Escrito por Rafael Lacorte Tierz / José Manuel Mañú Noain
El valor del trabajo no depende del brillo social, sino de su calidad, del espíritu de servicio con el que se hace y del ejercicio de virtudes que vivimos para realizarlo bien
Ningún camino fácil te llevará a algo que merezca la pena (Proverbio)
El estudio forma parte del trabajo, bien sea para mejorar la calidad de esa tarea, o a dedicación completa en la fase de estudiante que cursa estudios para lograr una capacitación y un título que le permita trabajar en el futuro. Algunos trabajos manuales, no requieren mucho estudio para mejorar; en ese caso, la capacitación para ejercerlo mejor se logrará por otros cauces; en todo caso, cada persona debe encontrar el modo de mejorar su forma de realizar una tarea con la que sustentarse y prestar un servicio a la sociedad. Aquí abordamos toda tarea, manual o intelectual, ejercida como profesión temporal o permanente. Lo que se dice para el estudio es válido para otras tareas, salvo que se indique de forma expresa otra cosa.
El contexto del estudio
Situar el estudio en su contexto es una premisa para orientarlo bien. Si se tiene claro el sentido de la vida, se dará importancia a hacerlo con calidad y espíritu de servicio; se aprecia la fuerza de la motivación cuando vienen las dificultades. Una motivación fuerte facilita superar esos obstáculos. En un centro educativo el estudio es el pilar que explica su existencia, aunque no sea la dimensión esencial de la vida. No es posible prometer una vida fácil a los alumnos; llegar a la meta exige esfuerzo para vencer las dificultades. Para lograrlo se precisa fortaleza para ser constantes en el empeño. Hoy abunda el espíritu competitivo en el mundo laboral; muchos alumnos lo perciben y desean el éxito escolar que les permita acceder a los estudios deseados. Está bien, pero no a cualquier precio; el éxito no debe buscarse con medios que supongan un fraude, o negándose por sistema a ayudar a sus compañero, en los que no ve personas sino competidores. Si para lograr mejores resultados que otros, alguien se cierra en sí mismo y no presta ayuda a otros, cabe la duda razonable si el éxito se ha convertido para él en un fin que lograr a toda costa. Si al terminar sus estudios solo se llevara un título, pero no amigos, habría fallado algo importante en su educación. En un colegio, encontré un cartel en la zona de entrada que decía: Entra dispuesto a aprender. En la zona de salida, en un cartel similar, ponía: Sal dispuesto a servir. Esos carteles son una buena síntesis de lo que pretendemos transmitir en estas líneas.
Los resultados escolares como indicadores
Los resultados suelen ser reflejo de otras facetas de la vida del estudiante. Con frecuencia, las crisis familiares, afectivas u otras, se reflejan en los resultados escolares. Si un alumno está descentrado, se suele reflejar en sus notas; un descenso notable en su rendimiento es indicio de una posible crisis en algún aspecto. Alguna vez, no ocurre así pues el estudio es el refugio que esa persona busca para lograr satisfacciones que no encuentra en su entorno. Lo habitual es que, salvo falta de capacidad o idoneidad para ese tipo de estudios, los suspensos son una señal de alerta para los educadores. Otras veces, el fracaso escolar es la causa de la crisis personal; quien se valora demasiado por el resultado académico, si éste falla, pierde su autoestima. Trabajar bien es importante, pero no es el único objetivo para quien desea una vida lograda. Pero en una sociedad que tiende al confort, exigirse tiene un valor añadido. Vencer la pereza forja la voluntad y desarrolla la constancia que se logra en el día a día. Todos somos capaces de hacer un esfuerzo extraordinario, pero lo decisivo es lo cotidiano, que a medio plazo es lo esencial. Esforzarse sólo en época de exámenes no genera hábitos.
Aplicaciones prácticas
Un ejemplo refleja esa motivación y exigencia: Un día, el que después llegó a ser George Harrison, guitarrista de los Beatles, oyó tocar a un grupo formado por John Lennon y Paul McCartney, y le gustó. Enseguida se les ofreció: “¿Me dejáis entrar en vuestro grupo?” John Lennon, serio, le llevó a un concierto de guitarra clásica en un teatro de Liverpool y, al terminar, le dijo: “Cuando hagas una cosa así, entrarás”. Harrison apenas sabía tocar la guitarra. Compró una; día y noche tocaba y ensayaba hasta que le sangraban los dedos; al cabo de un mes era uno de los Beatles”. El trabajo no se reduce al fruto de la tarea que se lleva a cabo. Se desarrollan diversas áreas de la personalidad, como las capacidades de cada uno. Las habilidades se aprenden; así se consigue leer correctamente, hablar en público etc. Siendo esas habilidades importantes, no forman parte del núcleo de la personalidad. Sí lo hacen las virtudes, al mejorar el modo de ser. Debemos desarrollar habilidades y cualidades; nos ayudan a ser mejores personas y buenos profesionales. Si es importante desarrollar las habilidades profesionales es porque para trabajar bien se requieren; es preciso ser buen profesional, no basta ser buena persona. Si llamo al fontanero, espero de él honestidad y que haga bien el trabajo para el que acudo a él. Ambas cosas pueden y ojalá vayan unidas.
Nunca sabremos todo lo que puede dar de sí un alumno hasta que no trabaje en serio. El trabajo es parte importante de la vida; es más que un medio para sustentarse. En el trabajo se desarrolla el orden, la puntualidad, la constancia, etc. El trabajo deberá estar bien hecho, nos ayuda a mejorar y supone una aportación al desarrollo social. El estudio aumenta la cultura y abre horizontes para comprender otros aspectos de la vida. Un mal profesional, estudiante si es su caso, debe aspirar a destacar por su buen hacer así como por otros rasgos que comentamos en estas páginas. En la actualidad procede desarrollar hacer bien las tareas que no se ven; hacer una chapuza porque no va a estar a la vista, es un indicio de ser mal profesional. Quien desea serlo, lo hace bien se vea o no. En el acabado de las tareas se aprecia la calidad de quien las lleva a cabo.
El trabajo como servicio
Conviene insistir en esta idea; está difundido un egocentrismo que lleva a buscar el éxito escolar como autoafirmación. La tendencia a la competitividad, a lograr un buen expediente, a desear profesiones de prestigio por su alto rendimiento económico; son factores que tienen peso en la sociedad y que con frecuencia se fomentan en el hogar; no está mal, siempre que no se pierda algo más valiosos por lograr esa meta. Fomentar el compañerismo desde la infancia, ayudar de forma desinteresada a otras personas, son otros modos de desarrollarse. Ver en el trabajo de un buen profesional un modo de ayudar a otros, de contribuir a un orden social mejor, etc. Conjugar la exigencia académica con pedirles que dediquen tiempo a los demás debe responder a una jerarquía de valores. Lo deseable es conjugar ambas áreas. Al egoísta hay que pedirle que dedique tiempo a los demás. Si no lo hace de joven, sus padres lo verán cuando ellos sean ancianos.
Aspirar a la excelencia
Excelencia no es elitismo, es lograr un nivel de calidad alto en su trabajo. Según sea la persona, seguirá siendo humilde o se volverá vanidosa; si es consciente de que sus capacidades en buena parte le vienen dadas, sabrá agradecerlas y cultivarlas al servicio de los demás. De lo contrario, el prestigio se vuelve el pedestal de la soberbia, al creernos superiores a los demás. La situación en Occidente permite, desde hace décadas, que el nivel obligatorio de escolaridad crezca, así como las oportunidades de acceder a todos los niveles de enseñanza. Lograr que la falta de recursos económicos no sea obstáculo para realizar una carrera universitaria es un logro social. Ese deseo es legítimo, sabiendo que cada puesto escolar, en los diversos niveles, es un gasto social; que perder un curso por negligencia es un gasto que incide en toda la sociedad. El Estado no es un ente anónimo sino una estructura para gobernar que se paga con el dinero de los contribuyentes. La igualdad de oportunidades, lleva a buscar que cursen estudios todos los que lo deseen, si tienen condiciones y las aprovechan. Con el mismo empeño hay que destacar que ser buen tornero es tan digno como ser catedrático. La importancia no está tanto en lo que hago, sino en cómo lo hago. El valor al trabajo lo da la persona que lo realiza, no a la inversa.
Dónde radica el valor de cada tarea profesional
El valor del trabajo no depende del brillo social, sino de su calidad, del espíritu de servicio con el que se hace y del ejercicio de virtudes que vivimos para realizarlo bien. Con esa premisa, es importante que el estudiante esté en el lugar más idóneo para él y que logre los mejores resultados posibles. Como fruto, debiera ser habitual que al terminar esa fase, sea mejor porque ha desarrollado sus cualidades en esa labor. Conformarse con pasar curso sin pena ni gloria es muestra de mediocridad. También es perjudicial realizar estudios que exigen a esa persona una presión tan alta que ponga en riesgo su salud. Exigir es necesario, siempre que se haga de forma razonable, sin tolerar la chapuza. Un rendimiento por debajo de las posibilidades dificulta ser buen profesional. Algunos, desde la infancia, tienen un afán de superarse que les lleva a exigirse; otros no. La educación personalizada permite tratar a cada uno como debe ser tratado; sabiendo las motivaciones de cada uno. Exigir sin quebrar es un arte: en la duda es preferible quedarse por debajo del límite, o cambiar el modo de exigir. Hay padres que piensan que la mejor herencia para sus hijos es facilitarles una buena educación y procurar que aprovechen esa posibilidad. No siempre una buena educación es un título brillante; pueden darse ambos, pero no van necesariamente unidos.
Un ejemplo
Un profesor fue invitado a dar una conferencia en una base militar. En el aeropuerto le recibió un oficial; mientras iban a recoger el equipaje, el oficial se detuvo un instante para ayudar a una anciana con su maleta y, poco después, para orientar a una persona. Cada vez, una sonrisa iluminaba su rostro. ¿Dónde aprendió a comportarse así?, le preguntó el profesor. En una misión de riesgo, contestó él. Le pidió que le contara su experiencia; el militar le dijo que había participado en una misión internacional para limpiar de minas una extensa zona. En esos meses vi morir a dos soldados. No sabía si el siguiente sería yo, dijo, y procuré aprovechar bien cada instante. Decidí trabajar bien, pues con mi trabajo podía salvar vidas; y servir a los demás, para hacer amable la vida a personas que vivían en una situación de tensión. Cuando volví de aquel país, procuré aplicar esas dos metas en mi nuevo destino: Hacer bien mi trabajo y ayudar a las personas de mi entorno.
Sabemos que algún día moriremos; entonces, lo importante no será haber acumulado más riqueza ni quién haya ocupado puestos más relevantes; lo esencial será haber amado más y mejor; eso se demuestra en la actitud de servicio hacia los demás. Parte importante de esa ayuda la habremos podido prestar con un trabajo bien hecho.