Me parece que, aparte de que este titular busque provocar el interés del lector, resume una confusión muy extendida fuera de la Iglesia Católica, pero también dentro
Estos días leo en Twitter comentarios a una entrevista publicada en El País. El titular del periódico es “El pecado de la Iglesia ha sido unir sexo y pecado”. Me parece que, aparte de que el titular busque provocar el interés del lector, resume una confusión muy extendida fuera de la Iglesia Católica, pero también dentro.
En muchas personas que se declaran católicas se produce una fractura y un alejamiento de la Iglesia en las cuestiones relativas a la sexualidad y la afectividad: dicen encontrarse lejos de ella porque no comparten su doctrina sobre el amor humano. Y otros católicos, que quieren vivir sus relaciones amorosas en fidelidad al Magisterio, lo viven con ansiedad y escrúpulo intentando cumplir unas leyes de las que no entienden su fundamento.
¿La Iglesia Católica considera el sexo como algo malo?
Sin embargo, la Iglesia Católica no considera el sexo como algo malo. Toda la primera parte de “Deus caritas est”, primera encíclica de Benedicto XVI, se dedica a desmontar esta acusación que se ha hecho a la Iglesia de convertir “en amargo lo más hermoso de la vida” (Deus caritas est, 3). Y el papa Francisco, con citas de sus predecesores, afirma: “Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas… San Juan Pablo II rechazó que la enseñanza de la Iglesia lleve a «una negación del valor del sexo humano», o que simplemente lo tolere «por la necesidad misma de la procreación»” (Amoris Laetitia, 150).
El valor de la sexualidad es enorme, porque el ser humano ha recibido el don de poder amar no sólo de modo espiritual, sino también con gestos corporales: el cuerpo posee la capacidad de expresar el amor. Cada relación de amor se expresa con gestos que transmiten ese amor que vivimos. Pero vivir de forma realmente verdadera este don, no es automático: es una tarea.
¿Castidad = represión?
La Iglesia Católica propone un camino para vivirlo en verdad, para defenderlo de lo que puede tergiversar el auténtico sentido de la sexualidad: a esto se le llama castidad. Muchas veces se ha entendido que castidad equivale a reprimir los afectos y sus manifestaciones corporales o se ha identificado castidad con abstenerse de mantener relaciones; esto no es correcto. La castidad no es reprimir los afectos y sus expresiones corporales, es ordenarlos; todos estamos llamados a vivir en castidad nuestras relaciones afectivas. “Según la visión cristiana, la castidad no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena.” (Familiaris Consortio, 33). Es decir, vivir castamente la sexualidad significa que el lenguaje del cuerpo sea realmente expresión de amor, y no falsedad, egoísmo, violencia, manipulación del otro o cualquier otro peligro que le prive de su auténtico sentido.
Caricias sinceras y verdaderas
Para que corazón y cuerpo vayan acompasados, es necesario que las manifestaciones de afecto −caricias, besos, abrazos, relación sexual− sean sinceras, que nazcan de un auténtico cariño y no estén “contaminadas” por egoísmos, mero deseo de placer, manipulación del otro… Pero, además de sinceras, deben ser verdaderas. Cada tipo de afecto, cada relación, se expresa a través de gestos distintos. No es lo mismo el beso o abrazo que damos a un amigo que el que damos al novio/a. El mismo gesto (un abrazo) puede expresar cosas distintas. Si a un amigo le damos el beso que expresa un amor de predilección como es el de los novios, ese beso no es verdadero; porque con el cuerpo estás expresando algo (una predilección especial) que no corresponde al amor que hay en tu corazón por esa persona (amistad). Y así hay una división entre la verdad del corazón y la expresión del cuerpo.
El encuentro sexual es un gesto que expresa un amor en el que dos personas se hacen una sola. Este gesto es sincero cuando nace de un deseo de amor hacia la otra persona, y no si surge de la curiosidad, de la búsqueda de placer sin más o de un deseo de nuevas experiencias. Pero, para que sea un gesto verdadero, debe expresar algo más: dos cuerpos se hacen uno de verdad cuando esas dos personas son, de verdad, “una sola carne”. Por eso el encuentro sexual es el gesto del cuerpo que expresa un amor definitivo y comprometido −pleno− en el que cada uno se da del todo y recibo al otro totalmente, como un don. Y así, cuando has dado tu vida entera, entras en el cuerpo y la vida de la otra persona y recibes el cuerpo y la persona del otro y ese gesto de amor expresa la verdad del amor que vives. Un amor de entrega total, es un amor conyugal; de manera que ese gesto del cuerpo que expresa esa entrega total, corresponde a la expresión de un amor matrimonial.
Una relación sexual entre dos personas que no se han entregado mutuamente −“soy tuyo, en todo, para siempre”−, puede ser sincera si surge de un cariño auténtico. Pero no es verdadera, porque el cuerpo está expresando una entrega total que ellos no se han dado.
De esta forma, el cuerpo se está adelantando a manifestar un amor (comprometido) que todavía no viven los amantes, que están en una fase anterior del camino del amor. Así, el lenguaje del cuerpo no expresa la verdad del amor que hay entre ellos, y esto puede hacer daño y provocar heridas. Porque la entrega del cuerpo es entrega de toda la persona, y genera una sensación de pertenencia al otro, que no se corresponde con la realidad que están viviendo. Y porque el lenguaje sexual es una intimidad compartida que, si se vive bien, va acompañada de una intimidad también psicológica y espiritual que no tienes si tu relación sexual no es verdadera.
¿Pecado?
Por eso la Iglesia propone esperar a tener relaciones sexuales una vez casados; cuando dos personas se han entregado y comprometido en un amor total y definitivo, la relación sexual adquiere todo su sentido, que es expresar ese amor con la donación total de los cuerpos (y, por consiguiente, de las personas). Y avisa de que una relación sexual fuera del matrimonio tergiversa el lenguaje del cuerpo y no es vivir el amor en verdad, enseñando que en esos casos, es pecado. Porque el pecado es un aviso de un bien que hay que proteger: los mandamientos y las normas morales no son limitaciones o imposiciones sin sentido, son un don que nos indica el camino para vivir el amor de verdad.
La Iglesia Católica no dice, en absoluto, que sexualidad, afectos, relaciones sexuales… sean algo malo. Una relación sexual fuera del matrimonio es pecado, no porque el sexo sea malo, sino porque la relación sexual es tan valiosa que, si no se vive bien, hace daño. La Iglesia defiende y enseña que son dones tan valiosos, que hay que cuidarlos y vivirlos en verdad, para vivirlos plenamente.