Alegre si, pero alegre para hacer felices a los demás
Tras la muerte de don Jesús Urteaga la inmensa mayoría de los titulares han coincidido en denominarle y encasillarle como ‘el cura de la tele’. En todos los artículos que se han publicado se resalta esa faceta que, si bien contribuyó a hacerle popular en ambientes a los que sin la televisión posiblemente nunca hubiera llagado su palabra, era únicamente una de las muchas vertientes, no la más importante, de su actividad como sacerdote.
Porque don Jesús era única y exclusivamente sacerdote. Por encima de todo sacerdote, sin adjetivos y sin adobos que, si son una referencia, apenas aportan nada a su figura. A su vocación pastoral y a la entrega a su ministerio.
Sacerdote hasta la raíz las 24 horas de un día intenso de actividad. Un magnífico escritor espiritual cuyos libros -por encima de todos ‘El valor divino de lo humano’- mantienen una actualidad y una frescura sorprendentes. Un sacerdote que hacía periodismo con un oficio y una naturalidad asombrosas. Periodismo con un insólito sentido de la realidad, de la noticia y de los asuntos que interesaban en la calle o de lo que la calle esperaba de un sacerdotote como él.
Un vasco ocurrente y simpático que hizo de la alegría el santo y seña de su vida y de su quehacer y que supo llevar esa alegría a través de la televisión, de sus libros y de todas las publicaciones que fundó y dirigió.
Sacerdote de iglesia, de misa y de confesonario, siempre dispuesto y siempre disponible. Amigo, consejero. Rezador que enseñaba a rezar desde la palabra, la letra o la imagen. Creativo con imaginación, e innovador sin estridencias, ahora se diría que fue un referente para varias generaciones que le leyeron, le vieron y le escucharon.
El ‘cura de la tele’ sí, pero mucho más que eso. Nada más y nada menos que sacerdote.