¡Qué hermoso sería que los papás recobraran la vieja costumbre de bendecir a sus hijos al acostarse o cuando salen de casa!
Las mamás escuchaban a Jesús y veían sus obras, vieron que era un hombre de Dios y quisieron que bendijera a sus hijos, y Jesús lo hizo imponiendo sus manos sobre ellos, que era la forma de bendecir en su tiempo.
¿Por qué aquellas mamás querían la bendición de Jesús? Porque los padres siempre buscan lo mejor para sus hijos, y sabían que Jesús actuaba en el nombre de Dios. Sólo Dios puede bendecir válidamente. Bendecir significa “decir algo bueno”. Cuando Dios dice algo bueno, esto se cumple porque la Palabra de Dios es poderosa y creadora. Cuando Dios crea el mundo lo hace con su palabra: “hágase”, y todo sucedía como Dios lo decía. Solamente a Dios le pedimos que nos bendiga y sólo sus bendiciones se cumplen.
Pero Jesús nos pidió que dijéramos cosas buenas de los demás, que bendijéramos; no que dijéramos cosas malas, que maldijéramos (Rom. 12, 14). Nos pidió que bendijéramos incluso a los que nos persiguen.
Los discípulos de Jesús tenemos que bendecir, y siempre lo hacemos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Los que bendecimos estamos actuando en el nombre de Dios, que es quien en realidad bendice.
Bendicen los papás a sus hijos, y es Dios quien bendice. Bendecimos los sacerdotes, y es Dios quien bendice.
Desde el tiempo de los apóstoles, cuando se da el Bautismo, se marca la frente de los que lo reciben con la señal de la cruz. El signo de la cruz es la gloria de los cristianos, no sólo de los católicos, sino también de los ortodoxos y de algunas Iglesias separadas. Es una costumbre trasmitida por tradición desde siempre.
Cuando bendecimos, trazamos la señal de la cruz sobre aquellos a los que bendecimos. Pero también la trazamos sobre nosotros mismos cuando pedimos que Dios esté presente en nuestra vida. Todo lo que iniciamos lo hacemos bajo esa señal de la cruz y con la invocación de la Santísima Trinidad.
Si se han fijado, la Misa comienza con esa señal de la cruz y termina con la bendición con la señal de la cruz de parte del sacerdote. El Papa bendice con una cruz papal llamada férula y los sacerdotes que damos la bendición papal o apostólica, en contadísimas ocasiones, también usamos un crucifijo para hacerlo.
Amamos la cruz y la consideramos una bendición sobre nuestras vidas.
La Iglesia nos enseña que cada hogar es una Iglesia Doméstica, la forma más sencilla y original de la gran Iglesia universal. En el hogar, los papás representan a Jesús no sólo para gobernarlo con amor, sino para enseñar a sus hijos el Evangelio con el ejemplo y la palabra, y para santificar a sus hijos con la oración familiar y con los sacramentos de la Iglesia a los que los acercan.
Todos los bautizados participamos del sacerdocio de Cristo, tenemos el sacerdocio laical que complementan los sacerdotes ordenados con su sacerdocio ministerial. Los papás ejercen su sacerdocio laical cuando se casan, ya que ellos –y no el sacerdote– son los ministros de su sacramento del Matrimonio. Ejercen su sacerdocio cuando oran juntos y cuando oran con sus hijos. Ejercen su sacerdocio cuando bendicen a sus hijos.
¡Qué hermoso sería que los papás recobraran la vieja costumbre de bendecir a sus hijos al acostarse o cuando salen de casa! Entre los campesinos de nuestra patria yo he visto a hombres hechos y derechos arrodillarse en plena calle para recibir la bendición de su papás ancianos.
Que los niños exijan a sus papás que los bendigan en toda ocasión y así crecerán entre bendiciones y no entre maldiciones.
Bendigamos en el nombre de Dios para que lo que Dios diga de los niños se cumpla en ellos.
Sergio G. Román, en desdelafe.mx
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