Quien busca la verdad la dice una y otra vez, con insistencia amable, sin cansarse, aunque parezca que nadie le escucha; solo así será posible derrotar a las mentiras
El Washington Post ha seguido a Trump durante todo su mandato y al hacer las cuentas finales el 24 de enero asegura que Trump hizo 30.573 afirmaciones falsas o engañosas como presidente, casi la mitad en su último año. En este periódico −explicaban− «durante más de 10 años The Fact Checker ha evaluado la exactitud de las afirmaciones hechas por políticos de ambos partidos y esa práctica continuará. No está claro si ese rastreador será necesario para los futuros presidentes. No obstante, el impacto de la retórica de Trump puede repercutir durante años». El historiador Michael Beschloss, especializado en los presidentes norteamericanos, añadía: «Como resultado de la mentira constante de Trump a través del megáfono presidencial, los estadounidenses son más escépticos que nunca ante los genuinos hechos».
No tengo datos de cuánto mienten los políticos españoles, pero cuando leía esto pensaba que algo así −un comprobador de hechos y afirmaciones− necesitamos en España. Frente al «todos los políticos mienten» quizá podríamos descubrir que unos mienten mucho más que otros e incluso quizás haya alguno que no mienta. La mentira de un gobernante −¡un servidor de la comunidad!− me parece siempre una forma de violencia. Mi admirado Carlos Marín-Blázquez escribe en uno de sus aforismos: «El problema no es la mentira. El problema es el deseo de que nos engañen» (Fragmentos, nº 638). Puede también dársele la vuelta: la mentira de quienes gobiernan es un problema por el deseo de tantos de ser engañados.
Vaclav Havel decía que «lo malo no es mentir, sino vivir en la mentira», tal como acontecía en los regímenes comunistas. Pero aquí y ahora −diría yo− lo malo es mentir porque en la mentira no se puede vivir, porque la mentira −como mostró el asalto al Capitolio− engendra violencia. En nuestro país falta pedagogía; falta, por ejemplo, explicar las razones que aconsejan las medidas adoptadas para evitar los contagios. Cuando la policía tiene que reprimir las manifestaciones de quienes se oponen a tales medidas o cuando los gobernantes tachan de “negacionistas sociales” a quienes se niegan a encerrarse en sus casas porque quieren seguir de fiesta, es señal de que algo no se ha hecho bien.
Leo al periodista Manuel Campo Vidal que «en el primer discurso de Biden hay un concepto nuclear: restablecer el imperio de la verdad. Fundamental para defender la democracia. Mentiras y desinformación hubo siempre, pero nunca tantos artefactos para difundirlas». Biden decía literalmente en su discurso inaugural: «Las últimas semanas y meses nos han enseñado una dolorosa lección. Hay verdad y hay mentiras, mentiras dichas por afán de poder y de lucro, y cada uno de nosotros tiene un deber y una responsabilidad como ciudadanos, como estadounidenses y especialmente como líderes, líderes que se han comprometido a honrar nuestra Constitución y proteger a nuestra nación, a defender la verdad y derrotar a las mentiras».
Me gusta la idea y la expresión de derrotar a las mentiras. No puede ser que los ciudadanos de nuestro país aceptemos pasivamente que nuestros políticos mientan impune y casi sistemáticamente. No merecemos estos políticos mentirosos que han aprendido quizá de los comunistas que el fin justifica los medios. En la carta que la anarquista norteamericana Emma Goldman escribía al filósofo y educador John Deweyel 3 de mayo de 1938 a propósito de la actuación comunista en la guerra civil española le decía: «Es la ideología comunista la que ha difundido unas ideas venenosas en el mundo: en primer lugar, que el Partido Comunista ha sido llamado por la historia para guiar “la revolución social”, y segundo, que el fin justifica los medios. Estas nociones han creado todos los males −incluido Stalin− que han seguido a la muerte de Lenin».
Ochenta años han pasado y el imperio de la mentira se cierne sobre el espacio público de nuestra sociedad. Hay que derrotar a las mentiras. Leía hace unos días un hermoso aforismo de Enrique García-Máiquez en su reciente obra El vaso medio lleno: «La verdad se busca diciéndola». Así es: quien busca la verdad la dice una y otra vez, con insistencia amable, sin cansarse, aunque parezca que nadie le escucha; solo así será posible derrotar a las mentiras.