Comentario del domingo de la 5° semana del tiempo ordinario (Ciclo B)
“Y pasó por toda Galilea predicando en sus sinagogas y expulsando a los demonios”. El inicio de la vida pública del Señor se presenta con muchas ocupaciones, pero con el único afán de cumplir la voluntad de su Padre. Un ejemplo maravilloso de unidad de vida y de aprovechamiento del tiempo.
Evangelio (Mc 1, 29-39)
En cuanto salieron de la sinagoga, fueron a la casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. La suegra de Simón estaba acostada con fiebre, y enseguida le hablaron de ella. Se acercó, la tomó de la mano y la levantó; le desapareció la fiebre y ella se puso a servirles. Al atardecer, cuando se había puesto el sol, comenzaron a llevarle a todos los enfermos y a los endemoniados. Y toda la ciudad se agolpaba en la puerta. Y curó a muchos que padecían diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios, y no les permitía hablar porque sabían quién era. De madrugada, todavía muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración. Salió a buscarle Simón y los que estaban con él, y cuando lo encontraron le dijeron:
−Todos te buscan.
Y les dijo:
−Vámonos a otra parte, a las aldeas vecinas, para que predique también allí, porque para esto he venido.
Y pasó por toda Galilea predicando en sus sinagogas y expulsando a los demonios.
Comentario
San Marcos nos presenta hoy varios episodios relativos a los comienzos de la vida pública de Nuestro Señor, esos tres años que siguieron a los treinta de la vida oculta, que para los cristianos que viven en medio del mundo tienen un significado tan grande. En realidad, para referirse a esos treinta años se podría emplear la expresión “vida ordinaria de Jesús”.
El texto de hoy ofrece un buen resumen de cómo empezó este nuevo periodo de su vida que terminará con la Pasión, su Muerte redentora y su Resurrección gloriosa, fin principal de la Encarnación. Este resumen constituye además un modelo excelente para los cristianos que tienen que cumplir su misión de apóstoles en la vida de todos los días. Si se leen con atención, esos 11 versículos dan cuenta en cierto modo de un día de la vida del Señor. Se trataba de un sábado, porque el capítulo empieza con el servicio de la sinagoga y vemos además que los habitantes de Cafarnaúm tuvieron que esperar hasta la puesta del sol para llevarle sus enfermos, con el fin de respetar el reposo sabático. Al término de una jornada tan intensa, Jesús los recibe a todos: “curó a muchos” y “expulsó a muchos demonios”. Lo que nos debe animar a recurrir a él cuando encontramos dificultades o tenemos problemas, sin pensar que podemos “molestarle”. Está siempre disponible. También nosotros queremos estar siempre disponibles para los que nos rodean.
San Marcos añade a renglón seguido que “de madrugada, todavía muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración”, como para poner de relieve la importancia que daba el Señor a la oración, incluso cuando nos sentimos desbordados. Sin oración, la vida interior resulta prácticamente imposible, así como una de sus consecuencias más evidentes, lo que San Josemaría llamaba la “unidad de vida” del cristiano. Ha repetido siempre, incansablemente, “que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser en el alma y en el cuerpo santa y llena de Dios” (Conversaciones, n° 114).
El evangelio, por tanto, nos presenta un ejemplo claro de la unidad de vida del Señor y cómo aprovechaba bien el tiempo del que disponía cada día. En esta línea, podemos establecer una comparación entre las 24 horas del día y el plazo que Dios dispone en las conocidas parábolas de los talentos: “Negociad hasta que vuelva” (Lc 19,13) y de las diez vírgenes “Ya llega el esposo: salid a su encuentro” (Mt 25,6).
Y es que a lo largo de la Santa Escritura se insiste con frecuencia en la idea de un “plazo” para realizar los cometidos. No le gustan a Dios ni la tibieza ni el egoísmo, porque está en juego la salvación de las almas y del mundo. Pidamos a la Santísima Virgen, nuestra Madre, que nos obtenga la misma docilidad y la misma prontitud con las que ella respondió al anuncio de San Gabriel: “Fiat mihi”.