Álvaro Sánchez León entrevista a Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián
Donostiarra de Intxaurrondo y vascoparlante con don de lenguas. Ni martillo de hereje, ni mártir. En euskal-tipografía tiene tatuado por dentro: “En Ti confío”. No es un pronto de tinta líquida. A los 17 años le firmó a Dios “un cheque en blanco”, y hasta ahora. Hijo sacerdotal de Setién, relevo de Uriarte, aire distinto en una diócesis compleja. 35 años con sotana. 15, con mitra. En 2006 fue el obispo más joven de España y hoy es el más transversal del país gracias a las redes sociales. Once años en San Sebastián y, de momento, a por el siguiente, a pesar de los rumores. Todavía se escuchan los ecos de aquellos cinco minutos de aplausos de su toma de posesión. Eran vítores de quienes vieron en Munilla el ‘ambipur’ de fe sin estrabismos que necesitaba aquel terreno de juego lleno de cardos. Un anillo episcopal para guiarlos a todos. Fue niño tímido, pero le tocó dar la cara con el ‘power’ de su cruz pectoral. Claro. Peleón sin sectarismos. Audaz, pero prudente. Evangélico y universal. Pico de oro y puente de plata. Pecho de cristal. Incienso y mirra. Un cura con txapela empática y mitra cercana. Fan de Chesterton y con sentido del humor. Dice que ser obispo es “la caña”: de pescar, de azúcar… y de las que dejan moratones en la piel y en el alma.
Un mail. Una respuesta. Sin intermediarios. Una propuesta. Unas condiciones: adelante a una entrevista sin prejuicios. Un apretón de manos digital. Un cuestionario: me interesa conocer lo que tiene en el corazón. Más de cuarenta respuestas sin pasarpalabra. Una llamada. Una conversación. Unos apuntes. Muchos pigmentos. Un retrato.
José Ignacio Munilla está acostumbrado a dar la cara, aunque a estas alturas de la película está en su derecho de tantear el terreno cuando un periodista le pide un baile. Si sí, adelante. Si no, no puedo perder el tiempo. Aunque estemos en Navidad. “Es que después se dice lo que no he dicho, porque hay gente que me tiene ganas, y esos errores los paga la diócesis”. Al final, comunicar son dos bocas, cuatro ojos, cuatro oídos, una cintura y una retranca. Sin filtros.
Al otro lado de la línea tenemos al obispo de San Sebastián y la pena es que nos ha salido una conversación de pateo a calzón quitao por el Monte Urgull −a medio camino entre el Monte Tabor y el Monte Calvario−, pero estamos sin derecho a paseo presencial en estos tiempos de pandemia con guirnaldas.
2021 será un año de aniversarios redondos en el calendario personal del pastor donostiarra: 35 cumpleaños sacerdotal en junio. 15 años de obispo en septiembre. Y en noviembre, los 60 desde que vio la luz “en una familia humilde, austera, trabajadora, emocionalmente equilibrada, profundamente creyente”.
El todoterreno Munilla en realidad fue un niño tímido que a los diez años se escondía en casa cuando sonaba el teléfono para no hablar con desconocidos. Su madre: “Pero, ¿qué va a ser de ti el día de mañana? ¡Tienes que plantar cara a la vida!”. Y miren.
Su primera juventud circuló entre su colegio del Sagrado Corazón, la parroquia, las Conferencias de san Vicente de Paúl, la visita a los presos de Martutene, la Transición, las víctimas de ETA, las serpientes, los silencios y las historias como Patria.
La fecha clave de su biografía es el domingo 12 de noviembre de 1978, unos días antes del sí a la Constitución. Sonaban los ecos del boom de Grease entre la juventud española.
Aquel mismo día, la portada de El País recogía con recuadro que dos guardias civiles habían “muerto” en Guipúzcoa y otros dos estaban heridos. Hoy se diría sin ambages: “Dos guardias civiles han sido asesinados”… Fue un doble atentado en dos pueblos separados por 75 kilómetros. Un jeep saltó por los aires cuando recorría la carretera de Ormaiztegui a Zumárraga y dos cuerpos salieron disparados a más de quince metros hasta quedar destrozados en el suelo. Diez minutos antes, en Rentería, otro guardia civil resultó herido de gravedad al explosionar un potente artefacto cuando ponía en marcha su coche. ETA sin blanqueador.
En ese ambiente, el joven Munilla cursaba COU y andaba de ejercicios espirituales. Habla él en flash back. “El sacerdote presidió una Eucaristía en la que nos invitó a que escribiésemos nuestros compromisos de ejercicios, y a que los quemásemos en un brasero colocado delante del altar. Llegado el momento del ofertorio, nos repartieron papel y bolígrafo; y me acuerdo como si fuese hoy mismo que yo miraba cómo todos escribían, mientras a mí no se me ocurría qué poner. Al verme ya el último en entregar el papel, me brotó espontáneamente la idea de firmarlo en blanco, pidiéndole al Señor que Él mismo lo rellenase. (…) El caso es que el papel se debió quemar enseguida, y supongo que el humo subió muy rápido al cielo… Aquella misma noche, por primera vez en mi vida, con una contundencia extraordinaria, me asaltó la idea de que el Señor me podía estar pidiendo dejar mis planes para seguirle… Era la víspera de mi cumpleaños. Y doy gracias a Dios, porque desde aquellos diecisiete años no he dudado nunca de su llamada”.
No es un cuento de invierno en la tele de la Madre Angélica. O un podcast de ficción para endulzar las ondas en Radio María. Es el epicentro de una historia personal.
Conectamos con el señor obispo en la última semana del año. Entre la tercera ola y las primeras vacunas. Tras el chimpún de 2020 con misa, Te Deum y uvas. Muy lejos de un ambón, en la intimidad de una confidencia navideña que agradezco especialmente, crepita la lumbre.
¿Cómo está?
Sin entrar en detalles, muy bien.
¿Cómo es su Navidad?
Falta nuestra madre, que falleció hace un año, y desde el punto de vista afectivo se nota mucho. Pero como ella me enseñó, estoy viviendo este tiempo con plena intensidad. ¡La Navidad de un obispo es apasionante, te lo aseguro!
¿El coronavirus le ha cambiado su forma de entender la vida?
El coronavirus me ha enseñado que hay que hacer de la necesidad virtud; o, dicho de otro modo: hay que florecer donde Dios nos ha plantado. De lo cual se deriva aquello de que es mejor encender una luz que perder el tiempo maldiciendo las tinieblas.
¿Cree que la sociedad española conectará más con Dios después de experimentar la fragilidad y la incertidumbre de estos meses?
Intuyo que las consecuencias de la pandemia, por lo que a la religiosidad se refiere, van a ser muy diversas, incluso contradictorias. Algunos se han alejado de la práctica religiosa al desordenarse sus hábitos de vida. Otros, sin embargo, han tenido una experiencia de Dios en medio del confinamiento como nunca había acontecido en sus vidas. De hecho, en este momento comprobamos que ha disminuido el número de asistentes a la misa dominical, mientras que ha aumentado el de los asistentes a la misa diaria.
Hay personas que piensan que, si Dios existe, en este 2020 ha estado a otra cosa… ¿Usted cree que 2020 ha sido un año perdido?
El refranero español, que es de profunda inspiración católica −mal que le pese a algunos−, nos permite verlo de otra forma: Dios escribe derecho con renglones torcidos, Dios no da puntada sin hilo… En todo cuanto sucede existe una providencia que estamos llamados a descubrir. Y no olvidemos que, a veces, para poder construir, hay que empezar por derribar.
¿Estamos aprovechando la oportunidad para ser mejores? Mejores que los políticos, al menos…
Ya que me pones la comparativa de la clase política, alucino con cómo se está aprovechando la pandemia para introducir una agenda ideológica de forma exprés, con nocturnidad, confinamiento y bajo anestesia colectiva… Y lo más grave es que esté ocurriendo con muy poca resistencia moral, mientras nos entretienen con un debate sobre la hora del toque de queda… Me he acordado con frecuencia de las palabras de Cristo recogidas en el evangelio de san Lucas: “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”.
¿Cómo lee la urgencia del Gobierno por sacar adelante una ley de eutanasia justo en este año de muerte?
No sé si la explicación de este procedimiento exprés hay que encontrarla en la misma dinámica de la soberbia, que tiende a endiosarnos; o si responde a la estrategia de quien necesita mantener el motor revolucionado para continuar en el poder… Ambos argumentos son compatibles, por su puesto. Me ha impresionado de forma especial el desprecio absoluto mostrado ante el informe del Comité Nacional de Bioética, o del Comité de la ONU para los Derecho de las Personas con Discapacidad, o ante los especialistas en cuidados paliativos… Y, por cierto, aquí no cabe decir que el orden de los factores no altera el producto. Cuando la eutanasia va por delante, los cuidados paliativos no son debidamente implementados. Es un hecho que no ha tenido ni una sola excepción a nivel mundial. Por lo tanto, las consecuencias las vamos a pagar todos.
¿Y la Ley Celaá?
No es verdad que no se haya podido conseguir un consenso en materia educativa. Lo cierto es que no se ha intentado. La eliminación del concepto de “demanda social” respecto al acceso a la educación es bien significativa. Los reiterados desmentidos de la ministra negando que la libertad educativa esté en peligro, chocan con su rotunda negativa a ceder ante la supresión del término “demanda social” en la ley. Caminamos hacia una estadolatría, hacia una intromisión del Estado en la vida de la familia cada vez mayor, pasando por encima del principio de subsidiariedad.
¿Cómo debe reaccionar un católico que haya leído la ‘Fratelli Tutti’ a esta supuesta persecución ideológica desde el poder ejecutivo?
Debe reaccionar sin complejos, rechazando los falsos estereotipos ideológicos que nos pretenden encasillar en ‘izquierdistas preocupados por la justicia social’, o ‘derechistas preocupados por la causa de la familia y la vida’. La encíclica Fratelli Tutti presenta una cosmovisión que conjuga todos los valores éticos de forma íntegra, y no de manera sesgada o interesada… O los católicos nos adherimos a la integridad de nuestra doctrina social, o la seleccionamos de forma manipuladora.
¿Le da miedo que se manifieste una corriente de integrismo religioso como respuesta al Gobierno de Pedro Sánchez?
Las lecturas reduccionistas o manipuladas del mensaje del Papa Francisco se han convertido en un caldo de cultivo para reacciones integristas, incluso de tipo sedevacantista.
Conectar con Dios es una cuestión de fe: un don que se puede buscar, pero que no depende de nosotros. ¿Hasta qué punto los católicos hacen atractiva su fe en un país en el que ser coherentes con una religión está casi mal visto?
La fe es un don, como bien dices, pero también es una tarea. Un testimonio atractivo ayuda mucho a creer, ciertamente; pero suelo decir que en nuestra Iglesia hay suficiente santidad para estímulo de quien busca a Dios, y suficiente miseria para autojustificación de quien no lo quiere acoger.
¿Nota un crecimiento del anticlericalismo en España?
Basta asomarse a Twitter para comprobarlo. En su última encíclica, el Papa Francisco señala el riesgo de lo que describe como el “fin de la conciencia histórica”, una especie de deconstruccionismo donde el progreso se identifica con la ruptura de nuestras raíces. Es un fenómeno muy español, pero que se está globalizando. Baste recordar las recientes imágenes de iglesias chilenas en llamas, o las estatuas derribadas de Fray Junípero Serra, Isabel la Católica, etc.
¿Los sacerdotes son buenos puentes entre los hombres y Dios?
La responsabilidad de un sacerdote es grande. Es mucho lo que se espera de nosotros. La prueba es que en tu pregunta hablas de los sacerdotes como “puentes entre los hombres y Dios”… Te comparto una intimidad: yo suelo rezar con frecuencia la siguiente oración: “Señor, que por mi mal ejemplo nadie se aleje de ti. Y ojalá alguno pueda acercarse a ti, a través del testimonio que pueda darle”.
Muchos sacerdotes han perdido la vida este año arriesgándose a ejercer su ministerio en medio de la pandemia.
Este año he hablado bastante del ejemplo de Giuseppe Berardelli, arcipreste de Bérgamo, Italia, contagiado de coronavirus, que renunció a un respirador para salvarle la vida a un joven. Representa bien la imagen del sacerdote que murió entregando su vida, porque no tuvo miedo a la muerte y entendió que cualquier oportunidad era buena para dar testimonio de la importancia de dar prioridad al amor sobre el sálvese quien pueda.
¿Por qué reza usted en este arranque de 2021?
Rezo sobre todo por la perseverancia; por mi propia perseverancia y la de cuantos me han sido confiados, porque de muchos es el empezar, pero de pocos el llegar a término. En esta vida vence el que persevera. Por ello, pido paciencia y fortaleza; es decir, fidelidad.
¿Qué ha aprendido en esta década larga de obispo de San Sebastián?
Que es importante combinar la ilusión que nace del celo ardiente con una paciencia a prueba de bomba; que, para poder gobernar de forma prudente, es necesario hacerlo con distintas velocidades, porque existen nuevas generaciones llenas de creatividad, mientras otros llevan procesos lentos. Aunque sea complicado, el obispo está llamado a pastorear situaciones muy, muy diferentes, cuando no contrapuestas.
¿Ha leído o visto ‘Patria’? ¿Le parece una historia predicable?
No he leído la novela, pero sí he visto la serie. Necesitaría mucho espacio para expresarme de forma matizada… pero voy a referirme aquí a un detalle que me parece muy importante, y sobre el cual no he escuchado hablar a nadie: no hace ninguna justicia a la verdad que Bittori -la viuda de Txato, principal protagonista entre las víctimas del terrorismo- manifieste como última voluntad que no desea tener un funeral cuando muera, porque ha perdido la fe, mientras que Miren −exponente del fanatismo que justifica el terrorismo− se muestre como una creyente practicante y máximamente religiosa. ¡Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia! La historia ha demostrado justamente lo contrario: las víctimas del terrorismo han mantenido su fe religiosa en un grado infinitamente superior a los círculos proetarras, en los que se produjo un alejamiento muy grande de la fe católica.
¿Los sacerdotes que mezclan fe e ideología política han desaparecido del País Vasco?
Todos recordamos un reciente episodio que saltó a los medios de comunicación, y que demuestra que aún permanecen algunos casos. Pero no me cabe la menor duda de que, a día de hoy, son casos muy aislados que no reflejan la posición del conjunto del clero vasco. Y, por cierto, me permito hacer otro comentario con respecto a Patria. Me llamó la atención que en el transcurso de la trama de la novela convertida en serie se haya dado algún margen de redención a todos los personajes que tuvieron distintos grados de connivencia con el terrorismo de ETA, incluidos a Miren y a su hijo asesino. Sin embargo, al único personaje al que se le ha negado margen alguno de redención es al sacerdote. No me parece justo. Y conste que valoro Patria como una aportación importante para la memoria de nuestro pueblo vasco.
Sin juzgar la intención, ¿cree que quienes agitaron el potaje de sacristía y violencia están arrepentidos?
Aquella agitación no se circunscribió a las sacristías, sino que afectó al conjunto de la sociedad. La sociedad vasca ha pasado página de aquellos años tan desgraciados, gracias a Dios, pero es innegable que la herida no se ha cerrado adecuadamente. Ha faltado arrepentimiento inequívoco y públicamente expresado. Y por lo que respecta al arrepentimiento impulsado por motivaciones religiosas, se han conocido pocas conversiones. Aprovecho esta entrevista para presentar una conversión al cristianismo de alguien que estuvo metido en todo aquel fregado y cuyo testimonio acabamos de grabar en el canal diocesano de YouTube. Me refiero a la historia de Mikel Azurmendi. No me cabe la menor duda de que solo Jesucristo puede indicarnos la salida del “laberinto vasco”.
¿Qué aire se respira ahora en un seminario vasco? ¿Qué sacerdotes se forman o qué sacerdotes aspira usted a que se formen allí hoy?
Aunque el número de los seminaristas es pequeño, los veo llenos de ilusión por proclamar la esperanza del Evangelio a nuestra sociedad. El plan formativo de los seminarios es muy sólido, habiendo sido recientemente renovado por la Santa Sede y la Conferencia Episcopal. ¡Queremos sacerdotes con olor a oveja, al mismo tiempo que con profunda experiencia de Dios!
¿A qué huelen sus ovejas?
Desde luego, huelen más a lágrimas, sudor y sangre que a Chanel.
¿Dios sigue llamando a gente joven en el siglo XXI?
En los seminarios actuales hay grandes diferencias de edad y de trayectoria entre los seminaristas. Algunos podrían haber sido los padres de otros. En un tiempo hablábamos de las diversas generaciones de seminaristas. Hoy en día queda patente que cada uno de ellos ha sido alcanzado por Cristo de forma singular… Lo cual es una inmejorable oportunidad para caer en la cuenta de que, aun siendo todos hermanos, ante Dios somos únicos e irrepetibles.
¿Merece la pena servir a Dios, aunque se quede uno un poco solo de afectos?
En la liturgia eucarística se utiliza una expresión que me conmueve: “Te damos gracias, Señor, porque nos haces dignos de servirte en tu presencia”. Algunos miran el sacerdocio pensando fundamentalmente en sus renuncias, cuando, en realidad, es un auténtico privilegio poder colaborar con Cristo tan de cerca. No creo que se pueda aspirar a algo superior en esta vida.
¿Qué soledad vive un pastor?
Ciertamente, remar en contra de la corriente requiere perderle miedo a la soledad. Recuerdo que nuestra difunta madre, que murió con 90 años, me decía: “¡Ay hijo; a ti te han hecho obispo en mala época!”. No es así. El consuelo que un obispo recibe de multitud de personas es muy grande.
¿Hasta qué punto palpa la crisis de la familia?
¡Habría que ser ciego para no verla! Si las ideologías anteriores a la caída del Muro de Berlín se cebaron con las libertades políticas y el modelo económico, las ideologías de hoy se han centrado en el ataque a la familia y a la vida, hasta el punto de provocar una crisis antropológica.
¿La Iglesia ha hecho que creer en el matrimonio sea más difícil que hacerlo en los Reyes Magos?
La familia no es un molusco, sino un vertebrado. Es el matrimonio el que vertebra la familia. Decía Chesterton que no solo es el amor el que sostiene el matrimonio, sino el matrimonio el que sostiene el amor. Pero claro, la comunión del matrimonio tiene el precio de morir a nuestros egoísmos.
Usted comunica bien. ¿La Iglesia le sigue el ritmo, o transita todavía los canales del siglo XX?
La Iglesia, ciertamente, no es la que mejor comunica en nuestra sociedad, pero es la que comunica lo mejor… Y sí, es verdad que tenemos un problema con la comunicación y que las encuestas dicen que no suscitamos empatía; pero el buen comunicador no es el que busca la empatía a cualquier precio, sino el que consigue que la verdad resulte apasionante. Nos queda recorrido.
¿El ambón separa del pueblo? Quiero decir: el cura que da lecciones desde los púlpitos corre el riesgo de distanciarse del resto del pueblo, del que forma parte.
El hombre de todos los tiempos no solo tiene hambre de amar y ser amado, sino también de conocer y transmitir la verdad. Por lo tanto, una buena enseñanza de la fe, cuando se hace desde el amor, no nos aleja del hombre de hoy, sino que nos aproxima a él.
Porque igual no hemos entendido bien que los sacerdotes son tan humanos como todos. También porque algunos, a veces, hablan demasiado ex cathedra.
Escuché en una ocasión que el sacerdote está llamado a ser coetáneo, pero no epocal. El sacerdote ha sido elegido para ser un hombre de Dios para los demás… Todo un reto.
¿Percibe usted que los sacerdotes comprenden bien los problemas de los demás?
Sí, los sacerdotes experimentamos en nuestra propia carne y en la de nuestras familias los mismos problemas. La prueba es que existe una gran demanda de acompañamiento espiritual, que no siempre atendemos adecuadamente, por cierto… Ahora bien, una buena dirección espiritual no consiste únicamente en dar respuesta a los problemas de los demás, sino en ayudarles a abrir nuevos horizontes.
¿Usted también se confiesa? ¿A un obispo le cuesta pedir perdón?
Yo me confieso muy a menudo, y aunque es duro hurgar en los propios pecados, siempre salgo reconfortado. El sacramento de la confesión no es un mero quitamanchas, como algunos piensan, sino un fortalecimiento de la esperanza.
Una sociedad que ha perdido masivamente la noción de pecado, ¿relativiza el mal?
Permíteme primero hacer una aclaración que considero muy importante: los católicos no pensamos que algo es malo porque nuestra religión haya dicho que es pecado. Más bien al contrario. Nuestra religión dice que algo es pecado porque es malo. Como decía Santo Tomás de Aquino: “Ofende a Dios lo que daña al hombre”… A partir de ahí, el relativismo y la pérdida del sentido del pecado se retroalimentan…
¿Por qué el cristianismo coherente hace bien a la sociedad?
Recuerdo que Chesterton −-de quien me declaro un fan−- decía: “Una de las razones por las que me adhiero al cristianismo es por su intento de cambiar el mundo desde dentro, a través de las voluntades y no de las leyes”.
¿Cómo es su felicidad? ¿Qué le hace sonreír, qué le hace llorar de emoción, qué le anima a despertarse cada día?
Yo me considero una persona feliz, aunque sufro; o dicho a la inversa, sufro, pero soy feliz. Alguno me dirá que ambas cosas a la vez no son posibles, pero yo le respondo que desde que Jesucristo llegó al mundo son dos realidades compatibles; es más, que la única felicidad real es la que abraza la cruz de la vida… Hace un par de años publiqué el libro Dios te quiere feliz. Su título nace del convencimiento de que, cuando nos percatamos de que nuestro anhelo de felicidad coincide al milímetro con la llamada de Dios a la santidad, entonces y solo entonces, es cuando nos entendemos a nosotros mismos.
¿Qué le ayuda a no acostumbrarse a las cosas de Dios?
Alguien dijo que ser cristiano es no cansarse nunca de estar empezando siempre. Lo que más me ayuda para no cansarme ni acostumbrarme es procurar vivir en presencia de Dios… ¡Dios siempre es nuevo, nunca te cansas de Él!
¿Por qué decidió ser sacerdote?
Tengo conciencia de haber sido llamado por Jesucristo a ser sacerdote, no de haberlo escogido por gusto o por iniciativa personal. Me llevaría demasiado tiempo explicar cómo experimenté esa llamada… En su momento lo conté en esta publicación para jóvenes.
¿Ha merecido la pena?
Sin duda. Siento que los años de oro de mi vida fueron los del seminario. Posteriormente, los siguientes veinte años como sacerdote en Zumárraga, de los 24 a los 44, me demostraron que el ideal en el que había sido educado era verdadero. Y luego ya, lo de ser obispo es la caña, en el sentido más amplio del término, que incluye sufrimientos y alegrías.
¿Alguna vez ha estado tentado de tirar la toalla?
No, eso no me ha rondado nunca por la cabeza… Tal vez porque me considero hijo de la obediencia. Estoy donde estoy porque la Iglesia me lo ha pedido, no porque lo haya elegido. Y esto me da una gran libertad. Si persiguiese una estrategia personal, es muy probable que me brotasen muchas dudas y tentaciones de tirar la toalla. Pero no es el caso.
¿Se siente respaldado por la Conferencia Episcopal?
Los obispos españoles nos queremos y nos apoyamos, aunque no podamos mantener una relación muy estrecha, ya que a cada uno le absorbe su reto próximo.
¿Cómo le ha abierto la cabeza y el corazón el Papa Francisco?
Pienso que cada uno de los papas que me han acompañado en mi biografía ha dejado una huella importante en nuestro carisma personal: Juan Pablo II me ayudó a quitarme miedos y a afrontar retos difíciles; Benedicto XVI me trasmitió el amor a la verdad y la importancia del discernimiento, y el Papa Francisco me enseña a poner el foco en los rostros concretos, sin perderme en las teorías.
¿Qué le ha pedido a los Reyes Magos?
Los que me conocen saben que soy muy insistente en una petición doble: ¡Conversiones y vocaciones! Lo pido por tierra, mar y aire. Se lo pido a los Reyes Magos, a Santa Claus y al Olentzero… Fuera de bromas, se lo pido a Dios, por la intercesión de la Virgen María y de San José, patrono de la Iglesia.
¿Cómo anima usted a vivir 2021 en un país especialmente azotado por la tragedia del coronavirus?
Necesitamos aprender a desarrollar nuestros proyectos sin estar esperando a que pase la pandemia. Como decía Gregory Berns, neurólogo de la Universidad Emory de Atlanta, “en tiempos difíciles a lo que más debemos temer es al miedo”.
¿Qué le deparan los planes de Dios a partir de ahora?
Hay un refrán mejicano que dice: “Si quieres hacerle reír a Dios, cuéntale tus planes”… No tengo ni la más remota idea de lo que la providencia pueda depararme. Pero sí puedo decirte que, por la gracia de Dios, he aprendido de nuestro patrono San Ignacio a vivir lo que él describió como la “santa indiferencia”. Es decir, ¡que sea lo que Dios quiera! Confío en Él. He firmado un cheque en blanco diciéndole a Dios que lo rellene como quiera, sin que la preocupación del futuro me impida vivir el presente con pasión.
Especialmente después de 2020, cualquier mirada trascendental es interesante, sobre todo si parte de unos ojos humanos, pegados al terreno de juego, y luego se elevan para encontrar sentido y esperanza cuando todo parece gris-oscuro-casi-negro de tejas para abajo. El obispo Munilla hace bien ese giro de cuello: de mirar de frente a las personas y sus contextos, y después superar lo tangible por elevación para acertar con las respuestas, ofrecer mediterráneos y ampliar horizontes.
Nada como un pastor cercano al frente de unos tiempos de incertidumbre en que, si Araceli y sus 96 años dan gracias a Dios por la vacuna del final del túnel, medio Twitter se declara en guerra de iconoclastia civil. Porque aquí se respeta todo lo lícito, menos tener fe. ¿Por qué? Quizás por una mezcla de postureo y de intransigencia. ¿Por qué? Por lo que sea. Y también, seguramente, porque muchas personas con fe han sido más cizaña que trigo limpio en una sociedad que no perdona.
José Ignacio Munilla representa bien el talento cristiano de sumar. De trascender las zanjas y andarse los puentes. Eso es compatible con hablar sin tapujos cuando observa que alguien pisotea la moral de un pueblo imponiendo su ideología al bien común. Aunque sea en un país en el que la libertad de expresión puede convertirte en un facha solo por discrepar de la línea de pensamiento supuestamente imperante, incluso con la connivencia de medios de comunicación que se dicen libres, pero están presos de sus obsesiones.
Todavía habrá personas que pongan los ojos como platos si un obispo del siglo XXI critica la eutanasia o el aborto, porque entienden que los nuevos tiempos entierran las esencias de una fe. Que todo vale. Que todo lo que es posible merece la pena. Y bajo la pancarta del talante y la intolerancia, se convierten en savoranolas de las personas que tienen unos principios y los defienden sin imponerlos cuando están convencidos en conciencia de que son buenos para toda la sociedad.
2020 nos ha enseñado muchas cosas. Entre otras, que no somos dioses. Que nos necesitamos unos a otros. Que las personas hacemos cosas grandes cuando vamos de la mano. Que el diálogo es positivo. Que las pasarelas unen lo que dividen las cruces del descarte. Que estamos todos en la misma barca. Que nacimos para ser felices. Que el dolor debe tener un sentido. Que la ciencia nos acerca al futuro, pero no lo explica todo. Que debemos ser mejores. Que el mundo está en nuestras manos. Que en ninguna de las 30 monedas de plata brilla el bien, la verdad, la belleza. Que urge un Patria social para redimirnos de este cainismo español que nos hunde en la retranca y el orgullo y nos obliga a dormir con pastillas porque estamos peleados con nosotros mismos.
Muchas personas han decidido que esta pandemia era el momento de hacer el bien. Para algunos, la religión ha sido el detonante. Para otros, un corazón como una casa. Al final, entender y respetar las conciencias es una conquista madura necesaria. En estos días de copas alzadas, aunque sea en mesas con numerus clausus, mientras hablaba con Munilla me he acordado de san John Henry Newman. De aquello de: “Ciertamente si me veo obligado a implicar a la religión en un brindis al final de una comida −–cosa que no es en absoluto oportuna−- brindaré por el Papa, si os complace, pero antes por la conciencia y después por el Papa”.
Brindar por la libertad de las conciencias con nuestras palabras y nuestras vidas: quizás ahí esté el quid del mejor Nobel de la Convivencia en Paz en este escenario de polarización mundial. Un reto. Una obligación. Un subidón de reset y año nuevo. Los católicos tienen un hueco en la pole para construir −-propositivos y con sentido del humor, claro que sí−, porque ninguna idea está por encima de ninguna persona. Más conciencia y menos visceralidad. Noches de paz. Desde san Sebastián, a todo el país: chin-chin, y feliz 2021.
Entrevista de Álvaro Sánchez León
Fuente: elconfidencialdigital.com
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