Caeremos muchas veces, pero si siempre nos levantamos alcanzaremos la meta propuesta
Un amigo me decía que había sacado la conclusión de que los golpes y fracasos de la vida también tienen su utilidad. Cuando todo marcha sobre ruedas sin darse cuenta, uno puede subirse al carro del triunfador, sentirse como un emperador divinizado. En definitiva, estar lleno de orgullo y soberbia: insoportable. Sin embargo, ver que lo profesional va muy bien, pero que la salud o la familia flaquean o, al revés, te ayuda a pisar suelo, a descubrir que eres un mortal como todos.
El Evangelio del Domingo de Resurrección nos relata la pugna entre Pedro y Juan por llegar antes al Santo Sepulcro: “Salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos plegados, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos plegados, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó”.
El primero en llegar fue Juan, era más joven, pero tiene la delicadeza de esperar. Lo que vio le llevó a creer. El Viernes Santo vivió, en el Calvario, la crueldad de los hombres y la mansedumbre del Dios humillado: Cristo. Esto le llenó de pena y dolor. Ahora todo es gozo y alegría: ¡Cristo ha resucitado! Juan supo ser fuerte y no abandonar a su Maestro y Amigo y recibe la recompensa.
Pero también Pedro ve al Resucitado y, los otros diez, que habían sido cobardes, también le pueden contemplar. La Pascua es para los fieles: María, las Santas Mujeres, José de Arimatea y Nicodemo; pero también para los débiles y pecadores. El único que queda fuera de este gozoso encuentro es Judas, que se desesperó, lo que le perdió no fue su traición, sino su desesperación, pensó que no cabía el perdón para él.
Se suele decir que la esperanza es lo último que se pierde. Es la soberbia la que nos pierde, no perdonarnos a nosotros mismos, esa visión deformada de las cosas −dice la Biblia que “el soberbio nada sabe”− que el orgullo forja: no admite lo imperfecto: ni los fallos propios ni ajenos. El conocimiento de nuestra limitada condición, su aceptación, es fuente de esperanza y puerta del perdón: podemos rectificar, intentarlo de nuevo.
Se puede leer en el blog de Alfonso Aguiló: “Cuenta Roland Joffé el impacto que le produjo una entrevista en la CNN en la que una mujer hutu de Ruanda estaba tomando el té con un hombre al que ella misma presentaba como miembro de una tribu tutsi que había asesinado a su familia. El entrevistador, muy sorprendido, le decía: ¿Y por qué toma el té con él…? ¿Le ha perdonado? Sí −respondía ella−, le he perdonado”. Y explicaba a continuación que aquel hombre iba todas las semanas a tomar el té con ella. “Lo hace para vivir en mi perdón”, añadía.
Ese era el modo −continuaba Joffé− que ella tenía de tratar con su dolor. Y ese era el modo que aquel otro hombre tenía de tratar con el suyo. Del sufrimiento humano de ambos, salía algo nuevo y mucho más grande. En aquel acto heroico de la voluntad había un propósito. Aquella mujer estaba dignificando su propia vida al perdonar a aquel hombre hutu. Era una mujer campesina de una sencillez conmovedora, pero sobre todo de un enorme poder moral, que se estaba sobreponiendo a la llamada del odio para imponerse a sí misma la terapia del perdón”.
Pedro lloró amargamente su pecado, este arrepentimiento purificó su corazón y, fue posible por la mirada compasiva de Jesús prendido, traicionado y ultrajado en casa de Caifás. Nuestra generosidad en dar el perdón a los nuestros facilita el camino de su conversión. Si queremos abrirnos a la esperanza, si soñamos con un amor eterno en nuestro matrimonio, con una buena educación de los hijos, con unas buenas amistades tenemos que estar dispuestos a perdonar muchas veces. Así podremos crear un entorno de confianza, de amor, de alegría. De la cruz se puede sacar partido. Del Árbol de la Cruz brota la nueva Vida, viene la Resurrección.
También nos puede servir saber que caeremos muchas veces, pero si siempre nos levantamos alcanzaremos la meta que nos hemos propuesto y seremos un don para los nuestros. Unas veces seremos fieles como Juan, y otras lloraremos con Pedro nuestros pecados pero, si no desesperamos, renaceremos.