En el octavo aniversario de la elección del Papa Francisco, el autor recorre las “ocho postales” más significativas que nos ha dejado su pontificado
Hace exactamente ocho años, en la tarde del 13 de marzo de 2013, el cardenal Jorge Mario Bergoglio se asomó a la Logia Central de la Basílica de San Pedro en el Vaticano para su primera bendición apostólica “Urbi et Orbi”. A partir de ahí comenzó el camino del Papa Francisco al servicio de la Iglesia universal: “un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros”.
No es fácil, en cada aniversario, hacer un resumen exhaustivo e ilustrativo de las “novedades” más importantes que representa el acontecimiento que se conmemora o el personaje que se celebra.
Esto es aún más cierto en el caso del último pontificado, que voluntaria o involuntariamente se caracterizó por una serie de vicisitudes no siempre y no sólo relacionadas con el “personaje Bergoglio”, sino también con el contexto general en el que se ha desarrollado su misión, tanto a nivel eclesial como internacional. Ciertamente, ha sido −y esperamos que sea− un ministerio muy activo y rico en iniciativas.
Y, sin embargo, creo que hay dos aspectos que conviene poner de relieve para destacar lo complejo que resulta hoy, desde el punto de vista narrativo, “aislar” los momentos más característicos de esta experiencia de los primeros años.
Por un lado hay que considerar la época de sobreexposición mediática en la que vivimos, que desde el principio ha generado en torno a la figura del Papa una cantidad infinita de información y datos que fluyen diariamente en una vorágine imparable y en todas las latitudes, generando una evidente sobrecarga que en algunos casos también puede ser perjudicial. Por otra parte, la pandemia de Covid-19 ha complicado las cosas, ya que en el último año ha recalibrado nuestras prioridades y ha puesto en la sombra otros intereses por cosas no necesariamente consideradas “vitales”, como una especie de pasión por los recuerdos amarcordes, nostálgicos.
Dicho esto, como no tenemos la pericia para ofrecer una síntesis historiográfica de estos últimos años de la vida de la Iglesia bajo el liderazgo del Papa Francisco, nos ha parecido más interesante seleccionar “ocho postales”, ocho imágenes que a nuestro juicio son representativas de cada uno de los últimos años del ministerio del Obispo de Roma. Es una elección totalmente arbitraria, lo confesamos, pero es probable que sean instantáneas que probablemente estén vivas en el corazón de los fieles.
La primera instantánea que caracterizó el avance del Papa Francisco como pastor del Pueblo de Dios y peregrino de las periferias existenciales seguirá siendo la de su insólito viaje a la isla de Lampedusa, en el sur de Italia, pocos meses después de su elección.
Fue la primera salida real de los confines del Vaticano, pero también la más dramática y conmovedora. Desde la tumba-isla de cientos y cientos de emigrantes cuyos nombres nunca conoceremos, surgió ese fuerte grito a la conciencia de todos “para que no vuelva a ocurrir lo que ocurrió”. Más tarde sabemos que, por desgracia, no fue así en absoluto, pero la llamada del Pontífice sigue siendo y continúa siendo una advertencia contra la indiferencia.
La primera peregrinación verdaderamente grande del pontificado fue quizás el Viaje Apostólico a Tierra Santa en mayo de 2014, con motivo del 50º aniversario del encuentro en Jerusalén entre San Pablo VI y el Patriarca Atenágoras. 16 discursos en tres días, y la emotiva visita al Memorial de Yad Vashem, con la condena en términos inequívocos del terrorismo, que “es malo en su origen y es malo en sus resultados”. Un mal que nace del odio y que destruye, lo que llevó al Santo Padre a expresar su vergüenza por la profanación que el hombre ha logrado hacer hacia la principal obra de la creación de Dios, él mismo.
2015 es el año de la segunda Encíclica del Papa Francisco, la dedicada al cuidado de la casa común Laudato si’, nacida de la conciencia de poner fin al uso irresponsable y al abuso de los bienes que Dios nos ha confiado con la creación. Un camino de reflexión que ya recogía las llamadas a la “conversión ecológica global” de San Juan Pablo II y la preocupación por las heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable sugerida por Benedicto XVI.
La clave aportada por el actual Pontífice será que “todo está conectado”, lo que llama a nuestra responsabilidad de reconocer que todos nuestros comportamientos desequilibrados tienen inevitablemente consecuencias en la vida de todos nuestros otros hermanos y hermanas. Y la pandemia que estamos viviendo está aquí para demostrárnoslo.
Por otro lado, 2016 fue el Año del primer Jubileo extendido a nivel mundial, el Jubileo de la Misericordia, con la apertura de las Puertas Santas en todas las diócesis, en todas las fronteras de la tierra, empezando por la simbólica de Bangui, en la República Centroafricana. También eso fue una elección y un mensaje inequívoco: la misericordia de Dios no conoce límites, y actúa con mayor razón en esos acontecimientos −y en esos corazones− que han tenido que ser superados.
Será un año muy especial, que registrará sólo en la ciudad de Roma la llegada de más de 21 millones de peregrinos. De ahí nacerán los “Viernes de la Misericordia” y el “Domingo de la Palabra de Dios”.
La presencia de la Virgen María es una constante del Pontificado. Son emblemáticas las visitas del Papa a la Basílica de Santa María la Mayor para rendir homenaje a la Salus Populi Romani, no por casualidad la primera realizada ya al día siguiente de su elección, y luego al principio y al final de cada Viaje Apostólico al extranjero.
En 2017, sin embargo, el Papa Francisco fue directamente al Santuario de Nuestra Señora de Fátima para el centenario de las Apariciones de la Virgen María, y desde allí reiteró a viva voz: “tenemos una Madre, tenemos una Madre”. A continuación, invitó a todos a ser en el mundo “centinelas de la mañana” para mostrar el rostro joven y hermoso de la Iglesia, “que brilla cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre en medios y rica en amor”.
Tras años de intentos y mucho sufrimiento, el 22 de septiembre de 2018 se firmó en Pekín el Acuerdo Provisional entre la Santa Sede y la República Popular China sobre el nombramiento de obispos, poniendo así fin de forma efectiva a la existencia de una “doble Iglesia” en China.
En una carta dirigida a todo el pueblo del país asiático y a la Iglesia universal, el Papa Francisco recordó en primer lugar el tesoro espiritual que han dejado las dolorosas experiencias de quienes han sufrido a lo largo de los años para dar testimonio de su fe. Pero dio las gracias por el atisbo hacia la unidad completa y una evangelización más amplia y libre de esas tierras iniciada por el Acuerdo. Al cabo de dos años, el documento se renovó por un nuevo periodo de dos años, hasta 2022.
No todas las postales son a veces bellas; algunas pueden también retratar heridas dolorosas como es el caso de la triste historia de los abusos en la Iglesia hacia los menores. Un proceso de concienciación que lleva muchos años y que ha mostrado la crudeza de situaciones en las que ha habido falta de transparencia y responsabilidad a muchos niveles.
Una crudeza que el Papa Francisco no ha temido llevar al extremo, convirtiendo en prioridad la lucha contra lo que ha definido reiteradamente como un cáncer. En 2019 se celebra finalmente una amplia cumbre en la que los obispos se sientan a escuchar los testimonios de las personas que han sufrido abusos. A partir de ahí, nacieron otras muchas iniciativas, incluso legislativas, para frenar la complicidad y el incumplimiento y priorizar la atención a las víctimas.
La última postal de estos primeros ocho años de pontificado es también bastante triste, vinculada a la emergencia sanitaria por la pandemia del Covid-19, cuya solución aún no se vislumbra. Retrata al Papa Francisco solo, en una Plaza de San Pedro desierta y mojada por la lluvia. Fue un momento espiritualmente poderoso, en el que se rezó por el fin de esta tragedia que ya ha causado más de dos millones y medio de muertes.
Lo que queda de esa noche es la oración al Señor “para que no nos deje a merced de la tormenta” y la conciencia de que “nadie se salva solo”. Fe y esperanza, que desde ese momento llevarán al Santo Padre a realizar una serie de iniciativas de cercanía al Pueblo de Dios debilitado por el miedo y la soledad. Todavía es necesario retomar esas palabras y recordarnos hoy “abrazar al Señor para abrazar la esperanza”.
A partir de 2021 no podemos decir mucho, aún estamos al principio, por eso las 8 postales. Pero será interesante estar atentos al reciente viaje a Irak, realizado por el Papa como peregrino de la fraternidad hacia la tierra de Abraham, donde todo comenzó. Un país que después de la tragedia de tantas guerras y odios está aún por reconstruir. Como nuestras vidas. Con la cercanía del Papa y de la Iglesia.
David Fernández Alonso, en omnesmag.com
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