instagram, por ejemplo, están en auge los influencers, actores y actrices, concursantes de realities, cantantes, etc., que triunfan por vender su intimidad. Especialmente las “reinas de insta” suelen ser chicas muy erotizadas con un discurso aparentemente feminista cuando en realidad utilizan su cuerpo como un objeto para mercadear ya sea para conseguir popularidad, likes o dinero. Son imitadas mayoritariamente por chicas que, quizás, de forma inconsciente van dejando que sean los demás quienes las valoren a partir de imágenes a menudo retocadas, suscitando un patrón cada vez más sexygrammer. Al final, de tanto reproducir este tipo de patrones, se acaban normalizando entre sus semejantes y también entre los más pequeños.
Les hablan de empoderamiento femenino, pero desconocen los peligros. La hipersexualización condiciona nuestra identidad, nuestra imagen corporal y cómo nos relacionamos con los demás. De hecho, hay estudios que evidencian la relación entre la hipersexualización con la baja autoestima. Y, entonces, aparecen las fragilidades contemporáneas con problemas como fobias sociales, anorexia, bulimia y depresión. Así mismo, una baja autoestima puede condicionar la elección de amistades y parejas tóxicas. Sólo hace falta ver el número de menores enjuiciados por violencia de género en los últimos años o el hecho de que la mayoría de los jóvenes considera aceptable e incluso inevitable el control abusivo por parte de sus parejas.
A partir de la hipersexualización aparecen se desatan nuevas formas de relacionarse entre las personas y a menudo estas derivan en diferentes modos de violencia online. Una de estas nuevas formas de relación es el sexting (envío de mensajes, imágenes o vídeos de contenido sexual). Lo practican uno de cada siete jóvenes. Yo creo que, igual que antes se fumaba a escondidas, hoy se “sextea”. Las consecuencias de hacerlo pueden llevar a esas nuevas formas de violencia como la sextorsion, la pornovenganza, el grooming o el ciberacoso. Hay algunos educadores que animan a los jóvenes a practicar el sexting seguro. ¡Es una falacia! A partir del momento en el que compartes una imagen, video o texto ya pierdes el control. También hay quienes recomiendan tapar zonas del cuerpo para evitar ser reconocidos. Pero yo me pregunto: ¿qué mensaje estamos lanzando cuando animamos a los menores a compartir su intimidad de forma despersonalizada? Al hacerlo te conviertes en un objeto sin cara, sin rostro, sin personalidad y, por otra parte, ya estas enviando una imagen partiendo de la base de que probablemente esa persona traicionará tu confianza y podrá ser reenviada. Respecto el online grooming (ha crecido de forma colosal en los últimos años), tiene que ver con personas que buscan menores para satisfacer sus deseos sexuales y lo hacen a través del mundo online, para lo cual pueden localizar imágenes sugerentes disponibles en la red o en los perfiles de redes sociales y contactar con sus protagonistas. TikTok, por ejemplo, ha sido un harén para los pedófilos durante el confinamiento.
Por otro lado, la normalización de la hipersexualización se ha convertido en la puerta de entrada a la pornografía y la prostitución. Ya empieza a ser normal sexualizarse y de ello se aprovecha la industria que se tiene que reinventar. Se observa un blanqueo de la pornografía para introducirla en la educación, así como la aparición de nuevas plataformas que captan a los más vulnerables para que sean ellos mismos quienes produzcan contenido y lo compartan. Respecto a la pornografía, ¿qué efecto puede tener su consumo en nuestros hijos? El cerebro de los jóvenes es muy sensible, vulnerable y frágil. Tiene una gran capacidad de desarrollo, pero hay que cuidarlo mucho. Cualquier tipo de impacto potente continuado, como el consumo de pornografía, tiene una gran carga desestabilizante por ser un estímulo muy poderoso en todo el sistema de placer y recompensa.
Y con todo ello, ¿qué podemos hace los padres? Las familias somos el primer eslabón de prevención. Suele suceder que a la mayoría les da apuro hablar sobre sexting o pornografía, o creen que poniendo filtros en los dispositivos o, tal vez, no comprando el móvil es suficiente, pero no. A partir del momento en el que nuestros hijos se relacionan con otros niños o tienen acceso a dispositivos de cualquier familiar, debemos empezar a hablar del tema, siempre con un discurso adaptado a la edad del niño o de la niña. La realidad es que no se está haciendo así y la desinformación les está llegando a través de sus amistades, de sus influencers de cabecera, de la pornografía, etc.
Mi recomendación es iniciar las conversaciones con nuestros hijos lo antes posible y, siempre, con un discurso adaptado a la edad del menor. Por ejemplo, cuando son pequeños no es necesario profundizar en el concepto de sexting. Es suficiente con que reconozcan sus partes íntimas y lo que tienen que hacer si alguien se las muestra, como también proteger las suyas. Es importante que sepan que niños y niñas no pueden aparecer desnudos en fotos o vídeos porque, simplemente, está prohibido. Yo animo a padres y madres que se interesen por lo que ven, que les pregunten a menudo, y si les cuentan que han visto algo raro, los escuchen, les agradezcan que se lo hayan contado y actúen. Es clave educarles en la intimidad y también protegerla. Y conforme se hacen mayores hablarles de los riesgos de esta práctica. En mi libro profundizo en esta cuestión. Lo importante es reflexionar con ellos, escuchar sin juzgar y presentarles evidencias para fomentar su pensamiento crítico.