Ardemos de amor por Cristo. Lanzamos el odio al fuego.
En la madrugada del 17 de Diciembre de 1944, en la barraca número 26, un hombre de cansados ojos, tuberculoso y con fiebre, pero de un espíritu alegre y consolador recibe la ordenación sacerdotal en medio de sus compañeros presos. Nueve meses después mor
El 28 de febrero de 1915 nace en Rees, Alemania, Karl Leisner en el seno de una familia católica. Ya desde muy pequeño viviría Karl atraído por dos polos, ayudar a la gente que se encuentra a su alrededor y estar cerca de Cristo, de esta manera llegó muy joven a ser el responsable de los Movimientos de la Juventud Católica de Cleves.
Con la llegada del nacionalsocialismo a Alemania Karl escribe; en la escuela, los enfrentamientos son cada vez más duros se nos fustiga como activistas católicos, enemigos del Estado ello nos hace estar más orgullosos. A pesar de algunos momentos sombríos que suscitan el miedo, mantenemos muy alto el estandarte católico del movimiento de juventud. De esta manera demostraba su celo y a la vez permitía que la policía alemana pusiera su atención en él.
Más tarde, en 1934, con un corazón ardiente escribió; Ardemos de amor por Cristo y por cualquier ser humano, más aún por cada hermano y cada hermana de nuestro pueblo alemán. Lanzamos el odio al fuego.
En estos años Karl hace una profunda experiencia espiritual y entra al seminario donde realiza sus estudios y recibe el diaconado el 25 de marzo de 1939. Días antes de descubrir que la tuberculosis, su nueva compañera en el dolor, ya había entrado en su cuerpo.
El 9 de noviembre de 1939 se realiza un atentado contra Hitler, del cual sale ileso. Karl comenta con un amigo que lamenta que no haya muerto, previendo lo que pasaría en Europa. Su amigo sale a paso rápido y en pocas horas Leisner es arrestado por ser un agente peligroso, y es mandado a una prisión en Friburgo, donde pasará noches en un oscuro y frío calabozo, en la más absoluta soledad.
La escapatoria es una palabra inexistente y así el 16 de marzo de 1940 entra en el campo de concentración de Sachenhausen pasando a llamarse 17520, en un lugar donde reina el castigo y las lágrimas las borra el tiempo. La esperanza es lo único que aún brilla en el alma de Karl. Algo mejora el panorama cuando en Diciembre es transferido al campo de Dachau junto a todos los demás eclesiásticos y otros 50.000 detenidos entre los que hay 2.600 sacerdotes. Al menos en ese lugar puede participar de la Santa Misa.
En el tiempo se le romperá un vaso sanguíneo, estará semanas en la enfermería, en la lista de los seleccionados para la cámara de gas debido a la tuberculosis y al borde de la muerte, pero milagrosamente escapará a todo. Y aún en medio a todo eso invertirá su tiempo y salud por ayudar a los enfermos tuberculosos que buscan algo de luz en medio de la más profunda oscuridad, nunca dejará de donarse por conseguir una sonrisa.
Un rayo de luz brillará cuando llegue deportado un obispo francés en septiembre de 1944. ¿Será posible una ordenación sacerdotal en un campo de concentración? Es la pregunta que circula por la boca de todos. Poco a poco Karl madura la idea y gracias a una arriesgada chica consigue mandar una carta a su obispo, y recibe la respuesta por una hermana suya. Monseñor Von Galen le escribe; Autorizo las ceremonias solicitadas a condición de que puedan ser realizadas de forma válida y de que quede una prueba evidente.
La ordenación se torna una actividad para todos, se prepara un anillo episcopal, un báculo, una mitra y unos ornamentos con los escasos materiales con los que cuentan. Finalmente amanece el domingo 17 de diciembre, y Karl avanza por la barraca 26 con sus vestes diaconales y llevando una casulla plegada bajo el brazo. Ha recibido una inyección de cafeína por lo que puede resistir la fiebre y permanecer de pie entre los 2.300 sacerdotes y otros 300 testigos que participan. Así transcurre la celebración, entre el gozo y el miedo a ser descubiertos en cualquier momento por los guardias.
El 26 de diciembre celebra su primera misa particular, y a la vez sigue su trabajo continuo; ser uno más entre los tuberculosos para sufrir con ellos de manera alegre.
El 29 de abril de 1945 liberan a los prisioneros de Dachau, Karl va a un hospital cerca de Munich, pero ya es tarde para salvarlo.
El 25 de julio puede celebrar su segunda misa y escribe estas palabras en su diario; Bendice también, ¡oh Altísimo!, a mis enemigos. Más tarde, el 4 de agosto, dirá a su madre; Mamá, voy a hacerte una confidencia, pero no quiero que estés triste. Sé que voy a morir pronto, pero soy feliz.
Finalmente muere el 12 de agosto, y es beatificado el año 1996.
José Pablo Poblete, en es.catholic.net
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