Niños y ancianos necesitan cosas muy parecidas: cariño, cuidados y tiempo. El agente topo habla de esto, y por eso, más que una película, es una lección de vida
Ganó el premio del público en el Festival de San Sebastián, entró en la lista de las mejores películas extranjeras del año en National Board of Review, se “coló” en Cannes y, después de ganar el Globo de Oro al mejor documental, aspira al Oscar en idéntica categoría. Con otras palabras, podría decirse que la cineasta chilena Maite Alberdi, madre de la criatura, ha dado en diana.
Alberdi ha escrito y dirigido una película inclasificable: tiene demasiada escritura de guion para ser un documental y demasiada documentación para ser un thriller de espionaje. En un limbo de género cinematográfico que pondría nervioso a más de un purista, Alberdi consigue, sin embargo, que su historia funcione como un reloj suizo. Una historia que no es otra que la de un anciano que, para mitigar el duelo de su reciente viudez, decide trabajar como espía en una residencia de ancianos.
La premisa es disparatada y consigue unos primeros minutos definitivamente hilarantes. Una vez enganchado al espectador, el guion le va llevando hacia una realidad que, hasta solo hace unos meses, teníamos la costumbre de invisibilizar, silenciar o, como mínimo, maquillar. Los protagonistas de este documental son ancianos ancianísimos, con todos sus achaques, sus dolencias, sus extravíos, desinhibiciones, rarezas y manías y con toda su experiencia, su ingenuidad, sus ganas de vivir y sus ansías de ser queridos. Como todos, por otra parte.
No hay una visión negativa de la vejez y sí una crítica bastante acerada a una sociedad que se ha empeñado en esconder a sus mayores como si fueran una pieza incómoda en nuestra vida de filtros, efectos y emoticonos
Acierta Alberdi al optar por un tono entrañable y tremendamente divertido y optimista. Los personajes −empezando por un protagonista sobresaliente− derrochan naturalidad y simpatía. No hay una visión negativa de la vejez y sí una crítica bastante acerada a una sociedad que se ha empeñado en esconder a sus mayores como si fueran una pieza incómoda en nuestra vida de filtros, efectos y emoticonos. Hemos necesitado una pandemia para entender todo lo que nos perdemos cuando descartamos a nuestros mayores.
Cuenta la cineasta chilena que una de las cosas con las que más disfrutó es cuando descubrió que había muchos niños que habían visto su película junto a sus familias (en Chile la cinta se estrenó en streaming durante el confinamiento) y que la habían entendido y valorado. Cuando he leído sus declaraciones no me han extrañado porque me parece que uno de los muchos logros del documental es mostrar la cercanía que hay en el ser humano entre los primeros años de la vida y los últimos. Niños y ancianos necesitan cosas muy parecidas: cariño, cuidados y tiempo.
El agente topo habla de esto, y por eso, más que una película, es una lección de vida.