En su catequesis semanal, durante la audiencia general de hoy, el Papa ha dicho que “el que reza es como un enamorado que lleva siempre en el corazón a la persona amada, vaya donde vaya”
Queridos hermanos y hermanas:
Reflexionamos hoy sobre la oración en la vida cotidiana. El que reza es como un enamorado: lleva siempre en el corazón a la persona amada, vaya donde vaya. Por eso, podemos rezar en cualquier momento, en los acontecimientos de cada día: en la calle, en la oficina, en el tren; con palabras o en el silencio de nuestro corazón. Incluso un pensamiento aparentemente “profano” puede estar impregnado de oración. El Espíritu del Señor siempre se nos ofrece para que brote el diálogo con Él.
La oración nos va transformando: calma la ira, mantiene el amor, multiplica la alegría, infunde la fuerza de perdonar. En la oración se nos concede la gracia para afrontar cada día con esperanza y valentía, como llamadas de Dios y ocasiones para encontrarnos con Él. Además, la oración nos ayuda a amar a los demás, conscientes de que todos somos pecadores y, al mismo tiempo, amados personalmente por el Señor. Somos seres frágiles, pero sabemos rezar: esta es nuestra mayor dignidad.
Por tanto, recemos por todo y por todos: por nuestros seres queridos, y también por las personas que no conocemos, incluso por nuestros enemigos. Recemos especialmente por los que más sufren a causa del dolor y la enfermedad, de la soledad y la precariedad. Rezando y amando así este mundo, amándolo con compasión y ternura, como Jesús, descubriremos que cada día lleva escondido en sí un fragmento del misterio de Dios.
En la catequesis anterior vimos cómo la oración cristiana está “anclada” en la Liturgia. Hoy destacaremos cómo desde la Liturgia vuelve siempre a la vida diaria: por la calle, en la oficina, en los medios de transporte… Y ahí continúa el diálogo con Dios: quien reza es como el enamorado, que lleva siempre en el corazón a la persona amada, donde quiera que esté.
De hecho, todo es asumido en ese diálogo con Dios: toda alegría se convierte en motivo de alabanza, toda prueba es ocasión para pedir ayuda. La oración está siempre viva en la vida, como una brasa, también cuando la boca no habla pero habla el corazón. Todo pensamiento, hasta el aparentemente “profano”, puede ser impregnado de oración. También en la inteligencia humana hay un aspecto orante; es como una ventana asomada al misterio: ilumina los pocos pasos que están delante de nosotros y después se abre a toda la realidad, realidad que la precede y la supera. Este misterio no tiene un rostro inquietante o angustiante, no: el conocimiento de Cristo nos hace confiar en que allí donde nuestros ojos y los ojos de nuestra mente no pueden ver, no está la nada, sino alguien que nos espera, una gracia infinita. Y así la oración cristiana infunde en el corazón humano una esperanza invencible: cualquier experiencia que toque nuestro camino, el amor de Dios puede convertirlo en bien.
Al respecto, el Catecismo dice: «Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la Palabra del Señor y participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. […] El tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy» (n. 2659). Hoy encuentro a Dios, siempre está el hoy del encuentro.
No existe otro maravilloso día que el hoy que estamos viviendo. La gente que vive siempre pensando en el futuro −“Bueno, el futuro será mejor…”− pero no asume el hoy como viene, es gente que vive en la fantasía, no sabe aceptar lo concreto de la realidad. Y el hoy es real, el hoy es concreto. Y la oración sucede en el hoy. Jesús nos sale al encuentro hoy, este hoy que estamos viviendo. Y la oración transforma este hoy en gracia, o mejor, nos transforma: apacigua la ira, sostiene el amor, multiplica la alegría, infunde la fuerza para perdonar. En algún momento nos parecerá que ya no somos nosotros los que vivimos, sino que la gracia vive y actúa en nosotros mediante la oración. Y cuando nos venga un pensamiento de rabia, de descontento, que nos lleve a la amargura, detengámonos y digamos al Señor: “¿Dónde estás? ¿Y adónde estoy yendo yo?”. El Señor está ahí, el Señor nos dirá la palabra justa, el consejo para ir adelante sin este zumo amargo de lo negativo. Porque la oración siempre, usando una palabra profana, es positiva. Siempre. Te lleva adelante. Cada día que empieza, si es llevado a la oración, va acompañado de valentía, de forma que los problemas que afrontamos no sean un estorbo a nuestra felicidad, sino llamadas de Dios, ocasiones para nuestro encuentro con Él. Y cuando uno es acompañado por el Señor, se siente más valiente, más libre, e incluso más feliz.
Por tanto, recemos siempre por todo y por todos, también por los enemigos. Jesús nos aconsejó: “Rezad por vuestros enemigos”. Recemos por nuestros seres queridos, pero también por los que no conocemos; incluso por nuestros enemigos, como he dicho, como a menudo nos invita a hacer la Escritura. La oración dispone a un amor sobreabundante. Recemos sobre todo por las personas infelices, por los que lloran en la soledad y dudan de que todavía haya un amor que late por ellos. La oración hace milagros; y entonces los pobres intuyen, por la gracia de Dios, que, también en esa situación suya de precariedad, la oración de un cristiano hace presente la compasión de Jesús: Él miraba con gran ternura a la multitud cansada y perdida como ovejas sin pastor (cfr. Mc 6,34). El Señor es −no lo olvidemos− el Señor de la compasión, de la cercanía, de la ternura: tres palabras para no olvidar nunca. Porque es el estilo del Señor: compasión, cercanía, ternura.
La oración nos ayuda a amar a los demás, a pesar de sus errores y pecados. La persona siempre es más importante que sus actos, y Jesús no juzgó al mundo, sino que lo salvó. Es fea la vida de las personas que siempre están juzgando a los otros, siempre condenando, juzgando: es una vida fea, infeliz. Jesús vino a salvarnos: abre tu corazón, perdona, justifica a los demás, entiende, sé tú también cercano a los otros, ten compasión, ternura como Jesús. Es necesario querer a todos y cada uno recordando, en la oración, que todos somos pecadores y al mismo tiempo amados por Dios uno a uno. Amando así este mundo, amándolo con ternura, descubriremos que cada día y cada cosa lleva escondido en sí un fragmento del misterio de Dios.
Escribe también el Catecismo: «Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los “pequeños”, a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la levadura con la que el Señor compara el Reino» (n. 2660).
El hombre −la persona humana, el hombre y la mujer− es semejante a un soplo, como una brizna de hierba (cfr. Sal 144,4; 103,15). El filósofo Pascal escribía: «No es necesario que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua bastan para matarlo» (Pensamientos, 186). Somos seres frágiles, pero sabemos rezar: esa es nuestra dignidad más grande, también nuestra fortaleza. Ánimo. Rezar en cada momento, en cada situación, porque el Señor está cerca de nosotros. Y cuando una oración es según el corazón de Jesús, obra milagros.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos dé el gusto de la oración diaria, para que haga posible el milagro del encuentro con el prójimo en su sufrimiento y en sus necesidades. ¡Imparto a todos mi bendición!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua inglesa. Invito a todos, especialmente en este tiempo de pandemia, a acercarse al Señor en la oración diaria, llevándole nuestras necesidades y las del mundo que nos rodea. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de Cristo. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los hermanos y hermanas de lengua alemana. La oración es la levadura con la que se mezcla toda la vida, incluso las humildes circunstancias diarias. Así podemos vivir siempre en presencia de Dios que nos quiere felices. El Señor os bendiga a todos.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Mañana celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de los enfermos. Pidamos por su intercesión que el Señor conceda la salud del alma y cuerpo a todos los que sufren a causa de alguna enfermedad y de la actual pandemia, y fortalezca a quienes los asisten y los acompañan en este tiempo de prueba que atraviesan en sus vidas. Que Dios los bendiga a todos.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. Queridos hermanos, la oración transforma nuestra mirada y nos ayuda a acercarnos a todos, incluso a los que son diferentes a nosotros. Que la Virgen María vele sobre vuestro camino y os ayude a ser ese signo incondicional de amor en medio de vuestros hermanos. Que la bendición de Dios descienda sobre vosotros y vuestras familias.
Saludo a los fieles de lengua árabe. Somos seres frágiles, pero sabemos rezar: esa es nuestra mayor dignidad. Y cuando una oración está de acuerdo con el corazón de Jesús, obra milagros. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. Pensando en la oración diaria, espero que en cada situación de la vida os acompañe una conversación con Cristo de corazón a corazón; no solo ante el Santísimo Sacramento, la cruz o una imagen sagrada, sino también de camino al trabajo, de viaje y durante las tareas diarias. Que esa oración se convierta en vuestra buena costumbre. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. En una sociedad que sigue herida por contrastes y divisiones, sed signo de un plan de reconciliación y fraternidad que hunda sus raíces en el Evangelio y en la ayuda indispensable de la oración.
Finalmente, mi pensamiento se dirige, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Mañana celebraremos la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes. Espero que imitéis a Nuestra Señora en plena disponibilidad a la voluntad de Dios. Gracias.
1. Expreso mi cercanía a las víctimas de la calamidad ocurrida hace tres días en el norte de la India, donde parte de un glaciar se desprendió provocando una violenta inundación, que destruyó dos centrales eléctricas en construcción. Rezo por los trabajadores difuntos y por sus familiares, y por todas las personas heridas y dañadas.
2. En Extremo Oriente y en varias partes del mundo, el próximo viernes 12 de febrero muchos millones de hombres y mujeres celebrarán el Año Nuevo Lunar. A todos ellos y a sus familias deseo enviar mi cordial saludo, junto al deseo de que el nuevo año traiga frutos de fraternidad y solidaridad. En este momento particular, en el que son fuertes las preocupaciones para afrontar los desafíos de la pandemia, que toca no solo el físico y el alma de las personas, sino que influye también en las relaciones sociales, formulo el deseo de que cada uno pueda gozar de buena salud y serenidad de vida. Mientras invito, finalmente, a rezar por el don de la paz y de todos los demás bienes, recuerdo que estos se obtienen con bondad, respeto, amplitud de miras y valentía, sin olvidar nunca tener un cuidado preferencial por los más pobres y débiles.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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