Durante la Audiencia general de este miércoles, el Papa ha continuado su catequesis sobre la Oración, afirmando que no es solo fuente de consolación y alegría, sino también de momentos de lucha, de cansancio y de sequedad
Catequesis del Santo Padre en español
Estoy contento de retomar este encuentro cara a cara, porque os digo algo: no es bonito hablar delante de la nada, de una cámara. No es bonito. Y ahora, después de tantos meses, gracias a la valentía de Monseñor Sapienza −que ha dicho: “¡No, lo hacemos allí!”− estamos aquí reunidos. ¡Es bueno Monseñor Sapienza! Y encontrar a la gente, encontraros a vosotros, cada uno con su historia, gente que viene de todas partes, de Italia, de Estados Unidos, de Colombia, y ese pequeño equipo de fútbol de cuarto hermanos suizos −creo− que están ahí… cuatro. Falta la hermana, esperemos que llegue… Veros a cada uno me alegra, porque somos todos hermanos en el Señor y vernos nos ayuda a rezar unos por otros. También a la gente que está lejos pero siempre se hace cercana. La hermana sor Geneviève, que no puede faltar, y viene del Lunapark, gente que trabaja: son muchos y están todos aquí. Gracias por vuestra presencia y vuestra visita. Llevad el mensaje del Papa a todos. El mensaje del Papa es que yo rezo por todos, y pido que se rece por mí, unidos en la oración.
Y hablando de oración, la oración cristiana, como toda la vida cristiana, no es “un paseo”. Ninguno de los grandes orantes que encontramos en la Biblia y en la historia de la Iglesia ha tenido una oración “cómoda”. Sí, se puede rezar como los loros −bla, bla, bla, bla, bla− pero eso no es oración. La oración ciertamente da una gran paz, pero a través de un combate interior, a veces duro, que puede acompañar incluso periodos largos de la vida. Rezar no es fácil y por eso escapamos de la oración. Cada vez que queremos hacerlo, enseguida nos vienen a la mente muchas otras actividades, que en ese momento parecen más importantes y más urgentes. Eso me pasa también a mí: “voy a rezar un poco… Y no, debo hacer esto y lo otro…”. Huimos de la oración, no sé por qué, pero es así. Casi siempre, después de haber retrasado la oración, nos damos cuenta de que esas cosas no eran en absoluto esenciales, y que quizá hemos perdido el tiempo. Así nos engaña el enemigo.
Todos los hombres y mujeres de Dios mencionan no solo la alegría de la oración, sino también el cansancio y la fatiga que puede causar: en algunos momentos es una dura lucha mantener la fe en los tiempos y modos de oración. Algún santo la llevó adelante durante años sin sentir ningún gusto, sin percibir su utilidad. El silencio, la oración, la concentración son ejercicios difíciles, y alguna vez la naturaleza humana se rebela. Preferiríamos estar en cualquier otra parte del mundo, pero no ahí, en ese banco de la iglesia rezando. Quien quiere rezar debe recordar que la fe no es fácil, y alguna vez avanza en una oscuridad casi total, sin puntos de referencia. Hay momentos de la vida de fe que son oscuros y por eso algún santo los llama: “La noche oscura”, porque no se siente nada. Pero yo sigo rezando.
El Catecismo enumera una larga serie de enemigos de la oración, que hacen difícil rezar y ponen dificultades (cfr. nn. 2726-2728). Algunos dudan de que con ella se pueda llegar de verdad al Omnipotente: “pero, ¿por qué está Dios en silencio? Si Dios es Omnipotente, podría decir dos palabras y asunto terminado”. Ante lo inaprensible de lo divino, otros sospechan que la oración es un mero ejercicio psicológico; algo que quizá sea útil, pero ni verdadera ni necesaria: y se podría incluso ser practicante sin ser creyente. Y así, tantas explicaciones.
Pero los peores enemigos de la oración están dentro de nosotros. El Catecismo los llama así: «desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos “muchos bienes”, decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, difícil aceptación de la gratuidad de la oración, etc.» (n. 2728). Se trata claramente de una lista resumida, que podría ser ampliada.
¿Qué hacer en el tiempo de la tentación, cuando todo parece vacilar? Si repasamos la historia de la espiritualidad, notamos enseguida que los maestros del alma tenían muy clara la situación que hemos descrito. Para superarla, cada uno dio alguna contribución: una palabra de sabiduría, o una sugerencia para afrontar los tiempos llenos de dificultad. No se trata de teorías elaboradas en un escritorio, no, sino de consejos nacidos de la experiencia, que muestran la importancia de resistir y perseverar en la oración.
Sería interesante repasar al menos algunos de esos consejos, porque cada uno merece ser profundizado. Por ejemplo, los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola son un libro de gran sabiduría, que enseña a poner en orden la propia vida. Hace entender que la vocación cristiana es militancia, es decisión de estar bajo la bandera de Jesucristo y no bajo la del diablo, procurando hacer el bien también cuando resulta difícil.
En los tiempos de prueba viene bien recordar que no estamos solos, que alguien vela a nuestro lado y nos protege. También San Antonio abad, fundador del monacato cristiano, en Egipto, afrontó momentos terribles, en los que la oración se transformaba en dura lucha. Su biógrafo San Atanasio, obispo de Alejandría, narra que uno de los peores episodios le sucedió al Santo ermitaño en torno a los 35 años, mediana edad que para muchos conlleva una crisis. Antonio fue turbado por esa prueba, pero resistió. Cuando finalmente volvió la serenidad, se dirigió a su Señor con un tono casi de reproche: «¿Dónde estabas? ¿Por qué no viniste enseguida a poner fin a mis sufrimientos?». Y Jesús respondió: «Antonio, yo estaba allí. Pero esperaba verte combatir» (Vida de Antonio, 10).
Combatir en la oración. Muchas veces la oración es un combate. Me viene a la memoria una cosa que viví de cerca, cuando estaba en la otra diócesis. Había una pareja que tenía una hija de nueve años, con una enfermedad que los médicos no sabían lo que era. Y al final, en el hospital, el médico dijo a la madre: “Señora, llame a su marido”. Y el marido estaba en el trabajo; eran obreros, trabajaban todos los días. Y dijo al padre: “La niña no pasa de esta noche. Es una infección, y no podemos hacer nada”. Aquel hombre quizá no iba todos los domingos a misa, pero tenía una fe grande. Salió llorando, dejó a la mujer allí con la niña en el hospital, tomó el tren e hizo los 70 km de distancia hasta la Basílica de la Virgen de Luján, patrona de Argentina. Y allí −la basílica estaba ya cerrada, eran casi las diez de la noche− se agarró a las rejas de la Basílica y pasó toda la noche rezando a la Virgen, combatiendo por la salud de su hija. Esto no es un cuento, ¡yo lo vi! Lo he vivido yo. Combatiendo ese hombre allí. Al final, a las seis de la mañana, se abrió la iglesia y entró a saludar a la Virgen: toda la noche “combatiendo”, y después volvió a casa. Cuando llegó, buscó a su mujer, pero no la encontró y pensó: “Se ha ido. No, la Virgen no puede hacerme esto”. Después la encontró, sonriente diciendo: “No sé qué ha pasado; los médicos dicen que ha cambiado y que ahora está curada”. Ese hombre luchando con la oración obtuvo la gracia de la Virgen. La Virgen le escuchó. Y eso lo he visto yo: la oración hace milagros, porque la oración va justo al centro de la ternura de Dios que nos ama como un padre. Y si no nos da esa gracia, nos dará otra que veremos después con el tiempo. Pero siempre es necesario el combate de la oración para pedir la gracia. Sí, a veces pedimos una gracia que necesitamos, pero la pedimos así, sin ganas, sin combatir, y así no se piden las cosas serias. La oración es un combate y el Señor siempre está con nosotros.
Si en un momento de ceguera no conseguimos descubrir su presencia, lo lograremos en el futuro. Nos pasará también aquello de repetir la misma frase que dijo un día el patriarca Jacob: «Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía» (Gen 28,16). Al final de nuestra vida, echando la mirada atrás, también podremos decir: “Pensaba que estaba solo, pero no, no lo estaba: Jesús estaba conmigo”. Todos podremos decirlo.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Hermanos y hermanas, en este mes dedicado a la Virgen María, aprendamos de Ella que la oración es la mejor arma de la vida cristiana. Y sin una oración perseverante, ninguna victoria sobre el mal es posible. Sobre vosotros y cada una de vuestras familias invoco la bendición de Dios.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Mientras nos preparamos para celebrar la Ascensión del Señor, invoco sobre vosotros y vuestras familias la paz y la alegría que vienen de Cristo resucitado. ¡Dios os bendiga!
Queridos hermanos y hermanas de lengua alemana, la solemnidad de la Ascensión, que se celebra mañana, orienta nuestra mirada a lo alto, más allá de las cosas terrenas. Al mismo tiempo, nos recuerda la misión que el Señor nos ha encomendado aquí en la tierra. Que el Espíritu Santo nos guíe en la buena batalla que debemos combatir.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que, especialmente en los momentos de aridez, duda y tentación, nos conceda la fuerza del Espíritu Santo para orar con humildad, confianza y perseverancia. Que la Virgen Santa nos ayude con su intercesión maternal para que no nos apartemos nunca de Jesús. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua portuguesa. Mañana recordamos con gran veneración a la Virgen de Fátima. Pongámonos con confianza bajo su protección materna, especialmente cuando encontremos dificultades en nuestra vida de oración. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. El combate de la oración refuerza en nosotros la fe y la profundiza, y nos hace comprender que Jesús no está lejos de nosotros, sino que siempre ha estado con nosotros, aunque no lo veamos en los momentos de debilidad, y así podremos decir: “Pensaba estar solo, pero no, no lo estaba: Jesús estaba conmigo”. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. Mañana se celebra la memoria litúrgica de Santa María Virgen de Fátima y también el 40°aniversario del atentado a San Juan Pablo II, aquí en la Plaza. Él mismo subrayaba con fuerza que debía la vida a la Señora de Fátima. Esto nos hace conscientes de que nuestra vida y la historia del mundo están en las manos de Dios. Al Corazón Inmaculado de María encomendamos la Iglesia, nosotros mismos y todo el mundo. Pidamos en la oración la paz, el fin de la pandemia, el espíritu de penitencia y nuestra conversión. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Durante este mes de mayo, dedicado a la Virgen Santa, invoco la celestial protección de la Virgen sobre cada uno de vosotros y de vuestras respectivas familias.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Acudid frecuentemente a María, Madre de los creyentes. Las diversas formas de devoción mariana, y especialmente el rezo del Santo Rosario, os ayudarán a vivir vuestro camino de fe y de testimonio cristiano.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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