La familia puede ser una escuela de coherencia, de virtudes. Un semillero de buen hacer
No hay más que ver un noticiero o leer un periódico para ver que estamos rodeados de tránsfugas, de mociones de censura desleales, de solemnes promesas no cumplidas. Pero no solo en el campo político, también en el empresarial, deportivo, familiar y afectivo. ¡Cuántas promesas de amor eterno caducan en poco tiempo! ¡Cuántas familias rotas!
Hemos entrado en la Semana Santa, la segunda sin procesiones −esperemos que sea la última−, y hoy es Domingo de Ramos. Es la única vez que Jesús se deja aclamar por las multitudes, montando un humilde pollino hace su entrada en Jerusalén.
“Muchos extendieron sus mantos en el camino, otros el ramaje que cortaban de los campos. Los que iban delante y los que seguían detrás gritaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!” Parece que por fin los hebreos se muestran agradecidos con quien les ha curado, dado de comer, devuelto a la vida sus muertos…
A los cinco días, el Viernes Santo, los mismos que hoy aclaman condenarán: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” ¿Cómo se explica esto? ¿Cómo se puede cambiar de opinión tan rápidamente? Quizá sea por falta de convicción ayudada por un instinto camaleónico, que nos lleva a seguir la corriente, a no tener pensamiento propio, a dejarse llevar. Pero seguramente también influye la debilidad humana, cuando las cosas se ponen difíciles, cuando cuesta dar la cara o ser fiel a la palabra dada, es más cómodo mirar a otro lado.
Pienso que a nadie le gusta tener un amigo desleal, a un esposo/a infiel, a un hijo que no asume sus obligaciones. Esto es buena señal, aún queda algo de humanidad. Pero me temo que vamos hacia una sociedad que aplaude la deslealtad, que, a fuerza de tanto mal ejemplo, de ideologías rompedoras con todo lo pasado, podamos pensar que el compromiso, la coherencia no son humanos.
Son reminiscencias de un oscuro pasado, cadenas que hay que romper. Por eso debemos preguntarnos si somos de fiar, cuestionarnos de qué lado estamos. No basta con sufrir las deslealtades de los otros, quejarnos. Debemos ver qué precio estamos dispuestos a pagar para ser personas de palabra, para asumir los compromisos que libremente hemos asumido.
En el proceso a Jesús, Pilato le preguntó: “Y ¿qué es la verdad?”. Ya se vislumbra en aquel poderoso cierto pensamiento débil −nada hay nuevo bajo el sol−, su actitud pragmática, acomodaticia, le lleva a condenar a un inocente a sabiendas. Dice Alejandro Llano: “El sucedáneo posmoderno de la libertad es la superficialidad del pasar de una cosa a otra en tiempo cero, de saltar de representación en representación hasta una fantasía total, donde impera la lógica del doble.
El único pensamiento libre es, como quiere Vattimo, el pensamiento débil: la penumbra de las incertidumbres, los intersticios entre una imagen y otra, la pérdida de peso ontológico, en una especie de anorexia cultural generalizada”.
No podemos ser de fiar sin tener convicciones, sin amar la verdad, sin que tengamos unos referentes intocables, que son garantía frente a nuestra debilidad y arbitrariedad. Lo divertido, lo que me pide el cuerpo, lo guay no pueden ser las coordenadas de una vida humana. Volvemos nuestra mirada a Cristo y vemos una vida plena, de entrega libre, de compromiso con la Verdad. Han pasado más de dos mil años y sigue siendo el punto de referencia de la humanidad. Su salvador.
Nos preguntábamos si éramos de fiar. Podemos ver si volveríamos a gritar a ese que es inocente: ¡crucifícale!, y lo hacemos cuando renunciamos a nuestras convicciones: cuando, ante las dificultades matrimoniales acariciamos la tentación de rehacer la vida; si vendemos nuestra integridad profesional por un puñado de monedas o por un cargo; si dejamos al amigo en apuros para no complicarnos la vida; cuando ocultamos nuestras creencias en un foro adverso; si nos vendemos al pensamiento débil y renunciamos a lo evidente: “lo cual se muestra en los juegos eróticos que tienden a borrar la distinción entre el propio cuerpo y el de los demás, tras superar la clasificación binaria entre los sexos y sumirse en la informe dinámica de la transexualidad” en palabras de Llano.
La familia puede ser una escuela de coherencia, de lealtad, de virtudes. Un semillero de buen hacer. Una palestra donde nos entrenamos viviendo con cariño y fidelidad nuestros pequeños y grandes compromisos.